'La nube es la nube'

El 19 de octubre de 1973 una riada destrozó el pueblo de La Rábita. Recordamos el desastre con este artículo publicado en IDEAL el 27 de octubre de 2013, con motivo del 40 aniversario del suceso

Laura ubago

Lunes, 19 de octubre 2015, 13:06

Maribel tenía 7 años y le encantaba el colegio. Tanto, que cuando su madre, le dijo que se fuese con ella y con su padre a Granada, para una cita médica, le pidió que la dejaran allí, en el pueblo con los abuelos, para no perder escuela el viernes. Era jueves 18 de octubre de 1973 cuando Isabel y José Maldonado se despidieron de la niña y de su bebé de once meses, Paquita. Se quedaban con los abuelos paternos, con José "El Castizo" y su señora. Lo que no sabían es que nunca volverían a ver con vida a ninguno de los cuatro; el cuerpo de Paquita, ni siquiera lo encontraron.

Publicidad

Al día siguiente de haber dejado a sus niñas en Albuñol, José Maldonado le pidió a la Guardia Civil que custodiaba la carretera, que le dejase entrar en el pueblo, que tenía familiares allí. Una tormenta desastrosa, inmensa, larga y contundente -durante toda la madrugada del viernes 19- acababa de machacar a La Rábita y también había afectado a Albuñol, donde estaba la casa familiar. Cuando enfilaron las calles del pueblo, una vecina les dio la fatídica noticia. Sus padres y sus hijas habían desaparecido. La riada había arrancado de un bocado su casa. José se había quedado sin familia en apenas unas horas de tragedia. Estaba solo en el mundo, con Isabel.

Pedro Morales, 72 años, -32 aquella fatídica noche-, fue quien se encontró a José "El Castizo", antes de llegar a la playa. «No tenía ni un arañazo y estaba limpio, como recién lavado», rememora Pedro todavía emocionado. La madre de José y su hija Maribel aparecieron en la costa malagueña. Hasta allí las había llevado el agua. «Yo siempre le pido a Dios que no me deje comprobar qué resistencia tiene el ser humano», dice llena de dolor Isabel, que aunque luego tuvo dos hijos, «el hueco de las otras dos no lo tapa nadie», confiesa. José dice que cuando uno pierde a sus padres y a sus hijas de un zarpazo uno se queda «trastornado mucho tiempo», aunque la vida, dice, «te enseña a vivir con los problemas».

El jueves 18 de octubre amaneció lloviendo sobre La Rábita y Albuñol. «Era una lluvia fina, muy bonica para el campo», recuerdan. En el colegio rabiteño, según cuentan algunos chavales de aquel entonces, cantaron, como era habitual, la coplilla infantil que pide que llueva a la Virgen de la Cueva. Nadie podía presagiar que el cielo se iba a abrir de par en par pocas horas más tarde. Cuentan que sobre las once de la noche empezó a apretar y que a partir de ahí, hasta bien entrada la mañana, fue diluviar. Lo peor, según recuerdan los que vivieron la nube, no era la lluvia, si no, las olas que formaban las dos ramblas de Albuñol que bajaban cargadísimas y con una bravura inmisericorde.

Aquella larga madrugada del 19 de octubre, no durmió nadie. Los rayos no paraban de caer y la comunicación telefónica, se cortó. Así, dentro de las casas de La Rábita y Albuñol, cada uno vivió su propio infierno sin saber cómo lo estaba padeciendo el resto del pueblo. Los padres, despertaron y vistieron a los niños para huir de las casas, y los vecinos ayudaban a sacar a las familias que peligraban en sus viviendas.

Publicidad

Así lo recuerda Pepe Lupión -unos 19 años, por entonces- que tuvo que romper, junto a sus padres y ayudado por los vecinos, el tabique para escapar de su casa. «No sé qué hubiese pasado si no llegamos a salir de allí», cuenta.

Muertos y desaparecidos

Hace ya 40 años de aquella noche maldita en la que murieron más de 40 personas y desaparecieron otras tantas, aún indeterminadas. No hay ni un solo día, en que alguien no recuerde, aquella maldad de la naturaleza. Al municipio de Albuñol la nube afectó solo a una zona, a la actual avenida de Andalucía. La rambla Aldáyar chocó contra un cerro y el rebotar impulsó el agua con mucha fuerza contra las viviendas. En uno de esos bofetones, murió la familia de "El Castizo".

Publicidad

El problema de La Rábita fue mucho mayor. A las cinco de la madrugada del viernes, el temporal provocó una tromba de agua y barro por la rambla de Albuñol. Los materiales arrastrados -animales, coches, camiones de gran tonelaje- cegaron el puente sobre la rambla y aquello, reventó. El puente hizo de presa y provocó la inundación inmediata de una parte del pueblo, que se quedó con el agua que traspasaba las puertas de las viviendas, a más de un metro y medio de altura. En este inmenso lodazal quedaron sepultadas personas, animales, vehículos, edificios y entre ellos, una construcción de cinco plantas -con un taller en su parte baja- en la que habitaban unas 25 personas -adultos y niños-. Todos murieron.

«Recuerdo cómo me despedí de aquellos niños, que se los llevó la riada. Por la mañana, cuando pasó todo, salimos a la playa a buscar pelotas y los brazos de los cadáveres sobresalían entre la arena», recuerda Manuel, rabiteño, que por aquel entonces tendría unos seis o siete años. Él y otros niños, fueron enviados al colegio menor de Motril, porque en La Rábita, las condiciones no eran las adecuadas.

Publicidad

Cada albuñolense y cada rabiteño, tiene la historia de aquella noche marcada a fuego. Y luego están los relatos comunes que han pasado a formar parte del patrimonio del pueblo, como la vivencia de aquel matrimonio que se salvó porque permanecieron al menos cuatro horas subidos a una silla y abrazados o la de aquel camionero, que viendo la fuerza del agua, pegó el vehículo a la fachada de la casa del juez, don Arturo, e intentó entrar por el balcón, con el consabido susto que se llevó la familia.

El fin del mundo

«Aquello parecía el fin del mundo. Era como un tsunami», recuerda Pedro Morales que, al ver que su familia estaba a salvo, se echó a la calle, en Albuñol, para ver si podía ayudar a alguien. «Yo sabía que en La Rábita habría muertos pero...». Pero nadie se imaginaba un panorama tan desolador. La vida enterrada en el mar o en la playa, las casas sobre los cimientos con aspecto de palillos, y hasta un bloque de pisos completamente arrasado, afortunadamente vacío, porque aún no se había habitado. Manuel Melgares, rabiteño «de pura cepa», recorre el paseo marítimo de La Rábita, 40 años después de la maldita nube que los nubló. Se para junto al monolito que acaban de inaugurar -el día de la efemérides- el presidente de la Diputación de Granada, Sebastián Pérez, el de la Diputación de Almería, Gabriel Amat (nacido en El Pozuelo) y el alcalde de Albuñol, Juan María Rivas.

Publicidad

«Desde que han puesto esto -señala el monumento- todas las mañanas paso por aquí y me acuerdo de toda esta gente», dice este vecino pidiendo disculpas por su emoción. De todas formas, también se acordaba todos los días, antes de que instalaran el monolito. «Es que, (titubea), aquí, la nube... es la nube», dice Manuel como si le diese miedo el mero hecho de pronunciarlo.

Es caer cuatro gotas y se le ponen los pelos de punta porque recuerda cómo aquella noche, en una de las ocasiones que las olas -de las ramblas- remitieron, se armó de valor y agarró a su mujer y a su hijo que tenía solo 20 días y salió de su casa, en mitad del diluvio universal para salvar sus vidas. Y se salvaron. Pero el alma de Manuel se quedó tocada y vuelve a emocionarse al recordar cómo limpiaron al bebé con toallas porque no había ni agua. Agua de la mala, mucha. Del grifo, ninguna.

Noticia Patrocinada

«Por la mañana recuerdo el fuerte olor alcohol -había una fábrica cerca- y el silencio, sobre todo el gran silencio», cuenta el alcalde de Albuñol, Juan María Rivas. Por la mañana llegó la calma y apareció un día sin una gota de lluvia, un día cualquiera de otoño junto al mar. Estaba todo asolado. Había que sacar los colchones al sol y recuperar cadáveres. Los niños deambulaban junto a los féretros y los helicópteros y barcos trataban de alejar a la gente de aquella miseria y de aquel dolor profundo. Hubo solidaridad de otros pueblos, llegaron los Príncipes para tratar de frenar el dolor y después de recoger el barro y de rezar por los difuntos, los vecinos se encontraron de frente con la pobreza. Con los campos arrasados, empezaron a sembrar invernaderos, también en la lengua de tierra que se había creado en la playa.

Hoy, 40 años después, la herida no sangra, pero aún está abierta. De la nube, no han aprendido nada, tan solo que la vida puede dar un giro inesperado, un 19 de octubre.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad