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villar yebra
Miércoles, 4 de noviembre 2015, 11:58
La calle del Plegadero Alto inicia su acceso al collado del Mauror desde los pies de la iglesia de San Cecilio; sube en recta y suave pendiente, hace algún tiempo abierta al tráfico rodado; y termina su trazo en la encrucijada de la cuesta del Realejo, la calle de Alamillos y la Alcubilla del Caracol; donde hace los años suficientes para que casi nadie se acuerde desde cuándo se haya seco el pilarillo de Morales, que se nutría del caudal sobrante de la acequia de la Alhambra.
Bajo la calle del Plegadero Alto yace, ignorado, un pasadizo subterráneo, del tiempo musulmán; una más de tantas galerías abovedadas, inexploradas aún; desconocidas durante siglos, de las que hay varias en este barrio del Mauror.
En un carmen de la calle Plegadero Alto, vivió, hasta su muerte, el famoso pintor Gabriel Morcillo Raya; uno de los maestros de la pintura española moderna; de los dedicados a la figura y el retrato, contemporáneo de Sotomayor, Zuloaga, Soria Acedo, los Carazo, etc de la escuela del realismo, Morcillo, que fue discípulo de Cecilio Pla, fue un pintor de gran virtuosismo técnico que han dejado unas obras valiosas, entre las que yo destacaría el magnífico retrato del pintor Capulino Jáuregui; obra que puede equipararse a lo mejor de la pintura del siglo actual.
Precisamente, es la tapia del carmen de Morcillo la que vemos en mi dibujo de hoy; con el fondo de cipreses y desbordada por las matas de glicinas, ahora florecidas por breve tiempo con sus flores arracimadas, que los escandinavos llaman luvia azul, aunque su color es morado.
Esta calle del Plegadero Alto tiene un aspecto riente, como todo este barrio del Mauror, orientado hacia la solana. Es cálido y la luz del sol permanece clara, hasta los últimos momentos del día, cuando ya la penumbra va invadiendo otras zonas de la población. Pero el día que enterraron a Morcillo, en medio del invierno, llovía a torrentes; y, naturalmente, el barrio tenía un aspecto húmedo y oscuro. Se ve que un antiguo discípulo del maestro, que jamás antes había pisado el Mauror, y fue aquel día al entierro, vio por primera y única vez bajo el nublado y el chaparrón, las calles del barrio; y, por eso, después, lo escuché decir en la tertulia del Centro Artístico, que Morcillo había vivido siempre en un barrio triste y húmedo. Y es que el hombre tenía la impresión de la única vez que había estado allí.
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