![«El protocolo me chupa un huevo»](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/pre2017/multimedia/noticias/201505/12/media/cortadas/mugica--490x578.jpg)
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marcela valente
Miércoles, 13 de mayo 2015, 00:47
Cuando fui a La Zarzuela, el Rey estaba hecho pelota. Mira que yo soy un viejo de mierda, pero era un adolescente al lado del Rey», cuenta el expresidente uruguayo José Pepe Mujica de su visita hace dos años a Juan Carlos I, a quien hace apenas tres meses recibió en mangas de camisa en su modesta chacra del Montevideo rural. Estas confesiones y mil anécdotas sobre su austero modo de vida aparecen recogidas en el libro Una oveja negra al poder, publicado en Argentina y escrito por los periodistas uruguayos Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, que han compartido con Mujica cenas, mates y largas sobremesas en las giras que les tocó hacer por el mundo junto al mandatario, que el día 20 cumple 80 años. El que fue considerado el presidente más pobre del mundo (aunque él dice que ni pobre ni nada, que los pobres «son los que están atrás de la guita») aclara en la biografía que es austero porque cree que así conserva su libertad. «Me gusta ir liviano de equipaje», insiste. Y se nota. Jamás usa corbata y rara vez un traje a cuadros. «Agradezcan que me lo pongo», bromea. «Es un Quijote disfrazado de Sancho», lo define un amigo.
Su legendario ascetismo da mucho juego en un libro que no ahorra en intimidades. Cuando iba a asumir el cargo, no quería que le confeccionaran una banda presidencial de recuerdo. Así que pidió a su antecesor, Tabaré Vázquez, que le dejara la suya. «Yo después te la devuelvo», le prometió. Le hicieron una a la fuerza, y no quiso ni tenerla en su casa los días previos «para que no se estropease». La mayoría de los regalos que recibe, los regala.
Mujica saltó a la fama internacional como un exjefe guerrillero que llegaba a la presidencia de Uruguay en 2010. «¡En qué lío nos metimos, vieja!», le confesaba a su mujer, la senadora Lucía Topolansky, al día siguiente de ganar las elecciones, mientras compartían un mate en su chacra de tres ambientes en Rincón del Cerro, a 20 kilómetros de Montevideo, adonde lo visitaron personalidades como don Juan Carlos, el pasado mes de marzo. Estuvo varias veces con él. En la modesta vivienda campestre conversaron sentados en un sillón hecho con tapitas de refrescos por pacientes del hospital psiquiátrico. «Cuando fui a La Zarzuela, el Rey estaba hecho pelota. Mira que yo soy un viejo de mierda, pero era un adolescente al lado del Rey», recuerda de su viaje a España en mayo de 2013. Volvió impresionado del palacio. «Una parafernalia para mantener a toda una familia que no tiene mucho para hacer. Desde el punto de vista republicano es insultante».
Sobre Felipe también deja sus impresiones en el libro. Cuando todavía era príncipe y asistió a su toma de posesión en Montevideo, le dijo al oído «saludos a tus viejos». El futuro monarca sonrió incómodo. Se volvieron a encontrar muchas veces. «Es como el perejil, está en todas las comidas», suelta.
Mujica ha sido una rara avis entre los gobernantes del mundo. Austero, informal y de lenguaje llano, no comulga con el boato del poder, pero es un hábil negociador. Tuvo un rol clave en el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. Lo curioso del personaje, revela el libro, es que desarrolló ese protagonismo sin descuidar los quehaceres domésticos.
La ropa interior a la vista
«En Anchorena nos cocinamos la vieja y yo», cuenta sobre la residencia de descanso de los presidentes uruguayos. «Lavamos los platos y todo. Es un problema de cabeza. No quiero sirvientes que me hagan la comida y que limpien», dice. Para los biógrafos es comprensible. Un hombre que estuvo preso 14 años casi en un pozo, sin colchón ni baño, que dependía de otros para comer y ver la luz, no quiere que nadie haga nada por él.
«Los gobernantes deben vivir con sobriedad, como la inmensa mayoría del pueblo que los votó. A mí no me van a domesticar». Y así lo demostró durante su presidencia. La estancia de Anchorena es enorme. Él muestra la casa a los autores del libro como si fuera un museo, pero después los recibe con un guiso de lentejas en el espacio reservado a los caseros, y que es donde se alojan él y su mujer cuando van de vacaciones.
Junto a la puerta, está la manta agujereada de su perra Manuela, a la que Mujica le prepara la comida. Adentro, en el único baño que comparten anfitriones e invitados, cuelga la ropa interior del presidente y su esposa. «El protocolo, la liturgia del poder y todas esas estupideces, me chupan un huevo», dispara el anciano.
Un dormitorio inmenso
Y para muestra, lean esto. En China fue alojado en uno de esos imperiales palacios de Pekín. La habitación y la cama eran tan inmensas que obligó a su escolta a compartirla. No fue la única vez que lo hizo. Las dietas para viajes que cobraban el personal de seguridad y demás funcionarios fueron recortadas brutalmente. Mujica donaba el 70% de su salario y se quejaba de que los altos cargos no le siguieran.
Con Barak Obama dialogó varias veces. «Vete de Afganistán», le aconsejó durante una larga cena en Colombia. Mujica estuvo incluso en el Despacho Oval, un destino increíble para un exguerrillero.
En ese despacho, en 2014, Obama le pidió: «Dígale a su amigo (por Raúl Castro) que éste es el momento de buscar un arreglo». Mujica, que había recomendado el acercamiento tanto a Obama como a Fidel y a Raúl, transmitió el mensaje, y poco después se produjo el milagro. Como gesto de reciprocidad, Mujica recibió en Uruguay a seis presos de Guantánamo, que viven en Montevideo. Quedó en buena relación con Obama. El año pasado lo llamó por teléfono para pedirle su opinión sobre Venezuela. «Me están presionando para que intervenga. ¿Qué opina?», le preguntó. Y el viejo lo frenó.
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