Un paseo por los últimos cobertizos de Granada
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En la Granada musulmana abundaron este tipo de construcciones que comunicaban dos casas de una misma calleAmanda Martínez
Sábado, 22 de septiembre 2018
Escribía Juan Bustos en uno de sus artículos publicados en Ideal que quien busque una Granada de otra época la encuentra paseando bajo uno de los cobertizos que aún quedan en la ciudad. Son unos pocos ejemplos de un tipo de construcción que, junto con ... los ajimeces (balcones de madera cerrados con celosías) fueron muy típicos en las calles de la Granada morisca.
Un cobertizo es un pequeño pasillo elevado que une las fachadas enfrentadas de una calle. Pequeños túneles que podían ser abovedados o adintelados, que estaban cubiertos con arcos de piedra o ladrillo o vigas de madera. Tras la conquista cristiana, la ciudad musulmana fue perdiendo su genuino perfil. El laberíntico entramado de angostas calles fue cediendo terreno al concepto urbanístico del vencedor que, aludiendo a motivos de seguridad y salubridad, obligaba a aumentar el ancho de las calles. Para ello estas singulares construcciones eran un estorbo.
Carlos Jerez Mir, arquitecto y profesor de la UGR apunta en su tesis 'La Forma del Centro Histórico de Granada' algunas de las ordenanzas que obligaron a los derribos de estos pasillos elevados. En 1503, por ejemplo, se facultó al Ayuntamiento para demoler los cobertizos «por ser mucho el número de ellos que ocupan las calles e que algunos son muy peligrosos». Se encargarían de esta tarea equipos de albañiles y carpinteros dirigidos por 'alarifes', maestros de obras musulmanes. En 1532, una nueva ordenanza prohibía reparar ningún ajimez o cobertizo sin licencia municipal y una normativa urbanística posterior, dictada en 1538, impedía «que ninguna persona saque aximez ni portal, ni passadizo, ni otra cosa semejante, fuera del haz de su propia pared, en las calles o plaças de esta Ciudad». Si aún quedaba alguno, la Comisión de Ornato, en 1842 se empeñó en suprimir los balcones de madera, celosías, rejas voladas, guardapolvos y cobertizos que quedaban y todavía vuelven a ser objeto de la picota en el Reglamento de Ornato Público de la Ciudad de Granada de 1847, firmado por el arquitecto Antonio Díez de Rivera.
El callejero está salpicado de nombres que recuerdan los que debieron existir. En su libro 'Calles de Granada', Julio Belza cita la Placeta del Cobertizo, entre la calle Rosal de San Pedro y el Callejón del Aljibe de Trillo, donde debió de haber uno de estos voladizos. El autor guarda memoria de la calle Cobertizo y Faltriquera, entre San Matías y Varela, «quienes aún la recordamos con un apestoso mingitorio adosado a la pared y junto a él un puestecillo donde un pobre hombre bajo el amparo del cobertizo se ganaba la vida vendiendo chucherías a los niños y de noche tabaco y cerillas para noctámbulos». También muchos de los lectores habrán visto en pie el cobertizo que en estado ruinoso se conservó hasta los años setenta en un callejón que desembocaba en Elvira. De él tan solo queda el nombre de la calle, Cobertizo de Gadeo.
La casona de los Zárate debió de poseer otro de ellos y que se refiere el nombre de Cobertizo de Zárate, trasversal a Horno Marina. Muy cercade allí estuvo la calle Cobertizo de la Botica, que separaba la iglesia de San Justo con el Colegio San Bartolomé que el Ayuntamiento cedió a la Universidad tras el traslado, en 1944, del Gobierno Civil a Gran Vía. Jerez Mir cita varios ejemplos más , como los que conectaban la calle Elvira y Plaza Nueva con la antigua mezquita del Hattabin; y el que en 1924 se demolió para abrir la calle Sor Cristina Mesa en el Realejo que daba acceso a la antigua y tortuosa calle del Corral del Paso.
Junto a la iglesia de Santo Domingo hay un pintoresco rincón sombreado por la penumbra de un cobertizo. «Hay mucha historia en pocos metros cuadrados –recordaba Juan Bustos refiriéndose a este lugar– la de los nobles torcedores de la seda, que erigen aquí su casa; la de la hermandad de La Virgen del Rosario, con su camarín de grandeza barroca impresionante». Bustos señala que este cobertizo debió ser uno de los más ricos y decorados de su tiempo porque en su construcción contribuyeron los prósperos comerciantes del gremio de la seda. El cuerpo que pisa sobre la bóveda del pasaje se edificó en los siglos XVII y XVIII durante unas obras de reforma de la Iglesia cuando se construyó el camarín de la Virgen. El pasillo unía el templo de Santo Domingo con la casa de Hermandad.
Otro de los voladizos más bonitos de la ciudad está en el bajo Albaicín y hoy es un pequeño hotelito en la calle Cobertizo de Santa Inés, un angosto, sombrío y pintoresco callejón cuyo trazado parece haber cambiado muy poco desde época árabe.
El recorrido por los cobertizos que quedan en la ciudad lleva al paseante por la Carrera del Darro al cobertizo que se apoya en la fachada de la iglesia del Convento de San Bernardo, sobre la calle Gloria, y asciende por la Cuesta del Chapiz, para caminar bajo el arco de San Juan de los Reyes,
Villar Yebra, en el 'Boceto' publicado en IDEAL allá por el año 1982 que dedica al Cobertizo de Santo Domingo, cuenta una curiosa historia, perfecta para acabar este artículo: «De noche, la penumbra del cobertizo sobre la solitaria callejuela ha hecho que más de uno de un rodeo por otros trayectos más anchos e iluminados; pensando, sobre todo en estos tiempos abundantes de 'chorizos', que el cobertizo puede encerrar un riesgo desagradable. Un conocido mío, que posee y suele llevar un arma de fuego, no teme cruzarlo; sea la hora que fuere. Y una madrugada, al entrar bajo el arco, percibió unos bultos oscuros, negros, entrevistos por el reflejo de un farol distante. Rápidamente, sacó la pistola e intimidó a los presuntos emboscados a apartarse. Pero aquellas negras siluetas no se movieron. Avanzó, pistola en mano, repitiendo la intimidación. Se oyó un ruido suave, a ras del suelo ¿Un gato o una rata asustada? El hombre, nervioso, apretó dos veces el gatillo; ¡pam, ¡pam! Asonaron los disparos que el eco redobló en el silencio de la noche. Se oyó un estrépito y los bultos misteriosos se desplomaron crujiendo. ¡Eran dos butacas viejas y apolilladas que alguien había abandonado allí!».
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