Amanda Martínez
Viernes, 4 de marzo 2016, 10:57
La guerra de la Independencia tuvo consecuencias irreversibles para el patrimonio, tanto en Granada como en el resto de España, pero también fue un acontecimiento de eficacia turística indiscutible. Lo recordaba Juan Bustos en un artículo sobre John F. Lewis publicado en IDEAL (19 de septiembre de 2002). Con las huestes francesas vinieron oficiales cultos que años después, volvieron con el propósito de disfrutar de los monumentos y del folclore del país. Asimismo con las tropas de Wellington llegaron oficiales ingleses que más tarde acudirían en peregrinación turística, a la vez que ejercieron sobre sus paisanos la más intensa atracción en favor de la España más pintoresca.
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A Granada llegaron, atraídos por la Alhambra, escritores, artistas y pintores que hicieron de la ciudad y sus monumentos temas imprencindibles de los más sugestivos libros de viaje y álbumes de recuerdos del siglo XIX.
El monumento fue retratado por John F. Lewis y sus litografías realizadas sobre 1830 en las que vislumbró «en el simpar monumento torrentes de poesía y de misterio»; Girault de Prangey (1832), que recopiló sus ilustraciones sobre la ciudad en el libro Monuments arabes et moresques de Cordobe, Seville et Grenade; Richard Ford (1831), David Roberts o Gustav Doré... dibujos y grabados que, en algunas ocasiones , daban una imagen incompleta y falsa del espacio retratado. Theophile Gautier, por ejemplo, al describir el patio de los Leones subrayó la diferencia entre la imagen real y las representaciones artísticas que conocía: «casi todas carecen de proporciones» y están realizadas «con el sobrecargo que se necesita para dar una idea de los infinitos detalles de que consta la arquitectura árabe» (Fotografía y fotógrafos en la Granada del S. XIX, Javier Piñar, 1997)
Fotógrafos en la Alhambra
En 1839 se presenta en París el daguerrotipo y, en 1840, visitan Granada los primeros viajeros provistos de una cámara de los que se tiene noticia: Theophile Gautier y Eugène Piot que realizaron un viaje por España como corresponsables de la Revue des Deux Mondes. Tras superar algunos problemas en la aduana con aquel artilugio extraño que era la cámara, por fin llegaron a la ciudad: «Teníamos tal pasión por la Alhambra que, no contentos con ir todos los días, quisimos vivir en ella... en el mismo palacio y gracias a nuestros amigos y sin que llegasen a darnos un permiso formal nos prometieroh hacer la vista gorda. Estuvimos allí durante cuatro días y cuatro noches que fueron los instantes más deliciosos de mi vida». A Gautier, continúa Píñar «le debemos una descripción realista y contemporánea de la Alhambra, acorde con la propia verosimilitud que ofrecía el daguerrotipo», continúa Píñar.
Alejandro Dumas es uno de los escritores que recalaron en Granada y que tuvo algo que ver con el daguerrotipo, pero la imagen que debió tomar Couturier de los Dumas (padre e hijo), Auguste Maquet, Louis Boulanger, Desbarolles, Eugène Giraud y un sirviente de raza negra en el Patio de los Leones está desaparecida.
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Fotógrafos viajeros
Clifford, E.K. Teninson, Maufsaise, Hugh Owen, Beaucorps, Clerq o Laurent fueron algunos de los pioneros del nuevo arte que visitaron la ciudad, algunos con el propósito de vender las imágenes, otros no para fotografíar, sino para conocer, pero que encuentran en la imagen «un procedimiento para perpetuar y atesorar sus propios recuerdos».
El galés Charles Clifford fue el primero en definir las que habrían de ser las «perspectivas fotográficas más conocidas y estandarizadas de Granada». Estableció una particular forma de mirar que fue imitada inaugurando «un maridaje entre lo gitano y lo nazarí que hizo fortuna». Como describió Gerardo Kurtz, Clifford es algo más que un fotógrafo romántico o un viajero, es un pedagogo que desvela con su cámara las maravillas que salpican el páís, «para instruir a sus compatriotas sobre lo que ignoran de España». De 1954 datan sus primeras tomas de la Alhambra, volvió de nuevo en 1859 y en 1862 acompañando a la reina Isabel II en un viaje por Andalucía.
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Jean Laurent era un empresario y sus imágenes de Granada puede considerarse como la colección más amplia de las realizadas por un fotógrafo extranjero. Laurent «retoma el gusto por los detalles» y la calidad de las imágenes y la difusión que alcanzaron hacen de la obra de Laurent una de las mejores síntesis de la fotografía local del siglo XIX.
Las últimas imágenes románticas
Clifford, Laurent o Soulier inmortalizaron la Granada romántica que tanto fascinó a escritores, viajeros o pintores de todo el mundo. Clifford, por ejemplo, era consciente de su posición como «espectador privilegiado de una realidad que lamentaba ver desaparecida» y, continúa Gerardo Kurtz, sentía el compromiso de registarala con su cámara.
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Granada era, entre mediados y finales del siglo XIX, una ciudad con personalidad arquitectónica propia, pero, como ocurrió con otras grandes localidades españolas, había que modernizarla. En el caso de la capital nazarí, la construcción de la ciudad contemporánea pasó por cambiar la fisonomía de Plaza Nueva,forzada por la grave avenida del Darro en 1825, o el Campillo, donde se construyó la plaza de Mariana Pineda en torno al Teatro Cervantes, antes Principal. Las mejores casas de viajeros, cafés, aguaduchos y cervecerías se instalaron aquí. Se completó la urbanización de los paseos del Genil, se plantaron jardines y se prolongó la marginación del río hasta la ermita de San Sebastián.
La desamortización contribuyó en gran medida a esta transformación: en 1836 se derribó la torre del convento de la Trinidad y el propio edificio se convirtió en sede de la delegación de Hacienda. La plaza del Carmen surgió del derribo de parte del convento del mismo nombre donde se estableció el Ayuntamiento. En los solares dejados por los conventos de Capuchinas y Agustinos se establecieron los mercados de La Pescadería y La Carnicería, incluso la antigua iglesia de la Magdalena, en la calle Mesones acabó convertida en un comercio.
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«Con cada monumento que desaparece, Granada pierde parte de su encanto», escribió Gómez Moreno que, junto a Lafuente Alcántara, entre otros, ya denunciaron los peligros para el patrimonio de la ciudad el abuso de una política urbanística especulativa . En 1833 el ayuntamiento ordenó el derribo de la puerta de Bib-Albunest o de los Molinos y poco después cayó la puerta del Pescado. En 1867 se tiró la Puerta del Sol a la que siguió la de Alhacaba «que tanto carácter daba a la entrada de la ciudad por la puerta de Elvira», apunta el historiador Gay Armenteros. En el Albaicín y la parte vieja de la ciudad van desapareciendo poco a pocos las casas moriscas, una de ellas la llamada de las Beatas o de las Monjas fue derribada por sus dueños para vender los materiales arquitectónicos.
También cambio el aspecto de Bib-Rambla, se amplió el eje de Mesones a Zacatín donde se instalan nuevos mercados, se modifica y reduce el entramado de calles de la Alcaicería tras el incendio que destruyó, en 1843, el zoco árabe, la ciudad se abre al ferrocarril a través del campo del Triunfo y el centro neurálgico se va desplazando poco a poco a Reyes Católicos. Sin embargo la más importante reordenación urbana a la que se sometió la ciudad (dejando a parte la construcción de la Gran Vía que comenzó en 1895), fue el cubrimiento del Darro que comenzó a mediados del XIX y que se prolongó hasta los años treinta del XX una obra difícil y «hecha a retazos, que saltó en varias ocasiones debido a las riadas y que hubo que rehacer y perfeccionar andando el tiempo».
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Quedó sobre plano el proyecto para hacer del Genil, a la altura del Salón, un lago navegable, una idea demasiado cara para las menguadas arcas municipales.
PARA SABER MÁS: "La Andalucía de Charles Clifford" Hasta el 24 de abril. Centro de exposiciones CajaGranada de Puerta Real
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