172 asesinatos múltiples en medio siglo y una pregunta sin respuesta: ¿Por qué?
Estados Unidos tiene una larga y dramática historia de tiradores múltiples, pero de los 172 criminales masivos contabilizados desde 1966, un buen número se llevó a la tumba el motivo de sus matanzas
Qué conduce a una persona inteligente y cordial a alquilar una habitación de hotel para acribillar a decenas de personas desde sus ventanas? ¿Por qué de los 172 asesinos de masas contabilizados en Estados Unidos solo cuatro son mujeres? ¿Y por qué ellas odian las armas de fuego mientras son las preferidas de ellos?¿Cuál es el oscuro interruptor de la mente que impulsa a un joven a disparar contra niños en una escuela? ¿Y qué lleva a suicidarse a los tiradores que atacan universidades y colegios? Son demasiadas preguntas las que ocupan los miles de informes policiales y psicológicos escritos desde 1966 sobre los asesinos múltiples en Estados Unidos y no siempre hay respuestas a todas.
Los interrogantes siguen surgiendo porque los tiroteos no cesan. Este lunes un hombre ha matado a tres personas en la Universidad Estatal de Michigan antes de suicidarse. Tenía 43 años y poco se conoce todavía sobre los supuestos motivos de su acción. Sendos crímenes múltiples ocurridos en enero en una discoteca de Monterey Park y dos granjas agrícolas de Half Moon Bay fueron ejecutados por asesinos de más de 65 años. Un dato inusual, tal y como confirma un vasto trabajo realizado por la organización The Violent Project, que constituye la radiografía perfecta de las 168 masacres contabilizadas en EE UU desde 1966 hasta 2020. En algunas participaron dos individuos –como los dos postadolescentes que sembraron de cadáveres el instituto Columbine–, aunque los pistoleros solitarios son lo común. La base de datos suma y sigue. Los dos últimos años han sido pródigos en sangre. La hemorragia crece sin que le hagan mella leyes (California es la más restrictiva y aún así este 2023 la Policía investiga tres matanzas) ni debates como el que aloja el Congreso desde hace meses sobre las armas de fuego.
Tiroteos masivos en Estados Unidos (1966-2020)
Por tiroteo múltiple se conocen aquellos episodios de violencia extrema donde las pistolas y el fusil AR-15 son los reyes y en los que cuatro o más personas resultan muertas. Conforman únicamente el 1% de todos los asesinatos ocurridos anualmente en suelo estadounidense, pero son los que más amedrentan porque sus autores pueden ser el vecino que vive al fondo del pasillo o el hombre con el que uno se cruza en el supermercado.
La primera gran masacreA las 11.48 horas del 1 de agosto de 1966, la caja de Pandora se abrió para Estados Unidos. Aquel no fue el primer asesinato de masas de su historia. Los había habido antes, la mayoría relacionados con el ámbito militar. Pero que un joven ejemplar se subiera a una torre y empezara a disparar sin motivo alguno contra personas elegidas al azar despertó todos los miedos de la sociedad estadounidense. Bastaba una idea extraña, una locura transitoria, una mañana de cólera, el afán de hacerse famoso a cualquier precio y un arma para que todo ciudadano corriera peligro de morir mientras hacía las compras.Charles Whitman, el hombre que desató aquel pánico, era además el prototipo de americano situado en el buen camino: 25 años, exmarine, ingeniero, instructor de boy scouts y un excelente marido. Cariñoso hasta que la noche anterior a la masacre asesinó a puñaladas a su mujer mientras dormía después de regresar de casa de su madre, a la que acribilló a tiros. En ambos casos dejó por escrito que había acabado con la vida de sus dos seres más amados. No hubo ni una sola mala palabra entre ellos antes de que se posara la niebla negra.Por la mañana, sudoroso, caminó hasta el campus de la Universidad de Texas. Había 38 grados de temperatura. Cargaba un baúl con cinco fusiles y una pistola. Subió hasta lo alto de la torre. En las escaleras vio a dos parejas que curioseaban sus movimientos. Les encañonó. Uno de los matrimonios salió despedido por el aire por efecto de los impactos. de un fusil para cazar jabalíes. A la segunda pareja la dejó marchar. A continuación salió a la azotea. Apuntó. En el Ejército fue premiado por su pericia como francotirador. Lo dejó claro. Mató en total a quince personas y dejó malheridas a 31, Fue abatido más tarde en medio de un fuego intenso. A los policías se unieron varios estudiantes y testigos con sus propias armas. Es Texas.Cuando el FBI empezó a analizar el caso, descubrió una carta escrita por el asesino la madrugada anterior. Anticipaba su crimen y pedía que su cadáver fuera sometido a una autopsia. Durante años había sufrido fuertes dolores de cabeza. Los forenses, en efecto, encontraron un tumor cerebral, pero nunca pudieron probar su conexión con el deseo de Whitman de que EE UU comenzara un proceso de desangramiento que llega hasta este 2023 con absoluta brutalidad.Cartuchos, baile y un RollsHuu Can Tran irrumpió en la discoteca Star Ballroom Dance Studio de Monterey Park (California) el pasado 21 de enero. Abatió a tiros a seis mujeres y cinco hombres, como él de origen asiático. Nada les vinculaba. Nada en ellos incitaba a la furia de Tran. Luego intentó repetir la matanza en otro local. Brandon Tsay, un joven de 26 años hoy convertido en héroe, le arrebató el arma. Tran huyó. Luego se pegó un tiro en su vehículo. El 72% de los tiradores de su perfil acaba así. En ocasiones tienen previsto suicidarse y en otras su cólera no solo se proyecta hacia el exterior sino también hacia el interior y deciden descerrajarse un tiro sobre la marcha.La fragilidad del hombre es notoria cuando Brandon le quitá su semiatomática modificada. Se trata del asesino múltiple –denominación que se da a quienes matan a cuatro o más personas– más longevo de la historia criminal estadounidense. El anterior fue un minero jubilado, William Bevins, que en 1981 acabó con la vida de cinco personas en un comercio de Kentucky. La Policía carece de pistas sobre el móvil del asiático y cómo un hombre de apariencia vulnerable pudo convertirse en el brazo del infierno. Sin embargo, Tran vivía sumergido entre cientos de cartuchos y grandes dosis de desconfianza y odio dentro de su casa móvil en un parque de autocaravanas de Hemet.Se había divorciado a principios de la década de los 2000 tras un breve matrimonio, en cuyo transcurso su mujer le convenció de que vendiera su camión y un modesto negocio de transportes. Ahora limpiaba alfombras. Vivía con lo mínimo, le gustaban las albóndigas y, por alguna razón inexplicable, tenía aparcados en la calle un viejo Rolls Royce y un Mercedes que antaño vio una vida mejor.Su vía de escape era el baile. Quizá quiso acabar con todo y empezó por su única ilusión. Así que mató la danza. Los tiroteos masivos «siempre pretenden ser un acto final», traducible en el «suicidio, la muerte o el encarcelamiento» de sus responsables. Por eso, es posible que Tran hubiera llegado a «su punto de ruptura final y ya no le importase vivir o morir», dice James Densley, presidente de la ONG Violence Project.Una ventana mortal en Las VegasStephen Paddock fue otro de los asesinos de masas que se llevó los motivos de sus actos a la tumba. Se le retrata como el mal dentro del mal. El artífice de la masacre que heló el corazón a un país tristemente habituado a contabilizar 100.000 asesinatos al año. Todo por su precisión letal, la capacidad de llevar la rabia y el terror al confín de lo posible y porque, al fin y al cabo, Paddock era un tipo corriente.El 1 de octubre de 2017 este inversor de relativo éxito alquiló una suite en el hotel Mandala Bay de Las Vegas. Planta 32. Conocía bien la ciudad. Había sido jugador. Entró en la habitación, desplegó 22 armas semiautomáticas sobre la cama y rompió dos ventanas con vistas al Route 91 Harvest, un festival country que en el curso de tres ediciones había logrado convertirse en una cita ineludible para 22.000 entusiastas de la música en la capital del juego.A las 21.40 horas, Jason Aldean sale al escenario. El cantante de Macon es cabeza de cartel. Miles de voces rugen. Sin embargo, la magia apenas dura unos minutos. De repente, disparos. Constantes. Aldean suelta el micro. Corre a refugiarse. Los espectadores huyen despavoridos. Paddock no descansa. Cuando un fusil se vacía, coge otro y vuelve a empezar. Ha manipulado las armas para que se comporten como ametralladoras y así aumentar su capacidad de disparo a gran velocidad. La gente cae. Algunos gritan a quienes tienen a su alrededor que se tumben en el suelo para ofrecer un blanco menos visible. Pero el ángel de la muerte todo lo sabe. Paddock riega el suelo con balas. Unas se estrellan contra el suelo. Otras penetran la carne El festival de la sangre. «Más que espeluznante», dirá Jason Aldean más tarde.Todo acaba como comienza. Súbitamente. La masacre ha durado un cuarto de hora. El asesino yace sin vida en el piso 32. Se ha disparado en la cara instantes antes de que los agentes del SWAT derribasen la puerta de la suite. El asalto ha sido complicado, porque había colocado cámaras-espía en el pasillo. Cuando un vigilante de seguridad se aproxima en los primeros minutos para intentar detenerle, Paddock asoma por la puerta y le envía 200 balas. Pero ahora está en el suelo, sin rostro. Quizá va camino de encontrarse en un infierno lóbrego y brutal con su padre, ladrón y uno de los diez principales fugitivos en la lista de búsquedas del FBI. Abajo, en la calle, hay 58 cadáveres y 489 heridos que lloran y gritan de dolor.Stephen Paddock no parecía el tipo de gente que hace estas cosas. De 64 años, había sido un buen estudiante de joven. Luego se convirtió en inversor, piloto y jugador de poker. Llegó a comprarse una casa en efectivo. Pero su verdadera afición eran las armas. la Policía encontró 49 en sus propiedades, muchas de ellas fusiles de asalto AR-15. Una treintena las había comprado en menos de un año. Su novia se sorprendió tanto como los investigadores al averiguar su vida secreta.Porque Paddock, según quienes le conocían, pasaba por ser un hombre reservado y muy «educado». Su último acto devastador sirvió al FBI y a otras agencias criminalistas para establecer un nuevo criterio y situar en su radar a quienes realizan compras compulsivas de armas sin perder la cortesía.La asesina del AR-15La asesina del AR-15Llama la atención que la violencia masiva tenga género. Solo hay cuatro tiradoras en la historia de los asesinos de masas y dos de ellas actuaron en conjunto con sus parejas. La matanza de San Bernardino se expone habitualmente como ejemplo de este perfil. Tuvo lugar el 2 de diciembre de 2015. La perpetró una pareja joven, Syed Farooq y su mujer, Tashfeen Malik. Hay investigadores que los consideran los autores del atentado yihadista más mortífero en EE UU desde el 11-S, pero otros analisis se decantan por pensar que su aparente radicalizaciónse trató, en realidad, una tapadera de su violenta bestia interior. En cualquier caso, habían merodeado múltiples veces en las páginas web del islamismo radical.Basta una fiesta para desencadenar una matanza. Ese día, el personal y los pacientes del centro asistencial a discapacitados en el que trabajaba Farooq celebraba un banquete prenavideño. El joven estadounidense de origen qatarí discutó con un compañero. Se marchó encolerizado. La fiesta continuó. Las risas debieron resonar en la cabeza de Farooq cuando regreso con Tashfeen, dieron un golpe a la puerta y acribillaron a los invitados con sus AR-15. Al cinto llevaban sendas pistolas. Catorce personas murieron al instante y diecisiete resultaron heridas en una refriega de apenas cuatro minutos. De manera inaudita, la pareja se dio la vuelta, montó en su camioneta negra y regresó a su casa tranquilamente. Hasta que la Policía llegó horas más tarde.Los agentes localizaron su hogar sin problemas. El vehículo estaba aparcado delante de la puerta. El brote súbito de violencia irracional y esa renuncia posterior a escapar son dos motivos por los que diferentes investigadores descartan que fueran terroristas. Carecían de 'plan B'. Pero también es cierto que en su sótano se encontraron explosivos.Algún artículo de la época llegó a reflejarles como unos sanguinarios 'Bonnie and Clyde' de la criminalidad moderna estadounidense por su modo de intentar escapar de la Policía. Determinados y feroces. Malik se sentó al volante. Su marido, desde el asiento del copiloto, disparó ráfagas de disparos contra sus perseguidores. Les lanzó incluso bombas caseras. Pero a los pocos kilómetros terminaron como el famoso dúo de gánsteres: acribillados. El FBI inspeccionó su casa. Encontró 5.000 balas. Nadie sabe si uno influyó sobre el otro y le trasladó sus ansias de sangre o cuando se casaron en una boda forzada por sus familias los dos se dieron cuenta de que eran almas gemelas asesinas.
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