El éxito apenas ha alterado el discurso este curso. Había más dinero, pero el rastreo de incorporaciones se ha centrado en la 'división de plata'. Así, han llegado uno de los mejores centrocampistas de ese peldaño, Luis Milla; un extremo centelleante, Alberto Soro; y, ahora, un atacante que impresionó con sus capacidades, Luis Javier Suárez. Los rojiblancos trataron de reagrupar a cedidos como Vallejo y Herrera, retuvieron a Foulquier y Gonalons pagando opciones de compra y sólo alteraron el guion con Jorge Molina, veterano delantero que asume el rol del colombiano Ramos en su momento.
A la espera del cierre, hay rasgos nítidos en este modelo, muy alejado del que había en la era Pozzo. Aunque Pina y Cordero se afanaron en montar una estructura en la que predominara el jugador nacional con algunas apuestas, al final les tocaba calzar a muchos de los talentos de la red de captación del Udinese. Unas veces suponían un salto de calidad. Otras, un peaje tremendo para la meritocracia en el equipo. Los continuos cambios en el banquillo, con apenas un periodo de paz con Lucas Alcaraz, impidieron que existiera un discurso estable en el vestuario.
Aquel modelo sacó al Granada de la ruina y lo consolidó en la cúspide, aunque con penurias. El actual no se mueve a empellones, pero logra imposibles. Es un método regido por la sensatez y la armonía, con la sensación de que hay claridad de ideas. La propiedad, en otras cosas, no mangonea en la gestión. El entrenador tiene mando absoluto en plaza. Muchos se extrañaban de que el caladero siguiera estando abajo y no arriba al afrontar el desafío europeo. «Experiencia», pedían. Pero la línea es otra, aunque no sea excluyente. Futbolistas con ambición que no han alcanzado su potencial o que tienen muchas cosas que decir aún y no encontraron su escenario. Ese es el Granada de hoy. El mejor de siempre.
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