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Fran Rodríguez
Granada
Jueves, 10 de marzo 2022, 00:42
Ezequiel Ponce no se esperaba aquel regalo. Como el resto de la temporada, pasaba sin pena ni gloria por el guion torcido de aquel partido ante el Valencia. Merodeaba por las inmediaciones del área sin poner en peligro la portería de Diego Alves hasta que ... el brasileño cometió un desliz anecdótico para su equipo y también para el rojiblanco, si no fuera por lo que ocurrió después.
El portero resbaló en un saque de puerta y su envío fue directo a las botas de Ponce, que apenas había replegado. El argentino controló y encaró los metros hacia la portería sin oposición. Los centrales recuperaron la posición a tiempo, pero el delantero se los quitó de encima con un recorte y la cruzó con la zurda. Un buen gol que de nada servía, pues en menos de una hora los che se habían puesto 0-3 ganando. El tanto se celebró con poca fe y un tanto de 'malafollá' granadina. Ponce, criticado por su paupérrima temporada, se acercó a la grada y se llevó el índice a los labios. Mandaba callar a su propia afición en el que fue el segundo y último gol que anotó con la camisola rojiblanca. Un acto tan ridículo como el descenso.
Porque aquel fue el año del lamentable descenso a Segunda, noqueados los rojiblancos desde el principio de un proyecto –el primero bajo la propiedad asiática– del que molestó más la poca identidad y amor propio del equipo que las pobres cifras logradas.
De aquel lamentable curso, quedó muy marca esa imagen, la de Ponce mandando a callar a una afición que vivía una auténtica pesadilla y que jamás perdonó aquel acto del argentino. Esa derrota ante el Valencia minó las poquísimas opciones, sobre todo a nivel sensorial, que quedaban de permanencia. Lucas Alcaraz fue despedido, Tony Adams asumió el banquillo en una estrambótica etapa y cuatro partidos más tarde, el 29 de abril de 2017, se consumaba en el otrora Anoeta la plaza perdida en Primera.
Si Ponce no logró entonces, con un gol anecdótico, acallar la crítica del granadinismo, nada hace pensar que pueda hacerlo ahora vistiendo la camiseta franjiverde del Elche cuando el 'speaker' anuncie su nombre si tiene minutos este sábado, ya sea desde el banquillo o anunciándose en el 'once' inicial de Francisco Rodríguez. La afición no ha olvidado aquel detalle, esa extraña celebración que no ayudó a reenganchar a la hinchada con un equipo que se desangraba cada fin de semana. Más bien todo lo contrario.
Tras aquel año cedido en Granada por la Roma, Ponce perdió brillo. El ariete había llegado como uno de los delanteros jóvenes más prometedores de Sudamérica. Había debutado en Newell's Old Boys con 16 años y el gigante italiano apostó por él. Granada fue su primera aventura en Europa. Comenzó a la perfección, con la confianza de Paco Jémez y anotando el gol del empate en la jornada inaugural. Luego pasó una sequía de meses sin anotar hasta el polémico gol al Valencia. Quedó como uno de los jugadores más cuestionados.
No ayudó aquel curso en Los Cármenes a quedarse en la 'Ciudad Eterna', por lo que se marchó cedido al Lille, donde tampoco cuajó. Tres goles en 32 partidos fueron un corto bagaje. Donde sí lo hizo muy bien fue en Grecia, en su tercer préstamo consecutivo. Acertado, celebró 21 goles y fue vendido al Spartak de Moscú.
En Rusia logró ser aquel delantero del que se hablaba cuando llegó a Granada. En propiedad, resultó ser un jugador mucho más capaz, maduró y participó en más de 30 goles entre dianas y asistencias en temporada y media. Luego se rompió el menisco y le tocó perder todo el protagonismo que había adquirido en la escuadra moscovita. Necesitado de minutos, llegó este mes de enero al Elche en el último día de bazar invernal.
Enfundado en una elástica siempre vista con recelo desde aquella batalla por el ascenso, Ezequiel Ponce vuelve a pisar Los Cármenes, deseando hacer valer la 'ley del ex' para llevarse, seguro que ahora con más sentido, el índice a los labios.
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