Loïc paga el precio

El partido se hizo largo hasta la exasperación. Así tenía que verlo un portero como Luca Zidane al principio como para jugar al patadón las dos primeras pelotas que tocó. La primera media hora del Granada en La Romareda pedía que le quitaran los guantes y se los diesen a Theo Corbeanu. Con el paso de los minutos fue abandonando el área para situarse ya no de libre sino como un central más, por delante de Manu Lama y Loïc Williams por momentos, conectando con Sergio Ruiz y Manu Trigueros como ninguno de ellos hacía y reubicando a los cuatro como si fuera la extensión de Fran Escribá sobre el campo. Después de pararle el penalti a Alberto Marí y tirarle un recorte incluso después, solo quedaba que subiera en un saque de esquina para comprobar qué tal iba de cabeza también. Por lo pronto ya tira los penaltis mejor que Shon Weissman, y menos mal que lanzó antes que Siren Diao.

Alguien tenía que darle descanso a Brau y Escribá se decantó por colocar ahí a Lucas Pérez, central de esos que además tienen problemas para adaptarse al lateral por muy zurdo que sea por una mera cuestión de fisonomía. Pareció un primer examen injusto al defensa santanderino de 20 años firmado del Estepona, un niño todavía en el cuerpo de un tío ya hecho al que la Segunda RFEF se le queda muy pequeña y la Segunda división, todavía demasiado grande.

Auxiliado por Loïc Williams y Sergio Rodelas, fue precisamente por ir Lucas Pérez al auxilio del otro recreativista en una pugna aérea por lo que Calero le ganó la espalda y permitió que el Zaragoza se pusiera por delante. Vino a arreglarlo más tarde, cuando un taconazo suyo a un inocente saque de esquina de Sergio Ruiz derivó en otro espuelazo pero del local Clemente hacia su propia portería para darle un volteo momentáneo al marcador, pero la tarjeta amarilla que ya había visto por una entrada a destiempo forzó la entrada de Brau al descanso.

A Rodelas no le salieron ni su primer pase ni su primer regate, más indeciso de lo habitual, como si ya hubiera perdido la fe en Weissman y Diao, debiendo soportar incluso que este último le regañara en una ocasión. Verles en el área debía traerles recuerdos de Vietnam por los centros malogrados contra el Cádiz. Como tampoco es Bryan, sin embargo, decidió brindarles otra oportunidad y el israelí apareció al segundo palo. ¡Aleluya!

Nada ocurría por el otro costado –salvo el sufrimiento de Ricard con Adu Ares–, donde Corbeanu tiraba amagos que solo él se creía para luego rifar la bola o directamente regalarla con una toma de decisiones incomprensible. Su intrascendencia gravitaba entre regates telegrafiados a cámara lenta y centros sin intención, resbalándose encima al correr hacia su propia portería en el contragolpe del Zaragoza que acabó en penalti. Aquel entrenamiento en el que pareció cautivar a Escribá queda ya demasiado lejos. Más aún cuando convenció a Matteo Tognozzi. Sigue sus pasos Diao, sin sus iluminaciones puntuales en La Romareda tras fallar dos ocasiones clarísimas en la prórroga y rematar a Weissman en otra.