Llegó como revulsivo pero fue indispensable

Pero Robert Kenedy, ese carisma hecho futbolista, saludó a Diego Martínez en la Ciudad Deportiva y notó que algo iba a cambiar. El técnico gallego vio en aquel chico con nombre de político y personajes de 'El Chavo del 8' tatuados en el cuerpo, la pieza que le faltaba a su diabólica máquina de reivindicación. Aún era joven, pero no había logrado mostrarse en Europa. Seguía siendo –y cada vez menos– aquella estrella en ciernes que arrastraba el cartel de revulsivo.

Su primera gran tarde como rojiblanco quedará siempre para la historia, pues fue en el debut europeo en Durrës. Antes había tenido algún minuto, pero con un gol y una asistencia dejó una grata impresión en Albania entre los granadinistas. Aún así, no desbancó del todo a uno de los extremos hasta que su repertorio de caños, regates, goles y asistencias coincidió con el positivo de Puertas, que quedó muy tocado.

A Kenedy se le presuponía carácter, imaginación, ganas de gustar, pero lo que sorprendió fue su implicación defensiva cuando peor se ponían los partidos. Había asumido como suyo el lema de la eterna lucha. Para prueba, aquella lesión que se hizo en San Sebastián jugando de lateral, jugándose el físico para evitar una sanción al club. Llevaba apenas unos meses en Granada.

El fútbol le premió y fue indiscutible con goles preciosos como el que hizo al Villarreal, al Valencia o al Nápoles. Un jugador difícil de encontrar. Ese 'fantasma' del EuroGranada al que todos disfrutaron pero muy pocos vieron jugar en vivo en Los Cármenes.