césar girón
Jueves, 7 de enero 2016, 08:44
Salvo los capitanes y señores vasallos de los reyes que con ocasión de alguna revuelta o algarada, normalmente nocturna, han penetrado rápidamente los muros de Granada, nadie entre los castellanos teníamos un conocimiento de cómo era realmente la ciudad de Granada, salvo por referencias. Dª Isabel pidió a su secretario D. Fernando de Zafra y al licenciado Calderón que era su deseo ser informada inmediatamente de cómo era Granada, un anhelo que nuestra Reina quería ver cumplido muy especialmente desde que el pasado 18 de junio se produjera la trágica escaramuza de la Zubia, en la que por ver más de cerca la ciudad de Granada, resultaron más de seiscientos muertos entre moros y castellanos. Recordemos que en aquella ocasión, acompañada del rey Fernando y el príncipe, su hijo y de toda la caballería del real, púsose nuestra reina junto a la villa de La Zubia, guardada desde la sierra próxima por el Duque de Escalona, el conde de Ureña y Don Alonso de Aguilar con sus batallas.
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Y que pusieron el rostro a la ciudad el conde de Tendilla, el de Cabra y Don Alonso Fernández de Sotomayor, señor de Alcaudete y de Montemayor, a los que la Reina les había pedido especialmente que evitasen todo enfrentamiento con los moros que salían de Granada al encuentro con nuestras tropas, resultando al final de la jornada, los referidos más de seiscientos muertos. En cumplimiento de este desvivir, la Reina ha sido informada -nosotros lo hacemos ahora para nuestros lectores- que Granada, cabeza del más maravilloso reino árabe del que se tenga noticia al occidente de Damasco, cuenta en la actualidad con más de doscientos mil habitantes que malviven en espera del fin del asedio y de la larga guerra con nuestras tropas. La ciudad se halla situada principalmente sobre dos escarpadas colinas, la de la Sabika, en la que se alza desde tiempo inmemorial la sin igual Alhambra, y la del Albayzín, y desciende hacia la feracísima Vega que cruza el río Genil y limitan las estribaciones del monte Sulayr y las sierras de Parapanda, Elvira y Alfacar, y los lejanos campos de la villa de Alhama. La variedad de perspectivas da a Granada un singular valor panorámico, realzado por los encantos del cielo, la luz y la vegetación, que sumados a las creaciones del arte de los nazaríes y a los muchos recuerdos históricos que alberga dentro de sus defensas, hacen de ella una ciudad universal. Su río principal, el Dauro, en cuyas orillas reposan pepitas de oro buscadas con ahínco por los granadinos de todos los tiempos, dibuja la ciudad de las mil y una noches, el Damasco de occidente, que es Granada.
Feracidad y hermosura
La ciudad presenta hoy un ambiente triste por nuestra presencia, por el gran frío reinante y los arreboles de copos de nieve que penden en su atmósfera, pero su gente es hospitalaria y el tono general de la ciudad ha sabido conciliar su expansión urbana, con la riqueza de la agricultura y el fomento de diversas industrias y artesanías muy peculiares. Han informado a la Reina que la fisonomía típica de Granada debe buscarse, mejor, naturalmente, en los rincones de sus barrios más viejos y aún en los demás que sin ser antiguos por haber surgido con las últimas remesas de granadinos llegados desde todos los puntos de su reino a causa de nuestro avance, tienen un ambiente propio, como el Rabad Alfajjarin, el Rabad Zacaya-Albacery, el barrio de la puerta del Arenal o Bib-Rambla, Bucaralfacin, y por supuesto, los bellísimos arrabales del Mauror, Albayzín, Antequeruela, Almanzora, Rabadasif, Haxares, Neched, Zenete o Cauracha de los que tantas cosas hemos oído relatar a cautivos durante el asedio, muchos de los cuales se adivinan en lontananza desde el Real del Gozco. En todos ellos, puentes (qantarat), puertas monumentales (bib), baños (hamman) mezquitas (aljama), casas y palacios principales (dar), alhóndigas (funduk) y huertas (almunia), se diseminan haciendo de la ciudad la más bella urbe que pueda imaginarse, muy distinta de la ciudades y villas de nuestra esteparia Castilla. Dominadas por la altiva Alhambra, los palacios del Generalife y Alixares, Dar-Al-Arusa o el antiguo palacio del Gallo de Viento, donde habitaron los antiguos reyes ziríes, callejas sinuosas, pasadizos y voladizos que las cruzan si orden, plazoletas imprevistas, aljibes y cisternas, mezquitas, casas principales de los caudillos nazaríes, alfarerías, telares, almacenes de seda, que hablan de importantes industrias populares, deliciosos cármenes repletos de rosales, cipreses y surtidores y de vez en cuando espléndidos oteadores sobre la Vega y las sierras, completan la primera impresión y las panorámicas de una ciudad que iremos conociendo en los próximos días y sobre la que nuestros monarcas ya han manifestado que harán de ella la principal ciudad del nuevo Estado peninsular nacido tras su conquista.
Tremolación de pendones
Aunque todas las noticias que llegan hasta el Real de Santa Fe, sobre Granada y la entrada de nuestras tropas en ella, siguen siendo confusas, se sabe que a primera hora de esta mañana, según hemos sido informados tras preguntar por una algarabía que percibidos en la altas torres de los palacios de Boabdil, que espontáneamente, ha tenido lugar un simbólico acto de tremolación de los reales pendones de Castilla desde la principal de las torres de la Alcazaba de la Alhambra. Parece que llevados por la alegría de ver concluídos 777 años de dominación islámica en esta tierra, el cardenal González de Mendoza y de D. Gutierre de Cárdenas se asomaron a los merlones de la citada torre que se alza sobre el revellín alhambreño enarbolando los santos pendones que fueron colocados junto a los tres estandartes insignia del ejército castellano, tremolándose entonces Estandarte Real por el conde de Tendilla diciendo en altas voces los Reyes de armas y, Granada, Granada, Granada, por los ínclitos Reyes de Castilla, D. Fernando y Dª Ysabel, que fueron contestados y vitoreados desde la colina del Albayzín y la ciudad baja por las enfervorizadas tropas castellanas. Seguro que tan emotivo acontecimiento será conmemorado año tras año en recuerdo de la entrada de las tropas castellanas en la Granada.
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