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CARLOS BENITO
Miércoles, 20 de mayo 2015, 01:20
La belleza o la fealdad están en la mente del que mira, pero, desde luego, parece que al marabú le han tocado todas las papeletas para resultar poco agraciado, con ese aspecto inquietante de cigüeña zombi. La cabeza pelada para hurgar mejor en la carroña y las patas blancas por la acumulación de heces completan un perfil que puede revolver el estómago, pero en lugares como Kampala, la capital de Uganda, estas zancudas desempeñan una importante función sanitaria: rastrean los vertederos en busca de restos orgánicos, con un apetito que no hace ascos a la carne podrida, y también suelen frecuentar los tres mataderos de la ciudad, atraídos por sus suculentos desperdicios. En el país africano los comparan con enterradores, por su levita de plumas y esa especie de sonrisa sardónica, pero en realidad actúan como voraces plantas de tratamiento de residuos.
Y no están solos en la tarea. También el ser humano de la imagen ha de revolver la basura para salir adelante: forma parte de los cientos de habitantes de Kampala que obtienen un salario miserable de recoger plástico, chatarra y desechos electrónicos y vender ese triste botín a intermediarios. Las aves parecen contemplar su paso con indiferencia, acostumbradas ya a que haya personas que llevan vida de marabú.
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