Este encierro, en lo físico, fue una suerte de 'Supervivientes' a la inversa: si en dicho 'reality' se tira uno del helicóptero hecho un Paquirrín y regresa como un Foulquier, por efectos del sol y la dieta; en nuestro confinamiento, si a mitad de marzo eras un Ramón Azeez, hoy sales del claustro como un J. Ramón Sandoval: lechoso y lechal.
Algunos cambiaron directamente las pantuflas por las Asics sin paso intermedio por el potro de tortura de Patry Jordán o Fausto Murillo –a caballo entre Adrián Ramos y Babin físicamente, y entre Coelho y un sobre de azúcar en lo intelectual–.
Los que vivimos junto al mar pudimos comprobar que estaba la playa igual que una feria –«válgame, San Cleto, lo que es la pandemia»–: mezcla de una carrera benéfica y una paellada popular. Más de uno vi con la mirada perdida y la barba 'muyahidinesca' de Ortega Lara. Juro que me crucé a un tipo que estrenaba la camiseta de cuando debutó Solari… en el Atlético de Madrid. Viejos satirones en bicicleta y chándales de cuando Pepe Mejías dándose a la primavera siguiendo el trote cochinero de ninfas en mallas y top. 'Coronarunners' y 'runners km. 0'. Algunos más 'hipoconcienciados' dejaban paso a los que buscábamos marca, apartándose como si nos apellidásemos Soprano, por decirlo en palabras de Madueño.
Ayer, día 3 de mayo, afortunadamente no hubo fusilamientos, pero estoy seguro de que sí muchas agujetas por falta de entrenamiento y de estiramientos. Ajo y agua… con azúcar.
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