JOSÉ LUIS LÓPEZ
Lunes, 28 de abril 2008, 13:24
Este loco mes de abril está deparando una climatología extraordinariamente cambiante, hasta el punto de pasar de un fin de semana de crudo invierno a otro del más tórrido verano. De este último ha disfrutado la multitud de romeros que, un año más, se ha acercado a la ermita de la Virgen de la Cabeza. Miles de personas de toda la comarca han retado a este sol abrasador en una romería que se celebra en el mismo límite del Parque Natural.
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Los pinares aledaños, con su fresca y acogedora sombra, se han visto invadidos por la gente, dejando la gran explanada que hay junto a la ermita únicamente como aparcamiento de la creciente avalancha de coches que hasta allí llegan y se agolpan. Da la impresión que el término 'romería' cada vez se asocia más con el olor a gasolina que con el del vino, la tortilla o el rin-rán. Ya apenas queda espacio para que los niños, como ha sido costumbre hasta ahora, puedan jugar sobre esa hierba más o menos verde a cuantos juegos es capaz de crear su imaginación; o a que los mayores se recuesten en ella para dormir la siesta, comer el tradicional hornazo o disfrutar del paisaje.
Las vísperas
Pero el fenómeno más reseñable de los últimos años en torno a esta tradicional fiesta es el creciente interés de cazorleños y visitantes por las celebraciones de las vísperas. Ya desde el miércoles anterior comenzaban a subir romeros a los alrededores de la ermita para ocupar su espacio de terreno hasta el domingo. Siempre las luminarias del sábado por la noche han atraído gran interés, pero nunca han alcanzado el grado multitudinario actual. A ello colabora una macrocaseta con olor a discoteca que se instala desde hace algunos años y que atrae a gran parte de los jóvenes de la comarca. No hay acuerdo sobre la conveniencia de este tipo de instalación a pocos metros de la ermita, pero lo cierto es que atrae a cientos de personas hasta altas horas de la madrugada.
Las lluvias de la semana anterior también han contribuido, y de qué manera, al disfrute de un paisaje incomparable. Al sur y suroeste aparecen, excelsos, los paisajes de Cazorla y la campiña de su comarca, con ese mar de olivos que, como un voraz parásito, extingue irremisiblemente el espacio tradicional de los cereales; y al noreste, este y sureste los verdes pinares y blancas cascadas de las primeras cumbres de la sierra que se sitúan sobre la mejor estampa del Castillo de la Yedra. Aunque solo sea por este espectáculo ya merece la pena subir y ser recibidos de forma tan amable por la Virgen de la Cabeza, patrona de Cazorla.
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