andrés cárdenas
Martes, 20 de octubre 2015, 12:37
Málaga amaneció el día 18 de octubre de 1562, domingo para más señas, con su cielo cubierto de unos nubarrones espesos a punto de descargar. Mal día para navegar. En el puerto aguardaba fondeada la flota de la Armada Española, compuesta por 28 galeras, que estaba a punto de salir para Orán. El capitán general, don Juan de Mendoza, había aceptado a regañadientes la misión. No le gustaba navegar en invierno con barcos veloces, aunque demasiado frágiles para aguantar tempestades. Pero un marino con su hoja de servicios jamás desobedecía una orden. Haría el viaje. Fue el último de su vida. Murió al día siguiente junto con otros cinco mil desgraciados en el llamado naufragio de La Herradura, una bahía de la costa granadina, a escasas millas de Málaga.
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El terrible suceso, que se saldó con el hundimiento de 25 de las 28 galeras por culpa de un repentino cambio de viento, apenas es recogido en los libros de historia, aunque sí se conoce el testimonio de tres supervivientes. Entre ellos Martín de Figueroa, que describe las circunstancias del naufragio y la desolación y la muerte de tantos hombres: «Era gran compasión de verlos, porque los vivos andaban en cueros y los muertos, tantos, que no se verá otra cosa en la playa».
La flota destrozada aquel 19 de octubre había sido creada por Felipe II para defender los intereses del Imperio en el Mediterráneo y evitar las continuas incursiones de turcos y berberiscos en las costas españolas. «La evidente necesidad de mantener la supremacía naval en el Mediterráneo era una cuestión que ya se había planteado desde el reinado de Carlos V y fue su hijo, Felipe II, el que mandó construir cincuenta galeras para la campaña definitiva contra el turco», explica Mari Carmen Calero, catedrática de Historia de la Universidad de Granada, que ha dedicado varios años a investigar la catástrofe naval.
Una veintena de galeras quedarían para defender los intereses de la corona española en Nápoles y Sicilia, y el resto, al mando de Mendoza, navegaría por las costas españolas. Tendrían la misión de aprovisionar de víveres y soldados las plazas que España tenía en Orán y Malzalquivir, en el norte de África. Pero antes esperarían fondeados en Málaga a que pasara lo más crudo de un invierno que ya se aproximaba. Sin embargo, recibieron la orden de cargar los barcos de dinero, munición y provisiones, con familiares de soldados incluidos, para dirigirse a los dos puertos africanos. Siete mil personas en total. La flota se hizo a la mar el 18 de octubre. A las pocas horas de partir se desató un fuerte viento de levante y Mendoza decidió poner rumbo al refugio natural que ofrecía La Herradura, una ensenada en forma de U, un protector enclave que ya conocía por haberlo utilizado en otras ocasiones, cuando las circunstancias meteorológicas así lo requerían.
Continuaron la navegación en malas condiciones, agravadas al rolar el viento de levante a viento del sur, temido por todos los marineros. También apareció la lluvia. Remaron intensamente durante la noche y consiguieron entrar en La Herradura. Echaron el ancla y cuando se creían a salvo, de nuevo se desató un vendaval proveniente del suroeste, con tal violencia que a la flota no le dio tiempo a salir pitando. La furia de las olas empujaron sin orden a las galeras: muchas se estrellaron contra las escarpadas rocas que flanquean la bahía y otras chocaron entre sí. Solo "Soberana", "Mendoza" y "San Juan" consiguieron resguardarse detrás de la llamada Punta de la Mona, pero las demás se hundieron en el mar. La última, "La Capitana", al mando de Mendoza, que pereció ahogado tras ser golpeado por uno de los mástiles. Tal fue la fuerza del temporal que su cuerpo apareció en las costas de Adra, a más de 60 millas. Dos días después todavía seguía la mar devolviendo cadáveres entre maderos, retazos de lona y cueros de vino y aceite reventados.
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El porqué la Historia no se ha ocupado de esta gran catástrofe naval (a la que incluso se refiere Cervantes en "El Quijote") es un misterio, aunque se supone que el propio Felipe II prohibió que se hablara de la misma para no dar esperanzas a los turcos. «Por aquellos años la Corte estaba llena de espías y si los turcos se hubieran enterado de que la flota se había hundido, habrían actuado», cuenta Tomás Hernández, profesor que ha escrito un ensayo sobre la tragedia. Dos décadas después llegó el desastre de la Armada Invencible, que por su trascendencia eclipsó el naufragio de la bahía granadina.
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