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Amanda Martínez
Martes, 7 de marzo 2017, 20:57
El espectáculo de la carretera desde Almería hasta Adra, es algo que no encuentro palabras con que explicarlo. La peregrinación de cerca de 200.000 personas desde Málaga a Almería a pie, es algo que no tiene precedente en la historia de las evacuaciones de la guerra. Hombres muertos por la carretera de frío, hambre y cansancio. Mujeres con niños en brazos y con los pies enormemente desfigurados y llenos de llagas, caras famélicas» Son palabras de Federico Angulo Vázquez, capitán del Cuerpo de Carabineros que combatió en la defensa de Málaga, que se recogen en el libro 1937: éxodo de Málaga a Almería: nuevas fuentes de investigación, un estudio de Maribel Brenes y Andrés Fernández que reconstruye el cerco a Málaga y recoge desgarradores testimonios, de quienes vivieron la Desbandá, uno de los momentos más dramáticos de la Guerra Civil Española.
La toma de Málaga era clave para el bando nacional. Tras ocupar Loja, en agosto del 36, la capital andaluza permanecía como una isla republicana rodeada de territorio bajo el control de los sublevados. El 6 de febrero comienza la ofensiva para atacarla. La población, temiendo represalias comienza a huir. La única salida era la carretera de Almería.
Desbandá
Niños, mujeres, ancianos, hombres huyeron por la tortuosa carretera que les separaba doscientos veinte kilómetros de su destino. El 90% lo hizo a pie, otros en coche o camiones, que tuvieron que abandonar por el camino ya que los vehículos eran los principales objetivos de la aviación y porque la ruta era, por tramos, intransitable. Algunos cargaban con enseres que iban abandonando a medida que las fuerzas menguaban.
Queipo de Llano, el general que dirigía la operación, comentó en una de sus alocuciones radiofónicas: «Un parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó incendiando algunos camiones». La Armada cañoneaba desde el Baleares, el Canarias y el Almirante Cervera, mientras que aviones del ejército franquista bombardeaba desde el cielo. Sin comida, ni agua, las plantaciones de caña de azúcar hicieron de improvisados refugios para esquivar la muerte.
El tramo entre Nerja y La Herradura fue el más sangriento del éxodo porque la profundidad de la costa permitió a los barcos acercarse más a la orilla y los bombardeos se volvieron más despiadados. La estrecha carretera se cubrió de cadáveres.
«Es la primera vez en la historia de la guerra contemporánea que se da una tanque de este tipo contra la población civil», explica Maribel Brenes, «hemos encontrado documentación que indica que los pilotos de reconocimiento rebeldes comunicaron a la base de Tablada que lo que ven son refugiados, y aún así se les ordena bombardear. La población civil también fue un objetivo militar».
La guerra llega a Motril
«En las proximidades de Motril los coches tuvieron que aminorar la marcha y avanzar lentamente, abriéndose paso por entre una masa humana que llenaba la carretera. Pero aún nos estaba reservado un espectáculo más lamentable. A la entrada misma de Motril, sobre un puente que comunica dicho pueblo con la carretera de Almería, un amasijo de hombres, mujeres, niños, soldados, milicianos, etc., pugnaba por abrirse paso a codazos y golpes de fusil para llegar antes que los demás al espacio libre del camino. Detrás, una doble o triple hilera de camiones, ómnibus y autos ligeros empujaban aquel tapón de carne que obstruía el puente. Los gritos, las imprecaciones más bárbaras... los ¡ay! De los estrujados el llanto de los niños contribuían a hacer mayor el desconcierto», describía el capitán Angulo.
Otro cruel episodio se vivió al llegar a Salobreña. Los republicanos, para impedir el avance de las tropas nacionales habían volado el puente sobre el río Guadalfeo y su caudal iba tan crecido que parecía un obstáculo insalvable. «Se le cayó a una mujer el niño al río Guadalfeo y la mujer quería cogerlo, pero el agua se lo llevó al angelito. Tenía dos o tres años. Uno le dijo: Señora, se va usted a ahogar también, deje usted a su hijo. Dios ha querido que se lo lleve. La mujer siguió adelante llorando». Lo contaba de Ana María Jiménez Palomino, uno de los testimonios que se recogen en el documental Febrero 1937. Memoria de una huida, producido por diario SUR que fue galardonado con el Premio Andalucía de Periodismo.
Las Brigadas Internacionales frenaron el avance nacional en Motril aunque por poco tiempo. La desmoralización y el cansancio de las fuerzas fieles al gobierno de la República era tal, que los hombres entregaban las armas y abandonaban el frente, hasta que el 11 de febrero, los nacionales entran en Motril, Almuñécar y Salobreña.
Aunque no existen registros oficiales del número de víctimas y refugiados, Andrés Fernández y Maribel Brenes documentan que fueron más de 150.000 las personas que salieron hacia Almería, elevando la cifra a unos 300.000 afectados. En cuanto al número de muertos «hay historiadores que los cifran entre cinco y diez mil, pero no nos atrevemos a confirmarlo, porque la administración tampoco funcionaba y había muchos desaparecidos», explica Brenes.
La desmemoria histórica ha silenciado durante años este episodio. Los nacionales siempre aseguraron que disparaban contra milicianos. A su vez la República nunca reconoció que no pudo proteger a la población civil.
Aquel éxodo, comparable al de los judíos en la II Guerra Mundial, al que provocó la Guerra de los Balcanes o el que está desencadenando el conflicto sirio, quedó vivo en la memoria de quien lo sufrió para recordarnos que nunca deberíamos olvidar los días en los que fuimos nosotros los refugiados.
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