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Don Manuel de Falla se apoya en la barandilla del balcón de su carmen en la Antequeruela. Viste traje oscuro y pajarita, los pulgares están metidos en los bolsillos de su chaleco. La pierna derecha descansa ligeramente cruzada sobre la izquierda y en su ... boca se dibuja una sonrisa, un poco forzada, que trasluce su timidez.
Más relajado está en otra fotografía, aunque en las dos posa para su amigo Rogelio Robles. Está trabajando en una partitura. Viste traje blanco y alpargatas. Su escritorio ha cambiado de lugar en el salón y donde antes había una silla de anea, ahora hay un sillón de mimbre. En las dos imágenes, sobre su mesa de estudio, en un lugar privilegiado de su casa y de su inspiración, está la colección de figurines que diseñó Pablo Picasso para 'El sombrero de tres picos'. El nexo de unión entre los dos genios andaluces fue Serguéi Diaghilev, sus Ballets Rusos y un proyecto común: poner en escena la adaptación de la obra del granadino, Pedro Antonio de Alarcón.
Con Europa en guerra, la España neutral se convierte en el centro de operaciones de uno de los mayores empresarios artísticos del siglo XX, Sergey Diaghilev. Junto a su coreógrafo, Leónide Massine, buscaban inspiración para montar un ballet de tema popular español cuando, en casa de los Martínez Sierra, escuchan a Manuel de Falla tocar la obra que había compuesto para la pantomima 'El corregidor y la molinera', versión de la obra de Alarcón 'El sombrero de tres picos', que se estrenó en el Teatro Eslava de Madrid en 1917.
Diaghilev, «testarudo e impaciente», en palabras de María Lejárraga, convenció a Falla para que diera más envergadura a su obra y le propuso un viaje por Sevilla, Córdoba y Granada en el que ambos se impregnaron de este folclore. Precursor de una forma de arte total que incluía la danza, música y artes plásticas, el empresario ruso une al proyecto a Pablo Picasso, con el que había trabajado en Roma.
«Cada uno encarnaba de manera casi caricaturesca los dos rostros antagónicos del genio andaluz. Falla, espíritu místico, tenso y secreto, cerrado y religioso a machamartillo», en palabras de Stravinsky y Picasso, «arlequín mago, voluptuoso y exuberante, que dejaba estupefactos a los otros artistas por sus dotes diabólicas y una malicia de cazador furtivo», lo describió Cocteau (*).
Las conversaciones entre Picasso y Falla son un misterio. No hay fotografías en la que aparezcan juntos y apenas hay correspondencia, pero se encontraron en un momento artístico muy parecido. Tanto uno como el otro unen tradición y vanguardia en este montaje y consiguen que el baile español entre triunfante en la moderna escena del teatro europeo.
Figurín de la molinera de Picasso y Tamara Karsavina con el traje.
Mientras Falla introduce jotas y farrucas, Picasso rinde un homenaje a Goya, con la escena taurina que pinta en el telón de boca. También en el vestuario, por el que desfilan toreros, alguaciles y bailarinas vestidas de sevillana, con traje payés o de baturra. El propio Picasso sugirió al compositor añadir 'olés', algo que le parecía muy «español» y le propuso que introdujera una obertura para que el espectador pudiera contemplar el hermoso telón.
El 22 de julio de 1919, el Teatro Alhambra de Londres acoge el estreno mundial de 'The Three Cornered Hat': «pueden estar orgullosos de haber dado tanto lustre al arte español en la primera capital del mundo», dice el Heraldo de Madrid en su edición del 17 de septiembre. «Una obra deliciosa», escribe el crítico del Daily Telegraph; «ligera, clara, exquisita y de un intenso sentido nacional», apunta Daily Mail. «Falla se revela como un maestro» en opinión del Daily Express.
Pero Manuel no pudo asistir al estreno. Recibió noticias del mal estado de salud de su madre y viajó a Madrid aunque no logró verla con vida. El archivo de la Fundación Manuel de Falla conserva una preciosa carta de pésame que remitió Juan Ramón Jiménez: «El mismo día, leí en 'El Sol' su tristeza de hijo y su éxito de músico. Le mando un abrazo fuerte, en el que querría que sintiera usted, con la misma intensidad que salen de mí, mi admiración y contento fundidos con mi cariño y pena'.
La crítica fue más fría en el estreno en París, en 1920, y en España se levantó una polvareda entre los que elogiaron su modernidad y cosmopolitismo y los más conservadores, que la calificaron de esnob. El tiempo le ha dado un lugar en la historia y, como escribió Vicente García Márquez, «'El sombrero de tres picos' es una experiencia excepcional y, al mismo tiempo un manifiesto artístico que ejemplifica las opciones estéticas en aquel momento de Falla, Massine y Picasso».
Han sido varias las versiones de 'El sombrero' que se han visto en la historia del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, como ballet o suite de danza, en completas versiones de Antonio, en adaptaciones del Ballet Nacional con coreografía de José Antonio, e incluso se ha programado en su primera interpretación, 'El corregidor y la molinera'.
La versión clásica de la obra de Manuel de Falla, sin embargo, no ha tenido mucho recorrido. En 1992, Les Ballets Canadiens, dirigido por Lawrence Rhodes, abrió en el Teatro del Generalife la 41 edición de la cita musical: «nuestro objetivo ha sido reconstruir un monumento histórico de la música y danza contemporánea», dijo Rhodes en la rueda de prensa. Se recuperó la música en directo para la danza y la OCG, dirigida por Richard Hoenich, ocupó el foso del auditorio acompañados por la soprano ibicenca Estrella Estévez. La crítica, sin embargo, le dio un «aprobadillo raso». Inmaculada Vilardebó en ABC escribió que era una versión «carente del alma, la pasión y el empuje, inherente a la obra de Falla»; «bailarines atentos a la exigencia de Massine y no, lógicamente, a la estética flamenca o española que lo puede hacer falto de autenticidad para los públicos acostumbrados a la liturgia de la ortodoxia de la danza española», apunto Ruiz Molinero en IDEAL.
En 1996, en la edición dedicada a las músicas de Manuel de Falla, fue el Ballet de la Ópera de Niza y su director Juan Albert Cartier, quienes rescataron la coreografía, escenografía y vestuario originales de los Ballets Rusos en el cierre de la 45 edición del Festival. Tamara Rojo y Antonio Márquez, transmitieron, según Andrés Molinari en IDEAL, «alegría vitalidad y buen humor» en una noche de «aceptable calidad».
En un momento de apuros económicos, Diaghilev vendió por partes el telón de Picasso. En 1957, la hija del dueño del emblemático edificio Seagram en Park Avenue, lo compró y pasó a decorar una de las paredes del famoso restaurante Four Season donde ha permanecido hasta 2014 cuando su nuevo propietario, un empresario inmobiliario y coleccionista llamado Aby J Rosen, quiso descolgarlo, una acción que podría haber destrozado la tela. Comenzó así una polémica que el New York Times bautizó como 'L'Àffaire Tricorne'. Finalmente el millonario llegó a un acuerdo con la New York Historical Society que lo restauró y que hoy lo exhibe como una de las piezas más importantes de su colección .
(*) Citado por Brigitte Léal, conservadora del Museo Picasso de París. En el catálogo 'PIcasso. El sombrero de tres picos'. Museo Picasso de Barcelona, 1992
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