JOSÉ A. GARCÍA-MÁRQUEZ
CASTELLAR
Lunes, 23 de septiembre 2024, 14:27
La mayoría con ropa deportiva o de calle, algún que otro ataviado al uso ibero, bien de guerrero, bien de sacerdotisa, lo cierto es que un buen número de personas caminaron hasta la Cueva de la Lobera en Castellar para presenciar el equinoccio de otoño ... en una de las grutas principales de la serie de cavernas naturales por las que transitaron los pueblos iberos. Como estaba previsto, en el ocaso de un día luminoso, la luz del sol se coló por el hueco que para tal fin hicieron los antiguos moradores del santuario ibérico de los Altos del Sotillo, popularmente conocido como Cueva de la Lobera, para que a lo largo de la gruta se volviera a proyectar la imagen evocadora de los exvotos de bronce que se ofrecían a modo de ofrenda.
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Quienes tuvieron el acierto de acudir pudieron disfrutar con la contemplación de este fenómeno singular, mágico, con fuerte carga de simbolismo. Un ritual que los antepasados oretanos supieron estudiar y materializar para conseguir que la imagen de la divinidad quedara proyectada sobre la pétrea estructura de la cueva. Para ellos el equinoccio conllevaba un cambio de ciclo agrario, además de ofertar protección, sanación y fecundidad, todo un ritual íbero que tuvo lugar dos milenios atrás con esta ceremonia de recreación escénica de purificación, cautivadora y sugerente a la vez, en la telúrica atmósfera de la Cueva de la Lobera.
Para contextualizar el equinoccio en un entorno cultural el Ayuntamiento puso contenido al momento mágico de retorno al pasado que permitió el homenaje a la naturaleza. De esta forma, se realizaron visitas guiadas a La Cueva; el claustro de la Colegiata de Santiago acogió el ritual del agua; hubo un desfile procesional por las calles más emblemáticas de la localidad; el santuario acogió un acto de salutación y entrega de ofrendas a la divinidad ibera y tuvo lugar una degustación de pan, aceite y vino de rosas.
Sandra Anaya, joven castellariega vinculada a todas las manifestaciones culturales de su localidad, que acudió al equinoccio ataviada de ibera, manifestaba al término del acto que en los días previos ya se palpaba una notable expectación para contemplar por sexto año este fenómeno fascinante, mágico, sorprendente: «La emoción resulta mayor si se considera que lo que acabamos de vivir se presenciaba igual hace miles de años».
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