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Camilo Álvarez
Domingo, 24 de mayo 2015, 22:31
Se acaba el sufrimiento. Cuestionar ahora si el Granada merece seguir en Primera no procede porque si el próximo curso volverá a estar entre los mejores es porque no ha sido peor que al menos tres equipos. Pero lo que este curso ha ocurrido es un serio aviso para los que toman las decisiones. Las apuestas salen bien o mal, uno se la juega. Y más en un deporte como este. La apuesta de Caparrós resultó ser un fracaso. La de Abel amenazó con convertirse en acierto pero se quedó en eso, en un simple intento. El último golpe de efecto, sin embargo, tuvo el resultado que se buscaba. Sandoval obró el milagro y Pina podrá sacar pecho de no haberse dado por vencido, es lo único por lo que puede sentirse orgulloso esta temporada.
Nadie imagina tras cuatro jornadas de arranque liguero prometedoras y ambiciosas que el Granada iba a acabar sufriendo una de las temporadas más desilusionantes de su historia en Primera división. El club tenía claro que no podía incurrir en los mismos errores de años anteriores, esos que le habían llevado a tambalearse hasta amarrar la categoría en las últimas jornadas. También parecían querer encontrar un modelo de entrenador que propusiera un fútbol más atractivo que enganchara a esta afición acostumbrada a poco caviar. Sonaron nombres que respondían a ese perfil, como Paco Jémez, casi hecho hasta que su cláusula de rescisión se interpuso, Pepe Mel, ahora triunfando en el Betis de nuevo, o Laudrup, que rechazó el proyecto.
Pina intentó buscar un golpe de efecto con Caparrós. El utrerano atesoraba la experiencia suficiente para encabezar esta nueva puesta de largo en la Liga de las estrellas. Su importante labor en Sevilla, Bilbao o más recientemente en el Levante, le hacían ser una figura prometedora. Cumplía con el requisito de entrenador mediático para un club como el Granada, pero no el de proponer un fútbol atractivo. Pina confiaba en conseguir resultados para acallar cualquier debate sobre el estilo. Su confianza en Caparrós fue tal que le concedió el honor de participar activamente en la planificación de la plantilla, algo impensable para sus antecesores. Pidió jugadores concretos y se los trajeron, aunque luego no apostara por ellos incomprensiblemente.
Sintonía perfecta
El trabajo de pretemporada fue el más duro de los vividos por este equipo, según reconocían los propios jugadores. Cuando llegó la competición, las ilusiones se dispararon. El primer partido ante el Dépor fue un claro ejemplo de lo que podía ser este Granada: un equipo ordenado, sin un fútbol muy elaborado pero sí directo y con capacidad de reacción. La remontada en la segunda parte con un Rochina, una de las nuevas estrellas, estelar, hicieron pensar que esta vez sí se había dado con la tecla. Los siguientes compromisos alimentaron ese optimismo. El Granada estaba arriba y dando buenas sensaciones.
JOAQUÍN CAPARRÓS (JORNADAS 1-18)
Joaquín Caparrós fue elegido como el abanderado del proyecto más ambicioso del club. Su dilatada carrera y su trabajo con la cantera parecían avales suficientes para hacer crecer al equipo y de paso colaborar en la puesta en funcionamiento de la nueva Ciudad Deportiva. El utrerano no consiguió ni una ni la otra. La nueva casa rojiblanca aún no está terminada y Caparrós ya no ejerce como entrenador.
Tras un inicio prometedor su plan fue dando muestras de flaqueza a cada semana que pasaba. Se empeñó en hacer jugar un fútbol para el que la plantilla no estaba preparada y se estrelló. Nunca supo asumir sus errores y buscar alternativas para variar el rumbo. El sevillano aguantó 18 jornadas en el puesto antes de que la directiva rojiblanca decidiera prescindir de sus servicios. 14 jornadas consecutivas sin ganar y la lamentable imagen de su Granada en muchos de sus partidos confirmaron que o se tomaba una decisión o la nave se hundía.
El club tuvo que hacer un enorme esfuerzo económico para despedir al utrerano, que pese a verse incapaz de dar con la tecla se aferró al cargo. Su imagen queda muy deteriorada tras este triste periodo en Granada. Todo el panorama futbolístico coincide en que se le ofreció una plantilla con argumentos suficientes para no pasar apuros.
Puro espejismo. El encuentro ante el Levante, el último equipo de Caparrós fue la primera piedra que se cayó del edificio, la que avisaba de que se acabaría derrumbando. El conjunto rojiblanco estuvo poco ambicioso e impotente de cara a puerta, los grandes males de la era Caparrós. Aquel día 24 de septiembre de 2014 se inició la racha más sonrojante de este club en la élite. 16 partidos sin ganar pasarían los granadinistas desde entonces, una losa casi imposible de levantar.
Las derrotas o los insulsos empates se sucedían mientras Caparrós se agarraba con fuerza a un modelo que estaba claro no ser el idóneo. Por si no fuera suficiente con exigir a futbolistas eminentemente ofensivos tareas de contención como principal cometido, prescindió de los hombres de talento a los que él mismo había pedido en verano. Rochina, Javi Márquez o Juan Carlos vieron muchos partidos desde el banco o desde la grada mientras futbolistas como Sissoko disfrutaban de una incomprensible titularidad. Caparrós tuvo la desfachatez, una vez fuera de Granada, de ampararse en las lesiones de estos jugadores «importantes» por culpa de las lesiones, cuando los había castigado muchas semanas estando en condiciones óptimas.
En casa propia
Aunque dentro del club eran conscientes de que este barco iba a la deriva, la altísima ficha de Caparrós era un enorme impedimento. Las cuentas retrasaron una decisión que debió producirse mucho antes. El utrerano aguantó en el cargo hasta el mercado de invierno. Ahí la entidad granadinista estaba dispuesta a echar el resto para solucionar el problema. La directiva hizo públicas sus intenciones de agarrarse a Caparrós hasta el final y ofrecerle con una profunda renovación de plantilla la posibilidad de dar la vuelta a la situación. Pero la competición castigó ese planteamiento y la racanería continua del sevillano. La gota que desbordó el vaso de la paciencia del presidente fue la derrota en Sevilla en la vuelta de octavos de final de la Copa del Rey.
En su Sánchez Pizjuán, ese estadio donde coreaban su nombre y Caparrós dedicaba gestos cariñosos a su hinchada mientras su equipo hacía el ridículo más espantoso sobre el terreno de juego. La desventaja de la ida y la apuesta por los menos habituales para un Granada con la moral por los suelos se tradujo en una goleada (4-0) que pudo ser mucho más escandalosa si el Sevilla hubiera querido.
Pina entendió que ya había visto suficiente y tomó la decisión evidente y tardía. Caparrós se marchó por la puerta de atrás, sin despedirse de prácticamente nadie y dejando al Granada colista de Primera con solo 14 puntos y dos victorias en su haber. Sus errores provocaron una desmotivación total. Los jugadores tampoco pusieron de su parte. Cuando dejaron de creer en el modelo, excesivamente pronto, le dieron la espalda a su entrenador. La limpieza en el mercado de invierno fue propia de una pretemporada y no de un periodo en medio de la competición.
Joseba Aguado, entrenador del filial, ocupó el puesto como interino durante unos días. Solose sentó en un banquillo de Primera, el del Vicente Calderón, donde su equipo perdió pero al menos dio la cara, mucho más de lo que se había visto hasta ese momento.
Abel era la solución escogida. Conocía el club y a algunos de los jugadores de la plantilla. Además, era experto en hacerse sentir importantes a los pesos pesados del vestuario, justo lo que el Granada necesitaba. En su segundo partido al frente de los rojiblancos logró el triunfo que puso fin a la racha de 16 encuentros sin vencer. Y lo hizo ante el Elche, un rival directo en la lucha por la salvación. La ilusión aparecía de nuevo tímidamente entre la afición.
abel resino (JORNADAS 20-34)
Como ocurriera hace tres temporadas, el club confió en un viejo conocido para solucionar la papeleta. Resino es especialista en salvar equipos en situaciones complicadas, como hizo en la ciudad de la Alhambra en su anterior etapa o en Vigo poco después. Tenía por delante 19 jornadas para hacerlo. Llegó con fuerza, con mayor predisposición al trabajo y con un sistema de juego que prometía hacer más feliz a una plantilla desencantada. Su llegada tuvo un efecto inmediato en las primeras jornadas, aunque los resultados no siempre acompañaran. El partido en Valencia ante el Levante le marcaría su futuro granadinista.
El equipo rojiblanco sabía que el que ganara aquel duelo saldría muy reforzado y el perdedor herido de muerte. Tras tener el partido controlado y ventaja en el marcador, la remontada impredecible con dos expulsiones inexplicables hundió a los granadinistas. Pese a que todavía había margen, Abel Resino no supo reconducir a los suyos y sus mensajes cada vez tenían menos credibilidad. Cargó contra la plantilla tras ser humillada en Almería. La que parecía última oportunidad de salvar al Granada, ante el Espanyol, deparó otra muestra más de pérdida de control de la situación. Y así, sin previo aviso, terminó una segunda etapa en Granada con muchas más sombras.
El juego volvía a enganchar y así parecía evidente que, tarde o temprano, acabarían acompañando los resultados. No fue así. La falta de gol fue el principal escollo con el que se encontró Resino, que se desesperó intentando encontrar soluciones a su mal. Y ahí fue donde quizá perdió el control. Sus decisiones acabaron desestabilizando a la plantilla. Cualquiera podía pasar de la grada a la titularidad o viceversa.
Los jugadores no ayudaron, ni mucho menos. Los que se suponía que debían dar la cara, los que deben asumir su rol de líderes, se escondieron. Muy pocos se salvan en esta temporada llena de récords negativos. Abel no supo mantener la motivación inicial y los jugadores deambularon por el campo en muchos partidos en los que debían dar la cara, como ante Eibar, Real Madrid, Almería o Espanyol. Muchas oportunidades perdidas, goleadas de escándalo como la vivida en el Bernabéu (9-1) y el claro camino emprendido hacia el descenso.
Un último intento
La imagen de un Granada pusilánime, descreído, sin ambición y sin fuerza cuando se jugaba la vida en casa ante el Espanyol a cuatro partidos del final obligaba a reaccionar. De madrugada Juan Carlos Cordero, director deportivo, descolgó el teléfono para ofrecer a José Ramón Sandoval, en paro, la posibilidad de recuperar el ánimo del vestuario para conseguir una reacción milagrosa. Resino era historia y Sandoval se atrevía a afrontar un contrato de solo cuatro partidos en los que no cabía ni un solo tropiezo más.
Apenas un par de entrenamientos fueron suficientes para hacer calar su mensaje. Una victoria en Getafe trabajada avaló su optimismo. Repitió éxito ante el Córdoba mientras sus rivales directos perdían fuerza y por primera vez en prácticamente toda la temporada el granadinismo creía de verdad en que la salvación era posible. Quedaban dos jornadas y las esperanzas de permanencia se multiplicaban. El porcentaje de éxito creció tremendamente cuando se llevó los tres puntos de Anoeta mientras sus contrincantes hincaban la rodilla. La última jornada, otra vez, dictaría sentencia.
No hubo partido porque el empate beneficiaba a ambos a uno más que a otro. Los resultados en otros campos se dieron y Sandoval se convirtió en leyenda.
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