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La Custodia transita por Bib Rambla.
El Corpus de Bib Rambla

El Corpus de Bib Rambla

Altares, autos sacramentales y lujosas decoraciones hacían de esta plaza el centro de las celebraciones del Corpus

Amanda Martínez

Sábado, 28 de mayo 2016, 01:52

Antonio Garrido del Castillo, en un artículo publicado en IDEAL el 31 de mayo de 1934, se quejaba de que las fiestas del Corpus ya poco tenían que ver con las de antaño. Eran tiempos de República y nada quedaba entonces del lujo y la «fastuosa vanidad» con que tiempo atrás se engalanaban puertas y ventanas, balcones y fachadas. Las casas, añoraba el escritor y dibujante, se decoraban «con ricos tapices y estimables cuadros, con vistosas y preciadas colgaduras», al menos así las describía Miguel Garrido Atienza en su estudio sobre 'Las Fiestas del Corpus', editado en 1889 y una de las obras imprescindibles, junto a la de Francisco de Paula Valladar, sobre la festividad granadina. Estos estudios ante todo demostraron el interés por recuperar las antiguas tradiciones y devolver a las conmemoraciones del Corpus el esplendor pasado en unos años de franca decadencia.

Durante los siglos XVI o XVII, continúa Garrido Atienza, las fiestas del Corpus suponían la ocasión propicia para lucir «los famosos terciopelos granadinos, émulos de los mudéjares de Pastrana [.] y en indecible número, brocaletes, lamas, catalufas, primaveras, damascos, rasos, etc. , y todo ello en colgaduras, pellizos y sobrecamas adornados con primorosos listones, flocaduras y encajes». Todavía el siglo XVIII recibe esa herencia barroca y se vivía la velada de la víspera del Corpus embelleciendo las casas y calles del recorrido procesional.

Pero, si había un lugar especial en las celebraciones, este era la plaza Bib Rambla. Para empezar, era el primer espacio de parada de la Custodia que recorría después Pescadería, Mesones, Zacatín, Plaza Nueva, calle Elvira, Pilar del Toro y calle Cárcel hasta la Catedral, al menos hasta que el embovedado del río, como apunta César Girón en su 'Miscelánea de Granada', obligó a modificar el recorrido y prescindir de rincones como el del Plaza Nueva, el Pilar del Toro o la misma plaza Bib Rambla.

El gran altar de Bib Rambla

El centro de la fiesta era esta plaza. El ayuntamiento levantaba allí un altar, suntuoso y gigantesco, del que los cronistas cuentan que eran muchos los «doblones y escudos» que se gastaban en su construcción. También pesaba un enorme trabajo sobre los caballeros veinticuatro que intentaban que cada año resultase más vistoso. El arquitecto Francisco Javier Gallego Roca, firma un artículo en IDEAL en el que recuerda que este altar, ante el que el Santísimo hacía su primer descanso en la procesión, «solía medir unos 40 ó 50 varas adornándose las empalizas que sostenían los toldos que daban la vuelta a ella, con lienzos pintados y otros caprichosos adornos. Estos altares simulaban unas veces una descomunal columna, otras veces reproducían el tabernáculo de la Catedral, pero siempre trataban de armonizar con el resto del decorado. Se adornaban con cuadros y esculturas, incluso, disponían de graciosos juegos hidráulicos, situados entre improvisados jardines o bosques de laurel y mirto. El jardín se metía en la plaza o la plaza se convertía por momentos en una sugestiva obra de jardinería. Arañas, lunas venecianas, candeleros, molduras churriguerescas eran las máxima de esa obsesión granadina, por lo recargado».

En el siglo XVII se cerraron las ventanas de uno de los lados de la plaza para dar rienda suelta al juego escenográfico y los artistas más populares y de más prestigio se encargaban de adornarla exponiendo en ella sus mejores obras. Dice Garrido Atienza que cuadros de Mena, Berruguete, Machuca, Ruiz del Peral o Siloé acompañaron a los de Pedro Anastasio Bocanegra o Alonso Cano. El erudito granadino asegura que obras como la 'Magdalena' de Cano; el 'san Jerónimo' o el 'Nacimiento' de Bocanegra; la 'procesión de la Sagrada forma' de Juan de Sevilla y unos ángeles de Risueño fueron algunas de las tantas realizadas ex profeso para el decorado de Bib Rambla.

Luminarias

Si en un primer momento eran las luces de las casas y las de los altares las que iluminaban las veladas en Bib Rambla, más tarde se encendieron velas en arañas que colgaban de los toldos, en hacheros y vasos de cristal sujetados por bellas estatuas que iluminaban la oscuridad reverberadas en espejos y cornucopias. Parece que estas veladas solo se encendían la noche del jueves pero, en 1673, al parecer por primera vez se encendió también la víspera.

En 1867 el gran altar lució las primeras luces de gas, componiendo con verdosas llamaradas la inscripción 'Al Santísimo Sacramento' y, en 1891 tres focos eléctricos iluminaron el altar de Bib Rambla y sus destellos se mezclaron con luces de gas y centenares de bombos venecianos.

Es posible que a partir de esos años la decoración de la plaza disminuyera en importancia mientras su altar, asombro durante siglos, se hacía más pequeño, hasta desaparecer.

Autos Sacramentales

También desaparecieron con el tiempo algunos elementos que integraban la tradicional procesión que, en los inicios del siglo XX, se había reducido a lo indispensable. Se había ido olvidando los diablillos, gitanos, carrozas y el carro que transportaba el teatro ambulante que hacía juegos escénicos durante el trayecto y ante los altares donde descansaba el cortejo.

Aquellos carros constituían el tosco escenario ambulante donde se representaban autos sacramentales ante las aras. Más adelante, cuando el número de personajes y decorados requeridos para las obras hacían más complicado su traslado, las representaciones se celebraban solo en la plaza de Bib Rambla y, posteriormente, se llevaron a la Catedral.

En la actualidad, de la vieja plaza solo queda el nombre, Moreno Casado comentó en un artículo que «valdría más no volver a abrir los ojos para no enfrentarnos con la desmedrada realidad presente». Hablaba de 1934. Ahora son los niños los dueños del espacio y las grandes obras de arte han dado paso a la tradicional exposición de carocas y quintillas pero esta plaza sigue formando parte del corazón de las fiestas del Corpus.

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