Edición

Borrar
Hairathan Sernehan, 52 años, vive de la caza y el ganado.
El último cetrero

El último cetrero

El milenario arte de cazar con águila se desvanece en Mongolia. Visitamos a un maestro que trata de recuperar uno de los tesoros culturales de los kazajos

zigor aldama

Martes, 14 de abril 2015, 02:14

Sabes cuál es el animal que más le cuesta cazar al águila?». Hairathan Sernehan lanza la pregunta con una sonrisa maliciosa, convencido de que su interlocutor desconoce la respuesta. Y no está equivocado. Una piel que cuelga de la pared da una pista. ¿El zorro? «No, el conejo». La razón es sencilla: «No solo es pequeño y corre muy rápido, también es capaz de cambiar súbitamente de dirección, algo que el águila no puede hacer sin lastimarse». Por eso, para Sernehan, uno de los últimos maestros cetreros del oeste de Mongolia, el arduo proceso de adiestramiento del ave no concluye con éxito hasta que consigue atrapar a uno de estos esquivos mamíferos. Es un arte que los hombres nómadas de la etnia kazaja han perfeccionado a lo largo de siglos, incluso milenios, afirma él. Desafortunadamente, ahora está en peligro de extinción. «Aunque es parte de nuestra cultura y el país lo muestra con orgullo, lo cierto es que cada vez somos menos quienes lo practicamos. Y yo, que tengo 52 años, soy uno de los más jóvenes», ríe.

  • Los niños no quieren águilas

  • «La vida en la ciudad es mucho más fácil y permite una mayor proyección personal y profesional. Pero no puedo dejar de sentir tristeza por la paulatina muerte de la vida nómada y de las costumbres que han perdurado milenios». Por eso, Hairathan Sernehan participó con mucho gusto en el documental Kiran over Mongolia, en el que un joven de la capital, Ulán Bator, se interesaba por sus raíces kazajas y viajaba por carretera hasta el extremo occidental del país para aprender el arte de la caza con águila. «Estuvimos juntos casi un mes y la experiencia fue muy gratificante. Creí que había esperanza para los cetreros mongoles y que algunos jóvenes también se interesarían por este tipo de caza». Pero fue solo una ilusión. «La televisión muestra un tipo de vida muy atractivo y alejado de la dureza de la vida nómada. Así, es lógico que los niños se interesen más por un teléfono móvil que por aprender a cuidar de un águila. Es ley de vida», sentencia.

Basta con echar un vistazo a los alrededores de la pequeña casa de adobe que ocupan Sernehan y su hija para entender por qué la juventud prefiere labrarse un futuro en la ciudad. El paisaje es tan espectacular como violento. Árido e inhóspito. Además, si lo hubiera, un termómetro marcaría cerca de 35 grados bajo cero. Y eso que el que acaba de concluir ha sido un invierno cálido. «De mis cinco hijos solo Aikejan de 23 años me acompaña de vez en cuando. Otros tres viven en Bayan Ulgii la capital de la provincia homónima, y el cuarto está en Kazajistán. Todos han recibido una buena educación y siempre les hemos dejado elegir su propio camino, así que solo estamos mi mujer y yo para cuidar del ganado. E incluso ella suele marchar a la ciudad largas temporadas», cuenta con gesto decepcionado.

Sernehan, sin embargo, prefiere la vida nómada, en contacto permanente con la naturaleza: «Dependiendo del tiempo que haga, nos mudamos tres veces al año en busca de los mejores pastos: en verano, en otoño y en invierno. Durante las dos primeras estaciones vivimos en un ger la yurta tradicional mongola, pero en invierno y en primavera hace demasiado frío y nos quedamos en esta pequeña casa». Fuera le esperan unas 100 ovejas, 70 cabras, 15 vacas, unos camellos que viven a su aire y un caballo. Lo justo para sobrevivir con un austero estilo de vida. «Dicen que en Mongolia las familias necesitan al menos 500 cabezas de ganado para llevar una existencia digna, pero todo depende de la ambición que uno tenga y lo que busque en la vida». Gracias a unas pequeñas placas solares, él puede ver algunos canales de televisión, disfrutar de películas en un reproductor de DVD y encender una tenue bombilla por la noche.

Pero lo que realmente le entusiasma a Sernehan es cazar con sus dos águilas. Ellas son el orgullo de la familia, que se plasma en las paredes de la vivienda. Ahí ha colgado las medallas que lo acreditan como uno de los mejores cetreros del país, y las viejas fotos sepia que las acompañan certifican que su primer contacto con las águilas se dio a muy temprana edad. «Siempre he vivido en lo alto de las montañas, que es donde habitan, y mi padre fue quien me enseñó a atraparlas». Porque, lógicamente, el primer paso de la caza con águila es hacerse con una. Y no resulta fácil. «Hay que tener mucho cuidado de no provocarle ninguna herida».

Se utiliza un cebo vivo. Un cuervo atado al suelo. Cerca se coloca un conejo muerto, de forma que parezca que el cuervo se lo está comiendo. Y se rodea la escena con una malla que apenas se ve sujeta por varios palos. «Y luego, a esperar. Una de las cualidades más importantes de un cazador con águila es la paciencia, y los jóvenes la han perdido», se lamenta Sernehan. Pueden pasar muchas horas hasta que un águila aparezca en el horizonte. Pero si lo hace, se abalanzará como un cohete sobre el conejo muerto. Y ese es el momento en el que hay que desplegar la malla para atrapar al ave. «Luego dejamos que el cuervo quede en libertad y examinamos el águila». Para saber si será buena cazadora hay que fijarse en las garras, «que tienen que ser lo suficientemente grandes como para poder atrapar la cabeza de un zorro», ver que la lengua sea negra, y, sobre todo, fijarse en su mirada: «Los ojos tienen que ser rojos y han de estar en continuo movimiento, porque eso demuestra que es muy activa».

Sin duda, las dos águilas que cuida con especial cuidado lo son. Aunque se mantienen en calma incluso dentro de casa, donde cumplen casi las funciones de una mascota y duermen con la pareja en la habitación, cuando salen a la calle se yerguen de inmediato como si saltase un resorte en sus entrañas. «Una la atrapé cuando todavía era una cría, pero la otra ya era adulta. Lleva más de dos meses adiestrarlas, y hay que ganarse la confianza del animal dándole comida pero sin quitarle el instinto cazador». Poco a poco, se van a acostumbrando a sus caricias y a su voz, que servirá para traerlas de regreso cuando vuelen en busca de su presa.

A 240 kilómetros por hora

«Al principio son muy agresivas, así que las atamos a una cuerda que se balancea para que se cansen y vayan amansándose, porque tienen que concentrarse en no caerse. Luego hay que enseñarles a posarse en la protección de cuero con la que nos cubrimos el brazo, que es donde las llevamos». Cuando ya no le temen, las saca sin ataduras. «Las entreno con una piel de conejo que arrastro por el suelo. Es importante no solo que sepan cazar sino que respondan a mis órdenes. Cuando atrapan la piel, como recompensa, les doy un poco de carne. Pero solo un poco, para que entiendan que no pueden comer el animal entero», explica.

En picado, el águila puede alcanzar los 240 kilómetros por hora, y sus garras ejercen una presión que multiplica por 15 la de una mano humana. «Pueden incluso cazar un lobo y matarlo a picotazos», afirma el cetrero. Cuando abren las alas, su poderío resulta incuestionable, pero nunca atacarán a su amo. «Al principio cazan cerca de mí, pero poco a poco van yendo más lejos». Él, mientras tanto, las espera montado a caballo en lo alto de alguna colina, preparado para salir al galope cuando capturen algo. «Cada año un águila suele cazar unos 20 animales, suficiente para dar de comer a una familia que también tenga algo de ganado».

Pero Sernehan reconoce que su importancia no reside en la capacidad que tiene para proporcionar alimento. «Para mí es un honor poder participar cada octubre en la competición que se celebra entre los cetreros de nuestra provincia. Es una gran oportunidad para reencontrarme con antiguos amigos, que viven muy lejos, y disfrutar unos días de la actividad que más quiero». Eso sí, tiene muy claro que prima el bienestar del águila. «Pueden vivir hasta 50 años, pero con nosotros solo estarán 5 o 6. Luego las soltamos para que vuelvan a vivir en libertad y procreen. Hay que tratar de que nuestro impacto en el medio ambiente sea el menor posible».

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal El último cetrero