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Amanda Martínez
Sábado, 24 de septiembre 2016, 00:18
«Anoche se produjo un triste suceso que conmovió profundamente a toda Granada.
El templo de nuestra excelsa Patrona, en la que todos los granadinos tenemos nuestra fe, nuestros amores y nuestras esperanzas, se incendió de un modo inesperado y violentísimo». El redactor de El Defensor de Granada escribía en la noche del 26 de julio de 1916 una emocionada crónica sobre el incendio del camarín de la Virgen de las Angustias, una noche de pesadilla para una ciudad que quedó desierta en todas sus calles excepto en las inmediaciones de la Carrera.
Comienza el fuego
Serían las nueve y media de la noche cuando, como de costumbre al dar las ánimas, se cerraba el templo. El último en abandonarlo era Manuel García, encargado del camarín, que como cada tarde se dirigió a apagar las velas que lucían delante de la imagen. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el techo de la capilla había empezado a arder. Gritó auxilio y rápidamente acudió el campanero, Tomás Gutiérrez, que tocó a rebato para avisar a los bomberos.
Las voces de fuego llegaron a oídos del sacristán, Abelardo Lafuente, que estaba acabando de cenar en las habitaciones que ocupaba junto a la iglesia. A la Carrera acudieron el párroco de la Virgen, Joaquín Marín Robles, el cabo de Seguridad Antonio Abril, los vigilantes Antonio Barrera y José Vidal. También estuvieron allí el gobernador civil y el alcalde, Felipe La Chica Mingo, el presidente de la Audiencia y el de la Diputación, pero sobre todo, al auxilio de la Virgen acudieron los hermanos de la Cofradía, horquilleros, vecinos, mujeres, niños e incluso rivalizaron para salvar de las llamas a la Patrona varios artistas pertenecientes a la compañía ecuestre Frediani, un circo que actuaba en la ciudad . Uno de ellos, el forzudo Míster Ranulfo, tuvo que ser atendido con quemaduras en los pies y manos.
Un grito de angustia se oyó en el templo «¡Vamos a sacar a la Virgen!». Lo habitual era sacar a la imagen del camarín sin cruz y por la puerta grande de la derecha de la capilla. Esa noche tubo que salir con la cruz a su espalda y por la puerta del postigo, un gesto heroico por parte de bomberos y fieles que no temieron al peligro.
La techumbre se derrumbó con un estrépito ensordecedor. A fuera, los devotos rezaban por su Patrona y por los que había dentro. Cayeron las grandes lámparas de plata que colgaban de la cúpula y se hizo añicos la magnífica cristalería que protegía a la Madre de todos los granadinos.
Y entre las llamas y una nube de polvo y humo, un grupo de valientes sacó la Imagen a la calle que hizo su aparición en la Carrera en medio de una profundísima emoción solo comprendida, continúa la crónica de El Defensor, si conoces «el amor sin límites, la veneración extraordinaria, el cariño acendradísimo que los granadinos tienen a su Patrona».
La procesión más fervorosa
Solo desde la fe puede comprenderse el regocijo que el pueblo sintió cuando vio a su Patrona escapando de las llamas. La Carrera se había convertido en un hormiguero humano. «Hombres de todas las clases sociales y de todos los barrios de la ciudad, señoras de ilustre alcurnia, mujeres del pueblo y de clase media, jóvenes que desde muy niños aprendieron a quererla y a reverenciarla, todos exteriorizaban sus sentimientos aclamando y vitoreando sin cesar a la Virgen de las Angustias».
Unos diez minutos permaneció la imagen e la Carrera, frente a la iglesia, hasta que se decidió llevarla a la Catedral en una improvisada procesión, quizás la más fervorosa de las que se han vivido.
Al pasar la comitiva frente al Café Alameda, Francisco Gadea, su dueño, ordenó a la orquesta que solía amenizar las veladas de los clientes que acompañara a la Patrona hasta el templo metropolitano. El desfile discurrió por la Carrera, Embovedado, Puerta Real, calle Mesones, Marqués de Gerona y placeta de las Pasiegas, bajo los acordes del Magnificat.
El incendio, que había sido provocado por un cortocircuito, provocó un corte de luz que afectó a toda la ciudad. Dentro de la Catedral, los hombres se alumbraban con cerillas, mecheros, velas o quinqués, lo que acrecentó, si cabe, el ambiente de recogimiento que allí se vivía.
Mientas, en el templo de la Carrera, el fuego se había propagado a la cúpula central y las llamas alcanzaron tal altura que se veían desde todos los puntos de la Vega. Pero las consecuencias del siniestro se podían haber mitigado si «los bomberos hubieran dispuesto de una bomba con potencia suficiente para haber hecho uso del agua del río Darro, que en aquellos entonces pasaba descubierto por la parte de atrás de la Virgen y que formaba una balsa bajo el puente de Polo», cuenta César Girón en el artículo ¡Incendio en el templo de la Patrona! y solo gracias a la bomba de la azucarera de Santa Juliana, que se trasladó hasta la Carrera, las consecuencias no fueron peores.
En el crucero de la Catedral, se colocó un altar portátil ante el que ardían varios cirios. Junto a él, una bandeja que se fue llenando de monedas, las primeras de la cuestación popular que sufragó la restauración del templo. Las generosidad de los granadinos se puso de manifiesto y en poco tiempo no solo se alcanzó la cantidad designada para la restauración del camarín, sino que, entre otros detalles, se pudieron ampliar ventanales, trasladar el órgano al coro, se reformaron capillas y una imagen de la Virgen del Carmen, que era de cartón piedra, se sustituyó por una magnífica escultura de Manuel Roldán.
El primer camarín
La suntuosa capilla se construyó a la par que la iglesia, aunque se decoró bastante más tarde con todo el fausto barroco, convirtiéndose en una de las primeras obras de tipo churrigueresco de Granada «con su pompa de doradas hojarascas y espléndidos mármoles de colores» (La Virgen de las Angustias Patrona de Granada de José Gutiérrez Galdó).
Su construcción, que comenzó en a finales del siglo XVII, se paralizó por motivos económicos y se retomó en 1703 prolongándose alrededor de cuarenta años, primero bajo la dirección de Juan de Mena, después por el fraile Baltasar de la Pasión, religioso del convento de Belén. Se presentó al público el 28 de septiembre 1742 en medio de grandes ceremonias y fiestas.
El camarín constituye una pieza sugerente, en el que los detalles se cuidan al máximo y en el que se distingue «la riqueza material y cromática de mármoles y oros. Destaca sobremanera la solería, excepcional labor de incrustación de mármoles en la mejor tradición del intarsio italiano, con motivos alusivos a la titular» describen Miguel Luis y Juan Jesús López-Guadalupe en el libro Nuestra Señora de las Angustias y su Hermandad en la Época Moderna.
Tras el incendio, su restauración intentó aproximarse a la grandeza ornamental de la primitiva capilla.
Las obras se encargaron al escultor Manuel Garnelo y Alda que trabajó «con constancia e inteligencia», escribe César Girón «como muestra, valga contar su incansable búsqueda de las piedras esenciales empleadas para restaurar el trono, que le llevó a recorrer buena parte del territorio nacional hasta encontrar las que deseaba o las pericias que hubo de hacer para soslayar el casi insalvable obstáculo que representaba la Gran Guerra que por entonces enfrentaba al mundo para poder adquirir oro».
En la pared superior del camarín, el pintor Eduardo Sánchez Sola reprodujo dos de los momentos cumbres de la devoción a la Patrona de Granada, el fervor de los valientes que salvaron la Imagen de las llamas y la coronación de la Virgen el 20 de septiembre de 1913.
Para saber más
'Nuestra señora de las Angustias y su Hermandad en la Época Moderna'. Miguel Luis López Guadalupe y Juan Jesús López Guadalupe. Editorial Comares Granada, 1996
'Virgen de las Angustias Patrona de Granada' José Gutiérrez Galdó. Editorial Santa Rita. Monachil, 1983
'¡Incendio en el templo de la Patrona! César Girón. IDEAL, 27 de septiembre de 1998
'El camarín de la Patrona de manos granadinas'. César Girón. Ideal, 26 de septiembre de 1999
El incendio de las Angustias del blog La Alacena de las ideas de David R. Jiménez Muriel
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