JOSÉ LUIS GONZÁLEZ
Lunes, 27 de octubre 2014, 01:52
En el mundo del teatro, los estrenos siempre son una navaja por cuyo amenazante filo se mueven los actores, unas veces temerosos al tropiezo y otras audaces, como si caminaran sobre una mullida nube. Digamos que las tablas del Teatro de la Merced fueron la noche del sábado más daga que algodón. Por el estreno y también por la propia historia, la de un asesino en serie que, durante su detención, entrelaza una extraña amistad con un inspector de policía cuyas inclinaciones y sentimientos no dictan mucho de los de su detenido.
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'Serial killer' podría encasillarse como un trhiller más íntimo que psicológico, aunque posiblemente la intención de su autor y director, Nacho Marraco, fuese la contraria. Y ello porque la psicología de los protagonistas no llega a apreciarse en toda su complejidad, quedando únicamente en la superficie la pausada conversación de ambos. El asesino impenitente -Manuel Delgado Villegas 'El arropiero'-, cuyo único afán al levantarse por la mañana es matar, demuestra tener también un trasfondo humano que lo une a su especie. El inspector de policía -Salvador Ortega-, que casi desde el inicio manifiesta cierta afinidad con su partenaire, es pasto de su lucha interior entre el bien y el mal. Todo ello puede ser un punto de partida prometedor si se acompaña de la dramaturgia adecuada, de la sorpresa, de la intensidad emocional que requieren tantos sentimientos encontrados.
Historia paralela
Paralelamente, se cuenta la historia imaginaria de una de las víctimas de 'El arropiero'. Y ello con la idea de que el espectador se ponga en su lugar, sienta cierta empatía con quien va a morir. Se trata de dos amantes -encarnados por los actores Carmen Morey y Oskar Redondo- cuya huida para vivir su amor se ve frustrada por la muerte de ella a manos del asesino. La idea, que no es mala, requiere de un mayor dinamismo para que una con el núcleo de la historia y no quede como un elemento extraño que, solo al final, cobra sentido.
Los dos actores protagonistas, Nacho Guerreros y Luis Callejo, consiguen por momentos atraer la atención del público pero no al final, no en el desenlace, en el momento culmen en el que el asesino y el inspector de policía casi se unen en un mismo personaje. Ese momento de gran fuerza dramática pasa desapercibido por el peso del estreno y de, seguramente, una gran dosis de inseguridad acumulada durante los 75 minutos anteriores.
La escenografía y el plano lumínico, muy sugerentes y con afán de contemporaneidad, son una muestra clara de las buenas intenciones de la compañía 'Teatro del barro'. Junto al vestuario de mediados del siglo XX, componen una producción sólida que ha de servir como base a la necesaria evolución de este montaje para obtener los frutos que merece.
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