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Rafael Lamelas
Martes, 23 de febrero 2016, 00:33
Nadie esperaba la llegada de José Ramón Sandoval pese a aquella enésima derrota, en ese caso ante el Espanyol. El Granada parecía sentenciado a bajar, pero entonces la directiva decidió cambiar de registro, pese a que ya lo había hecho en aquella misma campaña una vez. A Joaquín Caparrós le sucedió el regreso de Abel Resino, y al toledano le sustituyó el de Humanes, en paro desde que saliera del Sporting de Gijón. Pina, en una presentación exprés, entonó aquella frase ya para los anales. Que era «imposible» que el Granada descendiera. Sandoval le tomó la palabra, se esmeró en depurar malos pensamientos en el vestuario y consiguió tres victorias y un empate que fraguaron otro curso más en la élite y su probable oportunidad de arrancar el proyecto desde el verano.
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La inestabilidad en el club, con aquel compás de espera del inversor Gino Pozzo sobre cómo enfocar el nuevo año, retrasó la firma de un contrato que al principio se daba por hecho, pero ante el que empezaron a surgir bastantes dudas. El presidente no movía ficha y alimentó las conjeturas, pero una vez que el diálogo con la propiedad quedó resuelto, el anuncio de la renovación fue inmediato. Sandoval tenía así la oportunidad de encabezar la gestión en la élite, con todo el mercado veraniego por delante, y la ilusión intacta de dejar «patas arriba» una ciudad donde había caído de pie. Los resultados, sin embargo, nunca estuvieron a la altura de sus pretensiones. Por fases, el Granada ha sido un equipo con iniciativa con el balón, que ha generado más ocasiones de gol que nunca en este periodo con los mejores, incluso cuestionando el supuesto dominio de potencias futbolísticas con mucho más presupuesto, pero cuyo lastre siempre estuvo en la precariedad defensiva. Tanto en la interpretación de los diferentes sistemas como sobre todo en sonoros errores individuales, el Granada fue una bicoca para los contrarios en su parte de atrás. La cifra de 51 tantos sufridos en estos 25 partidos habla por sí misma.
Es curioso que este equipo clavaba, hasta la fecha, los resultados de la primera vuelta. No en el tanteo, pero sin en el signo. Al ecuador del campeonato se llegó fuera de descenso, que ha sido a lo que se ha agarrado en parte el cuerpo técnico antes de lo que ocurrido ayer. Sandoval ha lidiado con una plantilla en la que veía calidad, pero en la que le brotaron unos cuantos garbanzos negros. La dirección sacó en invierno a Piti, Thievy y Nico López, con los que Sandoval había tenido tiranteces, sobre todo con el primero, con el que el enfrentamiento fue intenso. Llegaron refuerzos, pero se quedaron algunas posiciones vacías, como el lateral izquierdo, donde todos esperaban cerrar a un jugador, y también un central rápido, pues Ricardo Costa lo que sumaba era sobre todo jerarquía.
Sandoval ha intentado serenar un ambiente algo viciado y trabajar con denuedo para revertir la línea de marcadores adversos. No ha podido ser, pese a su esfuerzo. Él estrenó la ciudad deportiva del club, en la que el conjunto ha podido ejercitarse magníficamente. Las condiciones no han faltado y eso es noticia revisando el pasado del Granada.
El equipo fue pretencioso en su apuesta táctica, pero en el fútbol impera al final lo que refleja el luminoso. El fútbol le dio la espalda al entrenador y su crédito se agotó para los que mandan.
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