Los rojiblancos tienen cimientos de titanio, conocen perfectamente cuáles son sus armas y también sus limitaciones –lo que saben hacer y lo que no– y bajo la única promesa de pelear hasta el último segundo se hacen imprevisibles, capaces de lo imposible dos veces en un mismo partido. Lo estaban pasando fatal, sometidos por un Oyarzabal omnipresente y todavía entonces en su salsa, cuando en su primera posesión larga y con sentido en campo rival, casi que la primera vez que daban más de tres toques seguidos, Domingos Duarte rondó con sigilo la frontal y atisbó a Puertas.
Nadie esperaba su centro como nadie esperaba que el Granada se adelantase en lo que era, y especialmente para la Real, una final por Europa. Hasta el gol, perseguía la pelota con desesperación ante un rival que no sabe qué hacer sin ella, y precisamente por eso bastó un accidente para que Soldado, sin más ruido de por medio, hiciese el segundo. De repente el tapado, al que nadie quería nombrar ni hacer demasiado caso como candidato, daba un puñetazo sobre la mesa e imponía su ley. Pero no todo iba a ser tan bonito.
Rompió a jugar la última generación de Zubieta, esa escuela de futbolistas excelentes, barbilampiños y guapísimos, 'Cayetanos' de manual con alguna excepción como Griezmann, que salió un poco Bieber. Entre ellos un Barrenetxea que si fuese nieto del granadinista de los 70 demostró muy poco cariño. Marcó Merino a la vuelta del descanso con algún suplente rojiblanco todavía trepando por la grada y los de Diego Martínez se acorazaron alistando a Germán para la causa, cada vez más lejos de la portería rival. Pareció entonces que lo inevitable era que la Real empatase pero los granadinos se hicieron numantinos. Aun así empató Oyarzabal y en algún hogar de Granada se tiró la toalla. No en Donostia.
Tanto confiaba Diego Martínez en lo que tenía sobre el campo que, a diez minutos del final, ni siquiera introdujo cambios. Quizás confiaba en ese primer regate de Machís, que llevaba media hora en el campo y todavía no había tocado un balón. El venezolano recogió un despeje escorado y devolvió al área el mejor centro de su vida, como puesto por la mano hasta la cabeza de Domingos, a quien sólo sacan de Los Cármenes con muchísima pasta por delante o con un trueque que ni por el último cromo de la colección.
Nadie gana en agallas a este equipo histórico que sueña con llevar un paso más lejos el escudo que defiende. Al otro lado está la eternidad. Juzgará al Real Madrid en Los Cármenes con una lucha propia; la de siempre y la que quién sabe si no es irrepetible. Jugar en Europa. Que pase el siguiente.