El Tajo de San Pedro
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Historias de @LaHemeroteca ·
La erosión de la ladera ha causado accidentes a lo largo de la historia e incluso llevó a la Alhambra a pleitear con el Ayuntamiento por su conservaciónAmanda Martínez
Domingo, 24 de febrero 2019, 19:29
En el tajo de San Pedro echan raíces las Torres de la Alhambra. El cortado de 50 metros en la ladera norte de la colina de la Sabika ha garantizado la defensa de la fortaleza, pero también es un punto débil. El paso del tiempo, ... avenidas de aguas, movimientos de tierra, acciones geológicas y otros accidentes naturales lo han ido erosionando.
Su estado siempre ha preocupado a sus conservadores. A lo largo de la historia están documentados algunos accidentes que han dañado su estabilidad. El último ocurrió hace solo unas semanas cuando cayó parte del muro del barranco de Fuentepeña,en la cuesta del Rey Chico, sobre el paseo que el Patronato está recuperando junto a la acequia de Santa Ana.
Este increíble paisaje entre la Alhambra y el Darro es un regalo del tiempo, de la gente que lo ha poblado, de los cármenes en los que han vivido, de los molinos y fábricas que han trabajado y del lento discurrir de las aguas de Romayla y el Darro. En un paisaje tallado por el tiempo.
Gómez Moreno explica en su Guía que en 1520 ya existía la enorme terrera a los pies del cerro, detrás de la iglesia que da nombre al tajo. El historiador dice que en este lugar se construyó una presa para evitar que la acción natural del agua le hiciera más daño. Unos años más tarde, en 1524, un incendio destruyó una parte importante del alcázar. Lo cuenta Francisco de Paula Valladar en el libro 'El incendio de la Alhambra' publicado en 1890. El fuego, que «causó notables desperfectos en la Alcazaba y aún en los restos del Cuarto Dorado», pudo haber acabado con la vegetación del Tajo, cuyas raíces evitabanla erosión, lo que provocó nuevos desprendimientos en el terreno. Además, pudo haberse construido un aliviadero de los aljibes sobre la ladera, lo que podría haber contribuido a su destrucción, tal y como apunta el estudio «Restauración del Tajo de San Pedro en la Alhambra. Aspectos de cálculo», publicado en 'Informes de la construcción' del CSIC.
En 1590 la explosión de un polvorín fue la causa de un nuevo desplome. Aquella detonación provocó el «hundimiento de varias casas, estuvo amenazada la Audiencia, el Convento de Santa Catalina de Zafra tuvo que abrir sus puertas de clausura para que las religiosas no perecieran entre los escombros de techos y tabiques, en el Palacio y torres de la Alhambra fueron mayores los daños dando lugar a un violento incendio», describe Eladio de Lapresa en 'Un pleito entre la Alhambra y La ciudad: el Tajo de San Pedro' publicado en la revista Cuadernos de la Alhambra, en 1968. Esto, unido a una fuerte tormenta que tuvo lugar el 6 de febrero de aquel año, desestabilizaron la pendiente del cerro.
El 6 de marzo de 1600, de nuevo una lluvia torrencial provocó el mayor desprendimiento del que se tiene constancia documental, arrastrando la tierra y dándole a la ladera la forma que hoy conocemos. Gómez Moreno explica que la causa «fue la rápida curva que en este sitio forma el álveo, más ya no hay temor a nuevos arrastres, continúa Gómez Moreno, porque las tierras desprendidas forman una rampa de tal elevación, que nunca podrán las aguas llegar a la cortadura, ni aún en las mayores avenidas, a lo cual contribuye también el acueducto por donde pasa la Acequia de Santa Ana. Sin embargo los recalos del terreno ocasionados por las lluvias a caso podrán dañar a la larga parte de los muros y torres inmediatos a la placeta de los Aljibes; pero esto casi es inverosímil y no se remediaría en manera alguna con desviar el curso del río».
Los accidentes anteriores habían producido grietas y cortaduras en una tierra húmeda por las filtraciones de la acequia de Romayla. El 10 de enero de 1601, un nuevo desprendimiento de tierra arrastró parte de la muralla que separaba el bosque del cauce del río y cegó un tramo del canal de Santa Ana. Es entonces cuando el teniente de alcaide de la Alhambra, Pedro de Agreda, acude a la Audiencia para pedir que el Ayuntamiento reparase la acequia con materiales que evitaran nuevos recalos y que «hombres de ciencia y experiencia» estudiaran la manera de frenar el desgaste de la ladera.
Eladio Lapresa, en el artículo antes citado, cuenta que el ayuntamiento tardó un año en contestar al requerimiento y al hacerlo, dijo que las causas del derrumbe habían sido una zanja construida en la parte alta del bosque para regar los árboles así como los remanentes de las albercas, aljibes y casas de la Alhambra que vertían sus aguas en el tajo.
En vista de lo difícil que era poner de acuerdo las dos posturas, el 26 de marzo de 1602 el alcaide de la fortaleza solicita a la Audiencia que investigue el caso. Tras interrogar a varias personas, entre los que había alarifes, jueces de agua y albañiles, concluye que los deslizamientos del terreno los provocaron las avenidas del Darro y la acequia de Romayla.
Lapresa se detiene en algunos detalles que son muy curiosos y que justifican la lectura de su excelente trabajo. Cuenta, por ejemplo, que se plantaron madroños para que comieran los venados que había en el bosque pero que estos animales acabaron muy rápido con su alimento así que se cegó la acequia alta que se utilizaba para regarlos.
La discusión debió de terminar con la construcción del acueducto que cruza el tajo y lleva el agua de Romayla hasta el interior de la ciudad.
Una anécdota más de las que cuenta Lapresa antes de terminar este artículo. En 1868, el teniente de alcalde del ayuntamiento planteó una «luminosa» idea para evitar las crecidas del río. Había que enderezar su cauce, salvando el requiebro del obstáculo que supone la iglesia de San Pedro, una dificultad que se resolvería con el derribo del templo. Esta propuesta pasó felizmente del cajón del concejal, al Archivo Histórico Municipal y el perfil del edificio «permanece completando con su bella silueta el incomparable paisaje que forma el río coronado por las torres de la Alhambra».
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