El gran villano. El rostro de Vladimir Putin decora rollos de papel higiénico en un establecimiento de recuerdos de Kiev.

La guerra impregna el arte ucraniano

Drama y humor. Creadores de diferente signo se ponen al servicio del país para producir obras y mercadotecnia que coquetean con la propaganda

Domingo, 3 de julio 2022, 00:21

A Oleh Kalashnik a menudo le preguntan si sabía que Rusia iba a invadir Ucrania. Y es fácil entender por qué. Dos días antes de que Vladimir Putin iniciase su 'operación militar especial' contra el país vecino, este artista de la ciudad nororiental de Járkov ... inauguró una exposición que ahora parece premonitoria: 'Enfant Terrible' juega con los tradicionales soldados de plomo que él hacía de pequeño para reflejar cómo «los juegos de guerra de los niños pueden convertirse en guerras devastadoras». Utilizando todo tipo de técnicas, que van desde el empleo de luces de colores que revelan diferentes escenas bélicas en un mismo lienzo hasta esculturas que recuerdan los excesos de la Unión Soviética, Kalashnik recrea un campo de batalla en el que los soldados son meros peones ofrecidos en sacrificio para satisfacer a un poder que rara vez se ve.

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Estas figuras humanas se amontonan en lo que perfectamente podrían ser fosas comunes en las que solo unos pocos se mantienen en pie, y en su unión conforman también elementos tan característicos como el Kalashnikov AK-47, una de las armas clave de esta guerra. Y de muchas otras. Las balas del cargador, el cañón y la empuñadura están compuestas en realidad por pequeños hombres de hierro. Y, sin duda, la pieza que mejor refleja esta triste realidad es una que no saldrá del búnker en el que se expone, porque es efímera: sobre un campo de arena, el artista recrea el momento posterior a una batalla en la que el fuego consume velas con forma de soldado.

Santa 'Javelin'. Una 'madona' ortodoxa con un misil antitanque decora un edificio de la capital.

Sin embargo, Kalashnik se encoge de hombros y asegura que es todo pura coincidencia. «La idea de la exposición la tuve hace mucho tiempo, no es que tuviese una bola de cristal», bromea. Y añade que, curiosamente, durante la guerra no ha sido capaz de crear nada. «He estado trabajando como voluntario. Tengo un coche y lo he utilizado para trasladar a heridos al hospital o llevar ayuda humanitaria. No es la mejor coyuntura para dedicarse al arte. Y cuando esto acabe, me gustaría producir algo que no tenga nada que ver con la guerra, aunque también quiero explorar el papel que juegan las banderas, que me parece fascinante», afirma. No en vano, varias de sus obras juegan con el azul y el amarillo que ahora ya son reconocibles en todo el mundo.

Kalashnik reconoce que los artistas ucranianos pueden jugar un papel fundamental en aspectos tan clave como el de elevar la moral de la población. «Puede ser un arma política relevante. Hay muchas creaciones con cierto fin propagandístico que corren como la pólvora en las redes sociales», añade, poniendo como ejemplo un dibujo ya icónico que ha sido plasmado incluso en un sello de correos. En él se ve a un soldado mostrando el dedo corazón al buque de guerra Moskva, que fue hundido en uno de los éxitos militares más sonados de la guerra. Y sobre él se lee 'barco ruso, vete a la mierda'. Tanto se ha extendido esta obra que incluso se vende en forma de camiseta en plataformas globales de comercio electrónico.

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Oleh Kalashnik. Este artista ucraniano de Járkov montó una exposición premonitoria: dos días antes del inicio de la invasión, inauguró una muestra sobre las devastadoras consecuencias de la guerra. Ahora asegura que no puede crear nada.

Las ciudades también están prestando su espacio al arte de guerra. En muchas fachadas antes vírgenes ahora aparecen grafitis con creaciones como 'Santa Javelin', una Madona ortodoxa abrazada al lanzamisiles antitanque que tan buen resultado está dando al ejército ucraniano en su afán por destruir blindados rusos. Las vallas publicitarias también han sustituido los anuncios por mensajes oficiales en los que se anima a los jóvenes a alistarse apelando a elementos sorprendentes en este tipo de mensajes, como la compañía que los soldados reciben de mascotas en el frente.

Una guerra de imagen

Es evidente que Ucrania está ganando la batalla cultural y de imagen. Como recoge en su escaparate un gran establecimiento de moda en el centro de Kiev, ha logrado hacer de su bandera un símbolo de resistencia. 'La valentía se produce en Ucrania. La valentía es una marca ucraniana', se lee en carteles azules y amarillos. Y relacionada con esa idea, incluso la figura del presidente Volodimir Zelensky se ha convertido en un icono pop que va camino de rivalizar con el mismísimo Che Guevara. Nada lo refleja mejor que las latas de cerveza ilustradas con Zelensky y miembros de su gobierno imitando el cartel de la película 'El Club de la Lucha'. El actor reconvertido en político también protagoniza camisetas, bolsas de tela e imanes para la nevera con escenas de sus series. En una de las más célebres aparece con dos ametralladoras y la frase 'fuck Putin' ('jódete Putin'). En otras pegatinas, el rostro de Zelensky resalta frente al fondo azul y rojo que popularizó Barack Obama y le toma prestados lemas como 'Yes, we can' o 'Hope' ('Sí, podemos', y 'Esperanza').

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Hasta la cerveza. Zelensky y sus políticos como en 'El Club de la Lucha'.

Al calor de este fervor patriótico que ha unido a ucranianos y europeos ha nacido también un buen negocio que a veces incluso coquetea con lo ridículo. Por ejemplo, el rostro del presidente ruso decora rollos de papel higiénico que se venden como rosquillas en tiendas de souvenirs que han dejado en la trastienda figuras tan tradicionales como las matriuskas para abrazar la mercadotecnia guerrera. «Ya no hay turistas extranjeros, así que nadie quiere comprar muñecas ucranianas. Pero la gente local sí que está interesada en objetos que reflejen el esfuerzo que estamos haciendo como país para derrotar a Rusia», comenta Olga, que regenta uno de los pequeños establecimientos de recuerdos en el paso subterráneo que cruza la plaza de Maidan, en Kiev. Pero este patriotismo no se circunscribe exclusivamente a pequeños mercadillos. Marcas locales como UA Made también ha dado un giro a sus productos y, además de incluir hasta chalecos antibalas en el catálogo, han visto en estas creaciones de ingenio indudable un buen filón.

No obstante, también hay quienes, con la boca pequeña por miedo a ser apaleados en la plaza pública de Internet, lanzan una advertencia sobre una vertiente más preocupante de esta coyuntura: el rechazo de la cultura rusa y la negación de su influencia en la ucraniana. La invasión de Putin ha llevado a la destrucción de esculturas por todo el país y al cambio de denominación de otras. «Se puede entender que el 'Arco a la Amistad de los Pueblos', que celebraba la hermandad entre los países exsoviéticos, cambie su denominación al 'Arco de la Libertad del Pueblo Ucraniano'. Pero que se desmantele la escultura que había debajo o que se prohiban obras de grandes escritores y músicos rusos que nada tienen que ver con la invasión es un gran error que trata de reescribir la historia con fines propagandísticos», denuncia un intelectual ucraniano que prefiere mantenerse en el anonimato.

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Muertos. Kalashnik quema a los soldados en el campo de batalla.

No es de la misma opinión Akhtem Shevketovich, actor tártaro, director de cine y fundador de la Casa de Crimea. Él defiende que este giro responde a la necesidad de corregir las mentiras históricas que se han importado de la Unión Soviética. «El arte tendrá que educar a las generaciones futuras y demostrarles en qué país viven. Habrá que recuperar la historia de verdad, no la que creó Rusia durante la Unión Soviética», justifica, antes de señalar que Europa debería hacer lo mismo. «No es lógico que se apoye y se ensalce la cultura rusa cuando sus soldados están masacrando al pueblo ucraniano. Es una responsabilidad colectiva anular todo lo ruso mientras estemos en esta situación, lo mismo que se sanciona su economía», añade, consciente de que los artistas clásicos rusos nada tienen que ver con Putin y su invasión. «De hecho, alguien que conociese bien sus obras no estaría matando gente», sentencia.

Hombres que son balas. Los soldados de plomo, como inspiración.

Mirando a más largo plazo, Shevketovich traza paralelismos entre la Rusia actual y la Alemania de Hitler: «Con la población rusa habrá que hacer lo mismo que se hizo con los alemanes después de la II. Guerra Mundial, cuando se les llevaba a los campos de concentración o se les obligaba a participar en la exhumación de los asesinados por el régimen de Hitler para enfrentarles con la barbarie de sus actos». Hasta que llegue ese improbable momento, la guerra se librará también en el frente propagandístico, donde un creciente número de artistas ucranianos pone su talento al servicio de una causa que ha unido a ucranianos de todos los colores políticos.

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