Una tarde de rayos y truenos en la casa del Granada

Ambas aficiones se dieron cita en los aledaños del estadio para celebrar un divertido hermanamiento horas antes del pitido inicial. Las peñas 'Matagigantes' y 'Al Sur de Riazor' –las dos con sede en la ciudad– intercambiaron bufandas para sellar una amistad mediante un reencuentro que no se sucedía desde hace un lustro. La vuelta de los coruñeses al fútbol profesional alegra a gran parte del país, puede que hasta incluso a algunos de sus vecinos de Vigo. El barrio del Zaidín, 'invadido' por el blanquiazul, dio ejemplo de pasión por los colores y de rivalidad sana con cero incidencias registradas. Como debería ser siempre. Más de 500 deportivistas cruzaron la península para sacar a relucir su orgullo por el último ascenso. Una imagen que mantuvieron durante los 90 minutos con sus cánticos y su nervio eterno. Incluso bajo la lluvia, que no les pilló de sorpresa. Una estampa completamente antagónica con la de la hinchada local.

El granadinismo lleva gris desde hace un año. El fatal curso pasado que derivó en la pérdida de la categoría sigue muy presente en la mente de todos. Seguro que también en la de los propios jugadores que repiten estancia. Tampoco ayudaron los primeros reveses del curso en pos de hacer borrón y cuenta nueva. Las dos derrotas sufridas en Los Cármenes hicieron mella en la moral de muchos, pero por momentos parecía que en esta ocasión no habría razones para la tristeza. El Granada arrancó el choque vivo y alegre, liderado ante la ausencia de sus internacionales por un joven debutante totalmente ajeno a los vicios del pasado. Fue Reinier Jesus el que marcó el son del equipo en el arranque con sus virguerías con la pelota, aquella que mandaba para un lado y para el otro causando estragos en los zagueros rivales. Por fin, una razón para creer en un desenlace distinto. Uno que, por primera vez, hiciera sonreír a los rojiblancos en lo que queda de verano.

Enrolado en un nuevo sistema que ideó el técnico, el jugador aún propiedad del Real Madrid se entendió de maravilla con Shon Weissman y Pablo Sáenz en el ataque nazarí. Los pases de Reinier activaron a ambos en la tan ansiada búsqueda del tanto. Sobre todo para el israelí, que necesita estrenarse para calmar su hambre de gol. Tendrá que ser otro día, pues la lluvia apagó su llama. Y la del Granada.

El diluvio encharcó Los Cármenes y los planes de Abascal, que quedaron en papel mojado. Bastaron un par de minutos del segundo acto para devolver la realidad al campo que una vez acogió grandes citas europeas. No hace tanto, apenas unos cuatro años. Pero de aquello solo parecen quedar los recuerdos. Otro desbarajuste atrás recuperó la apatía y la desesperación, así como la incertidumbre a raíz de lo que está por venir. Nula animación salvo en fases puntuales, cánticos que declaran la guerra civil a la directiva, un equipo que no despierta nada en su gente. Los verdaderos rayos y truenos que ni siquiera un risueño brasileño con un repertorio pleno de filigranas pudo evitar. La grada vacía a pesar del paraguas. Una tarde de tormenta en casa.