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miguel gutiérrez-garitano
Lunes, 21 de marzo 2016, 04:24
Doquq
En el campamento de la Novena Brigada Peshmerga, orgullo del Ejército de la Región Autónoma del Kurdistán iraquí (RAK), hay un rincón reservado a los voluntarios occidentales que adiestran a los kurdos a cambio del rancho del día. Por las noches se arrebujan entre un sofá y un par de viejos pupitres resguardados por una techumbre de plástico. Frente a la calidez de una hoguera, cuatro curtidos soldados dos franceses, un estadounidense y un húngaro tratan de evadirse del sonido de las balas y las explosiones de los morteros. Me hacen un sitio sin dudarlo, disculpándose por presentarse con seudónimos: «El Daesh es más peligroso en Francia que aquí y tenemos familia», aclaran Sebastien y Thierry.
La Novena Brigada, desplazada a Doquq, es lo más parecido a una tropa profesional de este pueblo sin Estado. Los asesores occidentales son imprescindibles: «Entrenamos a los soldados en el manejo y limpieza del armamento, en tácticas de asalto, guerra urbana, inteligencia... Y vamos consiguiendo resultados, pero lentamente...», suspira Sebastien.
Llegó a Irak hace pocos meses «a parar la barbarie del Daesh». En otra vida fue doctor en Arqueología y le ardió la sangre cuando asistió por la tele a la destrucción de las estatuas asirias del Museo Arqueológico de Mosul. Los restos de aquella civilización anterior a Jesucristo echados a perder o en el mercado negro. Thierry, hermano de armas y del alma en el ejército francés, no se planteó ni un segundo dejarlo solo. Atrás quedaron sus familias. «No hacemos esto ni por religión, ni por política ni por fobias de tipo racial. Abominamos la palabra cruzado. Tras décadas de experiencia en África y Oriente Medio en labores de seguridad e inteligencia, sabemos lo que hacemos y podemos ayudar».
El servicio médico de la Novena tiene nombre de mujer, el de la voluntaria hispano-brasileña Eloísa Yaiza Pantojo. De niña perdió a toda su familia en un accidente de tráfico y acabó en los ejércitos de Israel y la India. Es una experta francotiradora. También es auxiliar de enfermería y la única con conocimientos sanitarios en toda la brigada. Prepara unas deliciosas patatas con chorizo que dan pie a las confidencias.
Las medicinas ni siquiera se conservaban a bajas temperaturas cuando llegué.
¿Es duro ser la única mujer de toda la brigada?
Para hacerme respetar les digo a todos brama, que en kurdo es mi hermano. Me ven como a una hermana mayor. Siempre llevo este crucifijo bien a la vista para que comprendan que soy cristiana y me ducho con un burka.
¿Por qué estás aquí?
¿Has visto lo que les hacen a las niñas? dice mientras me muestra una fotografía de móvil donde aparece una hilera de yihadistas muertos. Los matamos nosotros. Pensé en cortarles el miembro y tirárselo a los cerdos. No lo hice. No soy así, pero... ¡Dios mío! Si el mundo supiera lo que están haciendo a las niñas.
Con los voluntarios extranjeros salgo a patrullar la línea del frente a unos 10 kilómetros al sur de Doquq. Se trata de una mastodóntica obra de ingeniería y zapa para evitar que caigan los pozos de petróleo de Kirkuk, principal fuente de ingresos de la RAK. «En toda esta región explica Thierry hubo combates muy fuertes en otoño. Al final los peshmergas se impusieron con ayuda de la aviación occidental. Nos tiran con mortero día sí día no, pero lo que más miedo nos da son los explosivos trampa las famosas IEDE que colocan por las noches».
Tikrit está ardiendo. Grandes humaredas se elevan en el horizonte: «Los del Daesh, antes de retirarse, incendian los pozos de petróleo y ponen bombas en todas las casas», explica un oficial peshmerga, entre dos puestos de francotiradores. Gritos procedentes del campo enemigo interrumpen la charla. Un grupo de civiles se ha acercado a la línea fortificada, suplican refugio. Pero aquí nadie se fía: «Hemos sufrido varias bajas porque el Daesh usa civiles como bombas humanas».
La Novena Brigada le debe toda su fama al brigadier general Araz Abdulkadir. Culto y experimentado habla perfecto inglés, estudió en una universidad sueca e hizo carrera en el ejército iraquí se entrevista a diario con los líderes de las comunidades kurdas, árabes y turcomanas, con afán de escuchar sus problemas y tratar de ganarse «los corazones y las mentes». Recibe en su despacho.
Los gobiernos de Estados Unidos y Europa aseguran que no tienen soldados sobre el terreno, pero en la prensa local no dejan de aparecer operaciones de fuerzas de élite.
La cooperación se da a muchos niveles, con fuerzas occidentales de élite, con el ejército de Irak, con las milicias chiitas... Cooperar es parte fundamental de nuestra estrategia. Pero a día de hoy, los kurdos somos el escudo de muchos países y una mayor ayuda de otras potencias sería bienvenida.
Dibis
Que el gobierno de Masud Barzani apueste por oficiales cosmopolitas no quiere decir que haya prescindido de los viejos veteranos de las guerras kurdas contra Sadam Husein. En el sector de Dibis, al noroeste de Kirkuk, los 600 hombres del general Neriman protegen una línea de puestos avanzados ante un enemigo que utiliza la oscuridad para golpear. Aquí el Daesh es fuerte porque cerca está Hawijah, uno de sus cuarteles generales. Entre explosiones de morteros y un esporádico tableteo producido por fuego de kalashnikov, este viejo guerrillero que combate desde los 17 años resume el panorama con resignación.
Desde que construimos esa trinchera ya no nos lanzan coches bomba. Durante el día, nos bombardean con morteros. De noche, usan a civiles cubiertos de explosivos para atacarnos.
Entre los kurdos, dos voluntarios españoles corroboran las palabras de Neriman: «La pasada semana nos han atacado dos veces de esta manera. Primero fue un viejo con un burro, después un chaval en bici. Se trataba en realidad de suicidas y los peshmerga los abatieron antes de que llegaran a nuestras líneas», relata Simón de Montfort.
En los medios españoles se le conoce como El boina verde. A su colega le llaman El gallego. El lenguaje de Simón es arcaizante, repleto de frases alusivas a la religión. Su cuarto rebosa libros piadosos y rosarios bajo una gran bandera española en la que se lee Reinaré en España. ¡Viva Cristo Rey!. «Soy católico practicante, tradicionalista, terciario capuchino y, además, fui boina verde», aclara por si hay dudas.
¿Te consideras un cruzado?
Siempre me gustó esta mezcla de espiritualidad y capacidad combativa de los templarios.
De joven militó en un sindicato de Falange, pero asegura no estar en Irak por motivos políticos ni mucho menos por tendencias islamófobas o racistas. Ninguno de los dos cobra por estar aquí.
Esta milicia es socialista y todos nuestros compañeros son musulmanes sunitas. Además, me he tirado muchos años en organizaciones de ayuda a inmigrantes. Me mueve proteger a los cristianos que están siendo exterminados.
El gallego estuvo en la Infantería Ligera del Ejército Español es menos místico.
Llevo 41 años trabajando como un cabrón y no tengo familia. Quería hacer algo. Si me matan, al menos habré defendido a esos inocentes de ser asesinados y esclavizados.
Pronto se les unirá otro compañero español, comunista, al que prometen acogr como a un hermano de armas. «Aquí no nos importa ni raza ni credo ni tendencia política. El enemigo son las banderas negras», zanja Simón.
Telskuf
Este pueblo fantasma, a 15 kilómetros de Mosul, es en sí mismo testimonio del genocidio perpetrado por el Estado Islámico contra los asirios cristianos. El 10 de junio de 2014, los yihadistas tomaron esta importante ciudad iraquí, derramándose como una plaga de langostas por las llanuras de Nínive. 125.000 hombres, mujeres y niños de esta minoría lograron escapar de la matanza y llegar a los campos de refugiados del Kurdistán, donde pululan hacinados, olvidados por la comunidad internacional.
Extranjeros
Frente a los más de 30.000 yihadistas que se han unido al Daesh, el ejército kurdo cuenta con unos 200 voluntarios europeos y americanos. Entre ellos hay verdaderos mendigos y alucinados; otros pertenecen a organizaciones comunistas y fascistas. Pero priman los exmilitares serios, valiosos como formadores.
Genocidio
El 4 de febrero, el pleno del Parlamento europeo aprobó una declaración que establece que el Daesh está «llevando a cabo un genocidio contra cristianos, yazidíes y otras minorías religiosas en Irak y Siria». Un informe de la ONU daba cifras de la barbarie de los yihadistas en Irak hasta finales de 2015 19.000 asesinados, 37.000 heridos, 3.500 personas esclavizadas y centenares de miles de desplazados.
Al borde de la quiebra
El futuro de la guerra depende de la economía. Jerry Kiser, propietario de la compañía Independent Petroleum Land Services, con gran experiencia en el Kurdistán, nos pinta un futuro económico complicado. Habla de «colapso inminente». Tanto Irak como la RAK están endeudados; el petróleo no hace más que bajar y «gran parte del crudo se pierde debido al contrabando llevado a cabo por una red mafiosa».
El único pueblo de la zona que reconquistaron los kurdos fue Telskuf: habían sobrevivido tres ancianas. Hoy la población es símbolo y bastión de la lucha contra los terroristas, que la atacan a diario con cohetes katyusha y fuego de mortero. La protege una compañía peshmerga junto a una milicia asiria, de voluntarios sin paga, conocida como Nineveh Plane Forces (NPF). Los lidera el comandante Safaa Khamro, empeñado en «recuperar el territorio perdido y liberar a nuestros familiares».
Recibe el apoyo de Sons of Liberty International (SOLI), una organización sin ánimo de lucro que se financia gracias a las aportaciones de particulares y cuyo objetivo es dar formación y entrenamiento de seguridad a comunidades vulnerables. «Creemos que todas las personas tienen derecho a defenderse y preservar su libertad independientemente de su situación financiera. Creemos en un mundo donde los inocentes son protegidos», argumenta su creador, alma y líder, Matthew VanDyke.
Conocido luchador por la liberación de los pueblos libio y sirio, este americano de Baltimore es el más famoso e inclasificable de los extranjeros que sirven en el Kurdistán. Viajero, cineasta y corresponsal de guerra, VanDyke lo abandonó todo en 2011 para unirse a los rebeldes libios que se levantaron contra la dictadura con un sueño: que en aquella primavera liberadora se gestara una democracia.
Sobrevivió a la destrucción de todo su pelotón y a seis meses de reclusión en las mazmorras de Gadafi. Después, los asesinatos televisados de los periodistas James Foley y Steven Sotloff, dos de sus mejores amigos, a manos de los verdugos del Daesh en Siria, marcaron para él un antes y un después: «Abandoné definitivamente los reportajes y me di de lleno a combatir el terror».
VanDyke, que ha entrenado a varios cientos de combatientes cristianos, trabaja ahora en una calle desierta de Telskuf, asistido por tres veteranos del ejército de EE UU un marine y dos soldados de infantería que responden a los alias de David, Jerry y Tom. Adiestran a los milicianos sirios de la NPF en «asalto, guerra urbana, armamento y todas las habilidades necesarias para que no les maten a las primeras de cambio cuando traten de recuperar su tierra». Una veintena de jóvenes alumnos progresan por una avenida de Telskuf, medio derruida por los cohetes enemigos. Estremecen las explosiones. De vez en cuando, suenan disparos. «Trabajamos a dos kilómetros de la primera línea, lo que acostumbra a los hombres a las condiciones de combate. La semana pasada los llamaron para repeler un ataque en Baqofah».
Sinjar
Que la capacidad ofensiva del Daesh en el frente kurdo se ha visto seriamente mermada es una evidencia. Pero es en ese preciso instante, cuando desciende la violencia, cuando las heridas salen a relucir. Y no hay mayor horror en esta guerra que el que me encuentro en Sinjar. Toda la ciudad antes tenía 25.000 habitantes yace atomizada en un amasijo de polvo, cristal y hierro. Algunas de las casas de los vecinos no sunitas, minadas por el Daesh, están marcadas con banderines rojos y grafitis. En lo que fue su centro histórico, las sensaciones basculan entre la desolación y el espanto. «Está todo lleno de trampas, algunas son muy sofisticadas avisan tres jóvenes peshmerga. Además pueden quedar yihadistas en sótanos y aljibes». Lo más peligroso son los túneles, que atraviesan el subsuelo de la población. «Fueron construidos por los esclavos del Daesh para esconder riquezas y resistir los bombardeos de la coalición». En patios y habitaciones se pudren los cadáveres de yihadistas de diversos países. Las pintadas de las paredes están escritas en diferentes idiomas y versan invariablemente sobre la obsesión última de este ejército de locos: la religión.
Sinjar es el corazón del mundo yazidí, una minoría religiosa que enraíza muchas de sus creencias en el zoroastrismo enseñanzas de Zaratustra. Los sunitas radicales consideran a esta gente «adoradores del demonio» y trata literalmente de exterminarlos a todos... Menos a las mujeres jóvenes. «Se han llevado a más de 3.000 como esclavas sexuales», se lamentan Amir Balier Ismail y Ez-Aldeen Rashoo, dos trabajadores del hospital. «Se las intercambian entre los yihadistas o las venden en Raqqa, Tal Afar o Mosul». Este centro sanitario es el único punto vivo en medio de una ciudad muerta. Esconde el horror en un cuarto con dos estancias separadas por un biombo. Ez-Aldeen Rashoo muestra trajes de novia y coronas de flores de plástico.
En la sala vacía las casaban y las preparaban con estos adornos. Después las violaban en esta cama. Cuarenta mujeres de mi aldea están entre las secuestradas, muchas de ellas de mi familia. El primer mes aún tuvimos noticias porque algunas escondieron sus móviles. Nos llamaban desde Tal Afar y nos contaban todas la barbaridades que padecían.
Gas mostaza
En las fosas comunes todavía descansan sin sepultura los restos de las señoras mayores. Sinjar, cercado por el enemigo, es un punto estratégico porque por aquí pasa la carretera que une Mosul y Raqqa. Los peshmerga la han cortado, pero el comandante Salal Mohamed Rahim advierte: «El Daesh utiliza ahora otras pistas más al sur».
Consigo llegar hasta la carretera, horadada de cráteres producidos por los coches-bomba que una batería de misiles Milano se encarga de neutralizar. El propio Salal, que asegura que desde 2015 reciben a diario ataques de gas mostaza, tien un brazo inutilizado por el tiro de un francotirador de los que barren la posición todas las mañanas.
Algún día, Sinjar, el Gernika iraquí, se erigirá en símbolo de esta guerra. Conquistada el 2 de agosto de 2014 por los islamistas radicales, fue recuperada en noviembre de 2015 por las tropas kurdas de Irak y Siria junto a los aviones de la coalición, cuyas bombas terminaron de pulverizar la ciudad. Sus habitantes sobrevivieron durante meses sitiados en las montañas, alimentándose de frutos silvestres y de la comida que lanzaban los aviones occidentales. Allí siguen.
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