El único que vivió un final feliz la pasada temporada

Sin alcanzar las cotas de un culebrón en toda regla, su fichaje animó las primeras semanas de mercado. Una situación contractual un tanto peculiar le hizo salir del Barça gratis cuando el balear era una de sus principales joyas. Aunque su fútbol era casi un contraestilo del de La Masía, su ímpetu y garra marcaban diferencias en la extinta Segunda B. Con dinamismo y pegada, opositó a cubrir la enorme baja de Yangel Herrera.

Pero la ilusión duró lo que tardó en irse el verano y aparecer el frío. Agitado en las primeras jornadas, se le dio el beneficio de la inexperiencia, pero no terminó de asentarse en el equipo. Contó con minutos suficientes para palpar la categoría y acabar domándola, pero ni terminó de ser un perro de presa en las labores defensivas ni tampoco maravilló con un golpeo que, por otro lado, sí tiene.

Descentrado, pronto empezó a quedare rezagado. Incluso Isma Ruiz le arañó minutos como volante. De fuerte carácter, uno de los resúmenes de su etapa en el Granada está en aquella expulsión ante el Real Madrid. Tan cierto es que la roja fue exagerada como que el jugador rojiblanco parecía venir buscándola. Era la viva imagen de la impotencia. El matrimonio con el Granada no había funcionado. Y ambos querían.

Sin embargo, lo que son las cosas, el fútbol le tenía deparada una cesión que al principio parecía casi un castigo y ha acabado siendo una bendición para Monchu. Recaló en invierno en Valladolid. Los pucelanos se guardaron una opción de compra asequible si se daban ciertas condiciones. Y todo ocurrió. Monchu anduvo el camino contrario que el Granada. Se reencontró como blanquivioleta, jugó 15 partidos a muy buen nivel, anotó dos goles y celebró el ascenso a Primera mientras en Granada se lloraba el descenso. Tendrá vida extra en la élite.