villar yebra
Viernes, 23 de septiembre 2016, 13:31
Mientras la ciudad si gue adelante en la creciente confección de su nueva fisonomía de bloques de cemento, que llegará, que duda cabe al ritmo que lleva, a uniformar de tal manera el casco urbano que, sin pasar mucho tiempo, sabremos en qué calle nos encontramos cuando leamos el rótulo como forasteros perdidos en una ciudad extraña y toda igual, todavía nos queda, en este o aquel sector, una calle, un paisaje o, al menos, algún edificio con belleza y carácter suficientes para descansar un poco la vista de la pujante intrusión fiel peor gusto, que se está adueñando de lo que fue Granada la bella. El alma de la ciudad se apaga y se muere a través de la destrucción del espíritu de cada uno de sus barrios castizos, marcados para siempre ya sobre las cicatrices de tantos hermosos edificios, que tenían valor artístico, con la más fea vulgaridad de una arquitectura intrusa con pretensiones de imitación a las modernas ciudades de tipo estándar y que se queda en pobre ridícula caricatura de lo que quisiera ser. A ese precio se está asolando un conjunto urbano con muy singulares testimonios de varias centurias, cuyos maltratados restos todavía causan admiración a los que vienen a visitarnos.
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Granada no crece mucho; pero la expansión urbana se desarrolla de manera absurda, a costa de lo más noble entre el ámbito antiguo, deshecho en su unidad y con el innecesario sacrificio del paisaje de los alrededores.
Reúno estos cuatros dibujos del barrio enclavado en torno a la iglesia de la Virgen de las Angustias, barrio en parte castizo, vecino del centro moderno y situado en el extremo más acogedor de la ciudad, ya ha sido desbordado por las nuevas construcciones que, ocupando un trozo de la ribera derecha del Genil, han copado un terreno lógico para la ampliación de los jardines próximos que bien pudieron haberse continuado hasta el paseo de Ronda; aunque ya nos daríamos por contentos si los paseos y jardines del Salón y de la Bomba estuvieran medianamente cuidados.
Lo intocable es lo que permanece en el viejo barrio, la iglesia parroquial, obra de las centurias del XVII y XVIII con toda su barroca fastuosidad que no se traduce mucho al exterior. La portada es hermosa, con sus dobles columnas y la notable escultura de la hornacina del cuerpo alto por los Mora. El bonito patio del lateral ha sido arreglo moderno, de incalculabre buen gusto de lo que fue una corraliza. Y las dos altas torres gemelas, rematadas en picudos chapiteles de tejas vidriadas, presiden todo el paisaje urbano del barrio, visibles desde varios puntos de la vecindad . Desde el Humilladero, las torres son nota destacada, como desde el puente del Genil u otros ditios cercanos: el paseo de los Basilios, el Violón y la Acera del Darro.
(Paisajisticamente, valía mucho más la Acera del Darro antes del cubrimiento del rio, que la calle actual. Dígase lo que se quiera, entre aquella otra calle limitada por el cauce del río, con el desaparecido puente de la Virgen, aquel bonito puente de tipo francés, una reliquia de la vieja ciudad, con un aspecto urbano tan peculiar No confundan ustedes: no defiendo con esto que digo la suciedad ni la ruina; simplemente me quejo de la pérdida de lo que en la población tenía carácter y solera. El río podía estar descubierto y sin embargo, limpio.
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Todo eso puede hacerse, si nos lo proponemos. .. Y, en cuanto a las casas, hay para hablar un rato que no es tampoco, ni una solución, ni un beneficio, el llenarlo todo de bloques de pisos carísimos y obligar a la gente modesta a vivir a tres o más kilómetros del centro.)
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