CÉSAR GIRÓN
Lunes, 8 de agosto 2016, 01:02
El 22 de enero de 1966 Granada perdió un inmueble de altísimo valor patrimonial e histórico, el Teatro Cervantes, que hoy incluiríamos entre los mejores de nuestro catálogo de equipamientos culturales.
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La interesada indiferencia de los dirigentes locales del momento, arrastrando una práctica cuasi subversiva generada en nuestra ciudad desde siglo y medio atrás, condujo a un desconcierto urbanístico y especulativo sin igual a partir de la década de los años sesenta del pasado siglo, con profundas repercusiones de toda índole, pero sobre todo en lo estético. Fruto de aquella iniquidad municipal fue la despersonalización de la que en buena medida adolece la actual Granada, que en mucho se ha convertido en una ciudad vulgar tras desaparecer notables elementos identitarios granadinos. Frente a ello, y por fortuna, nuestra ciudad atesoró durante siglos un acervo patrimonial y cultural encomiable que ha permitido que aún así, tras todo lo expoliado, siga siendo un lugar de atracción y de referencia mundial.
La nueva Manigua y el Cervantes
El proyecto de reforma de la Manigua se aprobó por el Ayuntamiento el 24 de febrero de 1939. Preveía la construcción de nuevas calles y la alineación de las pocas que subsistirían. Las principales, una vía que comunicaría Puerta Real con el Campillo Alto, y otra transversal que discurriría entre la Acera del Casino y la calle Navas. Nacieron así las calles de Ángel Ganivet y Comandante Valdés, actualmente, Almona del Campillo. La primera con 12,5 metros de ancho y 2,5 de aceras, que vendría a solucionar el tráfico en el centro de la ciudad. La segunda, peatonal, de 8 metros de anchura, para unir cómodamente la Acera del Casino con la plaza del Carmen. Las restantes nuevas calles serían algo más estrechas.
El viejo Cervantes
El proyecto realizado por la Oficina Técnica de Urbanización Municipal dirigida por el arquitecto Robles Jiménez, no solo dejaba en pie y respetaba el emblemático Cervantes, sino que se articulaba entorno al mismo, como un pieza clave del nuevo puzzle urbano.
El teatro Cervantes recibió su nombre como homenaje al tercer centenario de la publicación del Quijote. Hasta ese momento se había llamado teatro Principal y también, teatro Napoleón. Iniciada su construcción en 1802 pero habiendo quedado paralizada en 1804, fue concluida con urgencia por disposición de Horacio Sebastiani, siendo inaugurado el 15 de noviembre de 1810. Además de su notable arquitectura y del hecho de albergar tallas y frescos de Manuel González, Muriel, Aranda, Giuliani y otros principales maestros, su valor estribaba en su larga historia de convivencia cultural con Granada y sus principales acontecimientos sociales; y por supuesto, en su ubicación, al localizarse en el corazón de la ciudad, en un lugar privilegiado. Ello fue lo que lo hizo objetivo de los 'urbanizadores' de Granada tan afectos a lo que dieron en llamar eufemísticamente «el movimiento ascensional de las grandes ciudades de España». De este modo, tras la modificación, interesada, de las ordenanzas municipales que limitaban las alturas y volúmenes previstos en el Plan de Alineaciones de 1951, se hizo posible levantar el edificio que sustituyó al antiguo teatro.
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Capricho
Quede claro que el teatro Cervantes no pereció a causa de la reforma de la Manigua. Tal vez por eso lo más triste sea conocer que cuando fue derribado, y más del modo premeditado y alevoso en que lo fue, no era necesaria su demolición, ni por razones urbanísticas, ni de otra índole. Para cuando se cerró el establecimiento teatral en enero de 1966, ya se había concebido el negocio especulativo entorno a su inmueble.
No había razones urbanísticas porque la calle Ganivet había sido trazada y abierta integrándolo, de modo que el viejo teatro del XIX era un elemento principal de la concepción espacial y estructural de la rehabilitación interior de toda la zona de actuación. Basta con comparar el plano de expropiaciones y el plano parcelario del proyecto de reforma y urbanización de la zona baja de la Manigua, realizado por Robles Jiménez, para comprenderlo.
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Por eso, más de veinte años después de la apertura de Ganivet, solo el capricho de la especulación, permite explicar lo sucedido. Disponer de suelo en la zona del Campillo y obtener pingües beneficios derivados de su multiplicación horizontal, fue la única causa para la innoble demolición del teatro tras su cierre en 1966. Leer el informe del Gobierno Civil sobre la demolición del conocido como 'Teatro Cervantes', fechado en marzo de 1966, conmueve la conciencia de cualquier granadino.
Impunidad
No se demoró mucho la demolición. Apenas mes y medio después de su cierre, el 4 de marzo de 1966, Miguel Medina Ocaña solicitaba licencia para su demolición parcial. Seguidamente, en apenas dos días, el entrañable inmueble fue derribado por completo. Atrás quedaban 150 años de épica y singular historia. La nocturnidad y celeridad, la alevosía y aseguramiento de impunidad amparada en una dudosa legalidad, a lo que hay que añadir la tolerancia cómplice de las autoridades del momento, pudieron más que la razón y la sensibilidad.
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El 3 de agosto de 1966, la Cooperativa San Cecilio solicitaba la licencia para movimiento de tierras. Comenzaba así la construcción material del proyecto de edificio de viviendas con bajos comerciales y siete plantas. Al final más de un centenar de pisos, 20 oficinas, 10 locales comerciales, una galería comercial, un gran sótano que sirvió de local de ocio y numerosas cocheras, vinieron a integrar el conocido como 'Edificio Cervantes', del que sólo es digno de mencionar su nombre. Con él, además de lavar la conciencia de más de uno, se trataba de rendir homenaje al gran edificio exento que albergó el Gran Teatro de Granada y otros establecimientos memorables como el Liceo Granadino o la Asociación de la Prensa.
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