La bandera de la UEFA ondea tras los rojiblancos. Al menos en el sueño. EFE

En un mundo paralelo

Teuta - Granada ·

«¡Bienvenidos a Durrës! El Granada juega hoy su primer encuentro europeo». Lo sé. Vaya sueño. Dejadme a mí con mis cosas, cada cual fantasea con lo que quiere, ¿no?

Viernes, 18 de septiembre 2020, 18:47

Qué sueño más extraño el de aquella tarde. Es lo que tiene llenarse el buche con tu comida favorita, poner el aire acondicionado y fundirte en uno con el sofá. No voy a negar que poner el Tour de fondo contribuyera a la siesta. ... Casi no recuerdo nada de lo que hice por la mañana, tampoco si obedecí a mi madre y puse la mesa o me escaqueé y dejé solo a mi hermano, pero jamás olvidaré el sueño de esa sobremesa.

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Recuerdo observar con interés la fuga y escrutar los maillots y los dorsales buscando algún español en ella. Todavía quedaba mucho para que coronasen el primer puerto de la etapa pero ahí estaba yo, peleando por el mando a distancia, prometiendo a mi familia que en algún momento llegaría lo interesante. Me tendrán que contar si fue así, porque a los pocos minutos de emocionarme con el intento de escalada de un corredor polaco, caí en una siesta de esas en las que al reincorporarte no sabes si preguntar la hora o el día.

Pero valió la pena. Qué sueño. Juro haber sentido pena al levantarme y abandonar aquel mundo paralelo. Tras dos parpadeos, pasé de observar en la televisión un bello pueblo francés a un puerto ¿italiano?, ¿croata?, ¡albano! Algún narrador daba el saludo de rigor a los televidentes. «¡Bienvenidos a Durrës! ¡El Granada juega hoy su primer encuentro europeo!». Lo sé. Vaya sueño. Dejadme a mí con mis cosas. Cada cual fantasea con lo que quiere, ¿no?

El Granada era apenas reconocible. Vestía una camiseta Nike y pantalón rojo. Eso sí, el portero de negro, como Gustavo. Hombre, por favor. Se jugaba en un estadio que, por más que los comentaristas situaran en Albania, a mí me parecía el Núñez Blanca. A lo mejor éramos locales y, en esos dimes y diretes que cada verano hay con el Ayuntamiento por Los Cármenes, nos había tocado cruzar el parque, refrescarnos en el Ecu y jugar en aquel césped irregular. Pues no, un tal Héctor prometía contar lo que ocurriera en Albania.

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Los sueños, en ocasiones lúcidos, pueden contentarte más que la vida real. Aquel partido era un cachondeo. Todo lo que podía salir bien, le salía bien a aquel cuadro rojiblanco del que apenas reconocía a los jugadores. Ya quisiera yo verlos así siempre. El '9' era muy bueno. Había bajado un balón que parecía una piedra y lo había puesto de volea dentro, pegadito al palo. Pero es que poco después llegó otro gol a nuestro favor de un extremo brasileño. La defensa rojiblanca se mostraba contundente y el tercero llegó al poco. No sé si el otro equipo era muy cortito. Preferí afianzarme en mi sueño pensando que los otros no eran muy malos, sino que los nuestros lo dejaban todo en el campo y eso los hacía muy buenos.

La verdad es que luego no recuerdo mucho más. Creo que el descanso me lo salté y que, tras el cuarto gol, me dediqué a buscar indicios de que lo que vivía era real. Eso sí, con el miedo a pellizcarme. Ojalá no levantarme. Qué bonito. El Granada jugando Europa. El sueño se fue desdibujando o quizá no fue tan interesante y no me impactó. A lo mejor era sólo como una de esas carreras en las que el suelo se acaba sin previo aviso.

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Sí recuerdo levantarme empapado en sudor. Alberto Contador había dado carpetazo a La Grande Boucle dejando atrás a Andy Schleck y vestiría de amarillo en París. Me dirigí sin ganas a la ducha, riendo por lo vivido. Bueno, lo soñado. Qué canallada soñar eso antes de ir a ver el Trofeo Los Cármenes. No venía ni el Udinese de los nuevos dueños ni el Teuta aquel que seguramente me inventé producto de una mala digestión. Era el Xerez de Antoñito y el Granada pintaba bien. «A ver si este año ascendemos», me consolé tratando de dejar atrás fantasías. El Granada en Europa. Sí. Quizá en un mundo paralelo. Uno que premiara la pasión sin medida de una afición luchadora como pocas. Un mundo donde el rojiblanco se paseara con orgullo ya no por Europa, ni por España, sino por mi propia ciudad. Un mundo que premiara el amor a un escudo. Un mundo para Lelo.

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