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Una cruz en el pico del Veleta
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El cambio de siglo se recibiría en Granada con la construcción de un crucero de 25 metros de altura en Sierra NevadaAmanda Martínez
Miércoles, 2 de mayo 2018, 12:58
Granada es una ciudad marcada por el símbolo de la cruz. Lo demuestra la celebración de las cruces de mayo, una de sus fiestas de mayor arraigo popular, y también en esas otras cruces, las de piedra, patinadas por el paso de los siglos, escondidas en el laberinto de callejuelas, plazoletas y rincones, milagrosas, veneradas y cuidadas por sus propios vecinos. La Cruz Blanca, la Cruz de San Nicolás, la del mirador de San Cristóbal, la placeta de San Bartolomé, la calle San Gregorio, la Cruz de Rauda o la del Cristo de las Lañas de San Miguel Bajo. Las desaparecidas Cruz Verde, Cruz de Quirós, Cruz de Arqueros y la del Cristo de la Fuente, en Plaza Larga; las dos cruces del Santo Sepulcro y las del vía crucis en la Abadía del Saromonte, entre cal, pitas y chumberas; el Cristo de los Favores en el Campo del Príncipe o las que salpican el bosque de la Alhambra.
Hoy esta sección está dedicada a un crucero casi desconocido. Pasa desapercibido, escondido entre la vegetación de Antequeruela Alta y esconde una curiosa historia: la Cruz de los Mártires.
El deseo de perpetuar la memoria del año Jubilar de 1900 llevó a José Moreno Mazón, arzobispo de Granada desde 1885 hasta 1905, a proponer la colocación de una gigantesca cruz en el picacho del Veleta. Su idea original era erigirla en el Mulhacén y sería «más grande que la 'tour' Eiffel e iluminada con luz eléctrica para que se viese desde la ciudad, parte de la provincia e incluso desde del Atlas africano», explica Gabriel García Guardia, autor del libro 'Agua, mármol y bronce'. «El pretexto era saludar con esta cruz la llegada del siglo XX, el siglo de la luz eléctrica, del hierro en el que sería fabricado el Titanic, del pleno desarrollo industrial europeo y de la llegada del turismo a Sierra Nevada. El coste de su ejecución, continúa García Guardia, se cifró en más de 80.000 pesetas y la cuestación pública se llevó a cabo durante varios años patrocinada por el arzobispo que ansiaba que se viese una cruz en Europa desde África». Sin embargo, «la oposición pública al proyecto inicial fue sonora, y por momentos airada, no por el desastre ecológico, pues la ecología no había nacido aún, sino aludiendo incluso al respeto que se le debía a un monte que se suponía tumba del rey musulmán Muley Hacén».
Ante la dificultad de la financiación y rebajando ambiciones, la cruz pasó al Veleta. El 14 de diciembre de 1899 el prelado publica una circular en la que dice que «pensando Nos en el modo en que nuestra querida Archidiócesis debía dar público testimonio de fidelidad y sumisión al que es Rey de Reyes y Señor de Señores, se nos ocurrió el pensamiento de levantar sobre la elevada cumbre de Sierra Nevada, una cruz gigantesca que, a la vez que homenaje a nuestro Divino Salvador, fuese para las generaciones venideras un testimonio perenne de la religiosidad de nuestra diócesis», según un testimonio recogido por Juan Sánchez Ocaña en el artículo 'Cuando el siglo XX llegaba' publicado en IDEAL.
En los últimos días de aquel último año del siglo XIX, el arzobispo citó en el palacio de la mitra a varios miembros de la jerarquía eclesiástica granadina y a destacadas personalidades de la sociedad y política local. Allí se encontraron, entre otros, el banquero Manuel Rodríguez Acosta, Antonio Pérez Herrasti o Luis Seco de Lucena.
Juan Montserrat y Pons autor, por ejemplo, de la iglesia de los Jesuitas de la Gran Vía o la portada del Jardín Botánico, defendió en aquella reunión el diseño de la gran cruz: se elevaría sobre un basamento de planta circular, construido con hormigón de 8 metros de altura. Aquella base sería hueca y tendría en su interior una espaciosa sala. Medía 25 metros de altura que unidos a los 8 de la base el monumento alcanzaría los 33. 12 metros era la distancia del travesaño y la cruz «se construirá de hierro dulce forjado y será calada para ofrecer poca superficie de resistencia a los impetuosos vientos que constantemente soplan en aquellas alturas. El calado dibuja simbólicos ramos de olivo y, en el centro de la cruz se ven dos medallones con las imágenes de Jesucristo y de la Virgen María, la describe la crónica de 'El Defensor de Granada' en su edición del 30 de diciembre de 1899.
De aquella reunión surgió una junta gestora dispuesta a llevar a cabo tan audaz hazaña. El propio 'Defensor' aludió a la responsabilidad nacional de concluirla con éxito en un artículo publicado en su edición del último día de aquel año 1899: «A este monumento cristiano y patriótico deben contribuir todos los españoles, y singularmente los altos poderes del Estado (…) Lo menos que puede hacer la reina católica de una católica nación es tomar bajo su amparo el pensamiento y llevarlo a término feliz».
El asunto también tuvo repercusión en la prensa nacional. En 'La Lectura dominical' del 24 de diciembre de 1899 se da la fecha del 16 de Julio de 1900 como el día de inauguración del monumento y 'El Heraldo de Madrid' o 'La Época', hicieron un seguimiento de esta historia en sus páginas.
La Revista Alhambra en su edición de febrero de 1900 publicó el dibujo del proyecto (en la ilustración de arriba) y añade que, si se reunieran los recursos suficientes, «valiéndose de un aparato de invención muy moderna», se colocaría en los brazos de la cruz dos grandes focos de luz eléctrica «cuyas irradiaciones se percibieran a grandes distancias». Finalmente, por falta de medios y financiación, esta idea se abandonó.
Muy tozudo debió de ser aquel arzobispo porque consiguió su crucero, aunque tuvo que conformarse con una cruz de 11 metros diseñada por escultor Pablo Loyzaga (que tampoco estaba nada mal. Loyzaga es el autor, entre otros muchos, del monumento de Fray Luis de Granada que hay junto a la iglesia de Santo Domingo que antes estuvo en Bib Rambla o el panteón de Seco de Lucena).
La cruz de Los Mártires se colocó en la colina del Ahabul en diciembre de 1903. Era un bonito mirador que cegó la construcción de unos edificios en los años setenta. Cuando las obras del Auditorio Manuel de Falla, se cubrió con una lona para que no sufriera daños y alguien robó el medallón de mármol la dolorosa. El hueco permanece vacío. Hoy pasa totalmente desapercibida, oculta entre la vegetación. En invierno puede verse, cuando los olmos que la rodean pierden sus hojas. Allí continúa, ajena a lo que podría haber sido.
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