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Fran Rodríguez
Granada
Domingo, 23 de agosto 2020, 21:09
Siempre botó en el área la duda de quién era Adrián Ramos para el Granada y qué suponía para este haber portado ese escudo. Su carta de presentación quedó emborronada por aquel descenso infame tras el que, a pesar de su deseo de salir, siguió. Más difícil todavía en Segunda, con el cartel de favoritos para ascender y, en lo individual, todos los focos sobre él, segundo chasco. Cualquiera habría salido huyendo.
Y en esas se encontró a las órdenes de Diego Martínez. «Ha sido un ejemplo para todo el vestuario», despidió el vigués a uno de sus jugadores más apreciados, por mucho que su presencia sobre el césped fuera testimonial tras ascender. El colombiano cambió con la implantación del 'pasito a pasito' y, como ocurrió con Soldado, rejuveneció y trabajó a destajo embelesado por el discurso de Martínez.
Tornó en capitán sin brazalete (lo rechazó porque creyó no merecerlo), líder sosegado del vestuario, punto de apoyo para el grupo por su actitud, su entrega y el ejemplo de toda una carrera goleando. En Primera, por desgracia, ya no le daba. Participó en siete encuentros y no logró dejar huella en ninguno. Tampoco lo tuvo nada fácil en aquellos encuentros, como en el disputado ante el Getafe en el Coliseum o el tedioso empate en Valladolid. Pero era en las intimidades del vestidor nazarí donde Ramos seguía siendo una figura respetada y querida.
Y es que ni sus compañeros ni los dirigentes olvidaron el difícil verano que protagonizó. Mantuvo una tensa situación con John Jiang por el impago de parte de su sueldo y acabó con LaLiga metiendo las narices y sancionando al club con una merma en el tope salarial. El ácido escenario extradeportivo no evitó que el jugador lo diera todo. Se marchó en Eibar pero dejando pocos días antes un doblete en el partido de Copa ante el Hospitalet cuando el equipo estaba al borde del 'KO'. Bendijo la aventura copera y portó el brazalete. Como el café, pudo dejar un poso amargo pero se obcecó en evitarlo, derritiendo molinos en Albacete como si terrones de azúcar fuesen para meter EL GOL. La noche que la cafeína de Ramos sacó a todos del sueño. Volver a Primera era una realidad y para siempre quedaría, como con Ighalo en Elche, la imagen del colombiano apuntando con sus dedos al cielo.
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