120 años de la muerte de 'Frascuelo', el torero valiente de Churriana
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Se marchaba una figura cumbre del toreo de todos los tiempos y la más grande que ha dado GranadaAmanda Martínez
GRANADA
Sábado, 3 de marzo 2018
Nadie que lo hubiera visto torear podía imaginarse que Frascuelo moriría de enfermedad. El cuerpo, que había sobrevivido a dieciocho cornadas, no pudo con una racha de aire frío y una pulmonía se lo llevó en Madrid el 8 de marzo de 1898. Se marchaba ... una figura cumbre del toreo de todos los tiempos y la más grande que ha dado Granada.
Salvador Sánchez Povedano nació en Churriana de la Vega el 23 de diciembre de 1842 y se hizo torero por los avatares de una vida difícil que le hizo abandonar su pueblo con apenas diez años. Escapando de la miseria y de las deudas de un padre aficionado al juego, Salvador trabajó desde muy niño: como ayudante del conductor de la diligencia Granada-Mengíbar, como pastor, de aprendiz de carpintero o como empapelador, oficio que ejercía cuando comenzó a acompañar a su hermano Frasco a las capeas de las que era aficionado. Así se hizo Salvador matador de toros. Tomó la alternativa en Madrid el 27 de octubre de 1867 de la mano de Curro Cúchares y muy pronto conquistó la admiración y el cariño del público.
«’Frascuelo’ era arrogante, no de vanidad sino de aspecto, ‘agitanao’ y apuesto», lo define el crítico taurino de IDEAL, Francisco Martínez Perea. Era un torero dentro y fuera de la plaza. Además era un hombre comprometido, generoso y un monárquico convencido. En la plaza, un estoqueador formidable: «donde culminó en las mayores alturas fue en la suerte suprema. Desde que desapareció el inolvidable ‘Chiclanero’ nadie ha dado muerte a los toros con más intrepidez y más arte», escribió de él Natalio Rivas en su libro ‘Toreros del romanticismo’. Cuentan que era un matador ‘de pecho’ que se iba tras la espada, sin volver la cara: «En el toreo, el valor es lo esencial; de un valiente se saca todo, porque un valiente va a todas partes, lo hace todo y lo domina todo, tarde o temprano», dijo de él Peña y Goñi en una de sus críticas para ‘El Imparcial’.
Los taurinos definen el toreo de ‘Frascuelo’ comparándolo con el de su eterno rival, el cordobés Rafael Molina Sánchez ‘Lagartijo’. De este último destacaban su sentido artístico y la elegancia con que ejecutaba las suertes. De ‘Frascuelo’, el valor y su verdad a la hora de matar. Fue la primera gran rivalidad de la historia del toreo, como la que luego heredaron Joselito y Belmonte.
‘Frascuelo’ se encuentra por primera vez con ‘Lagartijo’ el 7 de junio de 1868 en la Plaza Anfiteatro de la Maestranza de Caballería de Granada en la feria taurina del Corpus. «En aquel mano a mano rivalizaron en temeridades», explica Perea, «se arrodillaban, se tendían ante la cara de los toros, colocaban las banderillas sentados en una silla e incluso llegaron a estorbarse en algunas suertes por lo que el presidente tuvo que llamarles al orden». De allí surgió una hermosa rivalidad en los ruedos y una entrañable amistad fuera de ellos que se prolongó durante un cuarto de siglo. Hay una anécdota que ilustra este afecto. Cuentan que una mañana estaba el de Churriana en un café de San Sebastián, rodeado de los más entusiastas partidarios de la ciudad. Aquella tarde toreaba junto a ‘Lagartijo’. Uno de los asistentes a la tertulia comentó: «Lo que haya de bueno en la plaza esta tarde, será lo que usted haga, maestro, porque ‘Lagartijo’ es un torero vulgar». A lo que Salvador, replicó: «Eso de vulgar será la opinión de usted pero la mía es distinta, porque yo proclamo que ‘Lagartijo’ es el mejor torero que ha parido madre». El aficionado, dividido entre el arte de uno y otro diestro, siempre salía complacido de la plaza.
Alcanzó la cúspide de su fama en las temporadas 85 a 87 y se despidió de aplausos y peligros el 12 de mayo de 1890, en pleno triunfo, en la misma plaza de Madrid ante una multitud que le aclamaba delirante. «Modelo de pundonor, no quiso pasar por las amarguras de la decadencia y al igual que Pedro Romero, con la misma edad de cuarenta y cinco años, y rebosando de vigor, de lozanía y de gloria, dejó los trastos de matar para siempre», continúa Natalio Rivas en su perfil del torero.
El día que enterraron a ‘Frascuelo’ dicen que todo Madrid, sin temor al frío ni a la lluvia, acudió al entierro. Tras el coche fúnebre, tirado por ocho caballos negros, camino del cementerio de la Sacramental de San Isidro le acompañaba ‘Lagartijo’. «La muerte de este hombre singular, elevado desde un oscuro oficio a los esplendores de la fama, ha de producir en todo el país mayor impresión que la de una eminencia de cualquier otra índole; porque es seguro que no hay un español en cuyos oídos no resuene el nombre del torero sin que perciba al mismo tiempo su imaginación ruido de aplausos, esplendores de luz y cuadros de color en los que ocupa el primer término la figura arrogante del matador», escribía el ‘Defensor de Granada’ en su obituario.
Los que lo vieron en la plaza dijeron que con él acababa el toreo de verdad.
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