Jueves, 12 de noviembre 2020, 20:06
El domingo en San Sebastián la cantera rojiblanca sacó pecho al ver a algunas de sus perlas dando la cara por el primer equipo en una situación desesperada y caótica. Sobre todo, algunos granadinistas aplaudieron que, entre el desastre, brotaran del césped figuras como Ángel Jiménez o Isma Ruiz, granadinos para más orgullo. Sin embargo, la presencia de tantos juveniles en un partido oficial del primer equipo no suele deberse a buenos motivos. Y no siempre acaba bien. Como ha recordado @GCFStats en Twitter.
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En los albores de la temporada 1984-85, con el Granada en Segunda, se venía ya rumoreando el descontento de los jugadores de fútbol profesional por el convenio colectivo. Los futbolistas no veían bien acordado el tema de los derechos de imagen, por lo que amenzaban con una huelga que sería, en ese momento, la tercera del fútbol nacional. El pulso lo propusieron los presidentes, y el gremio de los tacos y las espinilleras sacó músculo para tumbar al de los trajes y corbatas.
Al final, la segunda jornada de Liga se jugó, como querían los presidentes, pero sin la participación de sus mejores jugadores. Ellos, como la mayoría de aficionados, hicieron caso omiso al fútbol ese fin de semana. En los campos españoles, semivacíos, los entrenadores alinearon a cientos de juveniles obligados por las circunstancias.
El del Granada era Nando Yosu, que viajó a Mallorca con jugadores del Recreativo. En la primera jornada, los rojiblancos habían dado una muestra de categoría ganando 3-0 al Castelón y con las miras en el ascenso a Primera. En esa huelga se torció todo. En tierras baleares, el Granada cayó 5-0 alineando a Edu, Toci, Castillo, Julio II, Tinas, Enrique, Alberto, Paco, Gálvez, Antoñito y Agustín. Saltaron en el segundo tiempo Benito e Ignacio. Un partido que el granadinismo trató de olvidar en breve, pues se culpaba a la patronal y también a la directiva de lo sucedido.
Las posturas entre jugadores y directivas no se acercaron en ningún club, tampoco el Granada. De hecho, se postergaron las siguientes jornadas y la primera ronda de Copa no se celebró. Los clubes estiman que perdieron algo más de 50 millones de pesetas en esa huelga. La decisión de Candi, el presidente rojiblanco, fue cerrar Los Cármenes, por lo que los jugadores acabaron entrenando por su cuenta y en alguna sesión celebrada en Cubillas. «Si hoy pudiera, yo cambiaría a toda la plantilla», llegó a exclamar el presidente del Granada.
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El ambiente en el vestuario nunca volvió a normalizarse ni desconvocada la huelga. Lo pagó Nando Yosu, destituido por los malos resultados deportivos. Un equipo que tenía visos de ascenso no logró cerrar esa brecha, coser la herida y acabó descendiendo a Segunda B y enfrentados con un presidente que, no obstante, sería reelegido en unas elecciones realizadas pocas semanas antes de tocar fondo.
La situación sólo se asemeja a la actual en el gran número de recreativistas y juveniles que tuvieron que jugar un partido del primer equipo. Aquella era una plantilla enfrentada a la directiva (como tantas otras ese año) por motivos sindicales. En esta, afición y directiva han arropado a un plantel ejemplar y profesional que ha sido duramente golpeado por una pandemia global y obligado a jugar, sin apenas efectivos, un partido de la máxima exigencia.
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