carlos benito
Jueves, 28 de enero 2016, 01:37
Igual que en esas viejas películas de serie B que juntaban a dos monstruos en un mismo argumento para causar mayor impacto, Sarah Palin emergió la semana pasada desde el segundo plano de la política estadounidense para apoyar públicamente a Donald Trump, que no descarta incluirla en su gabinete en caso de llegar a la presidencia. Mientras los analistas tratan de decidir si ese respaldo será bueno o malo para Trump, el retorno de la exgobernadora de Alaska ya ha sido oportunamente celebrado por los humoristas del país, que encuentran en ella una fuente inagotable de material: Saturday Night Live ha recuperado incluso a la imitadora número uno de Palin, la actriz Tina Fey, que en la campaña electoral de 2008 se convirtió en un glorioso duplicado un poquito más absurdo que el original de la entonces candidata a vicepresidenta. «Encendemos las noticias por la mañana y ni siquiera salimos en ellas, porque hemos sido sustituidos por inmigrantes», se ha quejado este fin de semana la Palin de pega.
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A lo mejor dentro de un tiempo esa cita circula como si la hubiese pronunciado de verdad la controvertida líder republicana, ya que en su caso el personaje real siempre se ha situado asombrosamente cerca de la parodia. Hablamos de la mujer que se refirió a Corea del Norte como «nuestros aliados» y a Afganistán como el «país vecino», la que urgió a los inmigrantes a «hablar en estadounidense», la única candidata que en plena campaña ha concedido una entrevista televisiva en una granja de pavos mientras, detrás, un operario se afanaba en su tarea de sacrificar animales. Con antecedentes así, no es raro que mucha gente crea que realmente exigió a Obama que «invadiese Ébola» y que «devolviese a los mexicanos al otro lado del océano», aunque lamentablemente se trate de citas inventadas. Estos días, se ha escrito de ella que su manera de hablar «está más próxima al dadaísmo que al discurso político estándar» y «puede causar ataques cardiacos a los profesores de gramática».
Sarah Palin, de 51 años, parecía un tanto desdibujada en los últimos tiempos, aunque sí supo aprovechar a fondo la resaca inmediata de aquella campaña que compartió con John McCain. Perdieron frente a Obama, pero la mujer que solo siete años antes era la alcaldesa de Wasilla (una población de 8.000 habitantes en el entorno de Anchorage) se había convertido ya en una arrolladora celebridad, que jugueteaba con la perspectiva de aspirar a la presidencia cuatro años más tarde. Era una superestrella que cautivaba, a base de populismo y frescura casi suicida, a los votantes más ultramontanos de su partido, mientras el aparato republicano contemplaba con recelo sus tanteos en torno al liderazgo. Palin se convirtió en la cara visible del movimiento Tea Party, con sus invocaciones a la «América real» frente a la sofisticación de Obama, y de manera simultánea emprendió una fructífera carrera como comunicadora.
Matar a un caribú
En televisión, ha ejercido de comentarista para la Fox y también ha protagonizado, junto a su familia, sus propios realities. A lo largo de los ocho episodios de Sarah Palins Alaska, mostró «la maravilla y el esplendor» de su estado y se dejó ver pescando salmones, talando árboles o cazando un caribú, como una devastadora primera dama de los espacios abiertos, para después extender su radio de acción al conjunto del país en Amazing America With Sarah Palin. Además, ha publicado varios libros, desde unas memorias superventas hasta el más reciente, un volumen devoto editado en noviembre en el que firma 260 meditaciones inspiradas por versículos de la Biblia. Argumenta, por ejemplo, que Jesucristo habría apoyado la libre posesión de armas de fuego, ya que «era un guerrero, un luchador por la justicia».
Sarah ha compartido el candelero con su hija Bristol, convertida también en una cuestionada celebridad. Ambas lograron la fama nacional más o menos a la vez: en aquella campaña electoral de 2008, Bristol era una jovencita de 17 años que se había quedado embarazada, lo que obligó a la madre a dar ciertas explicaciones a su electorado. Pese a haber pronunciado conferencias en favor de la abstinencia sexual de los jóvenes, hoy Bristol tiene 25 años y es madre soltera de dos hijos de padres distintos. Ha sabido exprimirle el jugo a la popularidad a través de su libro de memorias publicado a los 20 añitos, con la pérdida de la virginidad como pasaje cumbre y sus intervenciones en un buen número de espacios televisivos, entre los que destaca un tercer puesto en ¡Mira quién baila!.
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Sin embargo, estos días, el otro miembro de la familia del que más se habla es el hijo mayor de Sarah, Track, un veterano de Irak que ya había protagonizado algún episodio de agresividad en el pasado. Justo la víspera del día en que su madre iba a aparecer junto a Trump, el joven de 26 años fue arrestado por violencia doméstica: al parecer, golpeó en la cara a su novia y esgrimió un fusil de asalto AR-15, mientras preguntaba «¿crees que no voy a hacerlo?». En su reaparición estelar, Sarah Palin no eludió el delicado asunto, pero no se le ocurrió mejor idea que vincularlo al síndrome de estrés postraumático de los veteranos de guerra y reprochar a Obama el trato que se les brinda. Las asociaciones de militares han puesto el grito en el cielo, exigiéndole que no reduzca un problema tan grave a facilón juguete político, mientras muchos en EE UU esperan ya con un escalofrío las siguientes ocurrencias de esta alianza de monstruos.
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