En 1845, el capitán John Franklin zarpó de Inglaterra con dos barcos, el Erebus y el Terror, en busca del Paso del Noroeste. Llevaban provisiones ... para tres años, pero su plan de navegación no estaba diseñado para adaptarse al entorno. Las naves quedaron atrapadas en el hielo del Ártico canadiense y murieron los 129 integrantes de la expedición.
En cierto modo, el Granada de Fran Escribá guarda similitudes con este trágico episodio de marinería. Durante su primer mes al mando de la nave nazarí, el entrenador siguió una hoja de ruta enfocada en una mejoría defensiva y competitiva, pero cuando han llegado las tormentas del Ártico, cuando el equipo se ha fisurado, el técnico no se ha desviado de un plan ineficiente. La extrema rigidez de sus planteamientos, como la del capitán Franklin, que ignoró las señales de alerta, mantiene a los rojiblancos varados en mitad de tabla desde hace demasiadas jornadas.
El Granada, como el Erebus y el Terror, ha quedado atrapado en una mediocridad capaz de congelar las esperanzas de cualquier aficionado. Ni se han corregido los problemas defensivos que lastraron a Guille Abascal, ni se ha adquirido la capacidad de dominar los tiempos, ni hay una alternativa sólida a un esquema que desabriga el centro del campo, eje neurálgico de cada partido. Y, como en el Ártico canadiense, cada jornada que pasa es más difícil escapar de una muerte horrible.
Franklin y sus hombres intentaron salvarse cuando era demasiado tarde. Abandonaron los barcos y trataron de huir a pie de un infierno helado, pero murieron en el intento. El Granada aún tiene tiempo, pero no demasiado, y aunque el ascenso directo parece ahora inabordable, las opciones de alcanzar el 'play off' no son quiméricas. En Segunda, dejarse ir tan pronto carece de sentido y plantea un escenario muy complejo para el club, sobre todo por la acumulación de desdichas desde el último ascenso. De no ganar al Real Oviedo, el club tendrá que valorar un cambio de dirección antes de que la temporada se hunda definitivamente.
La expedición perdida de Franklin dejó una enseñanza innegable: el hielo siempre gana si no te mueves a tiempo.
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