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Ascensión Cubillo
Jaén
Lunes, 8 de febrero 2021, 00:51
Morimos de soledad para evitar la muerte, reza una viñeta de El Roto publicada en El País hace unos días. En ella aparece una mujer mayor vestida de luto, cabizbaja, sentada en una silla. Esa frase lapidaria recoge el sentir de toda una generación ... que lleva casi un año encerrada en casa, muchos de ellos solos, debido a la pandemia. El hogar como refugio ante un virus que de la noche a la mañana ha cambiado nuestra vida y la manera de relacionarnos.
El Grupo de Trabajo Multidisciplinar (GTM), que asesora al Ministerio de Ciencia e Innovación en materias científicas relacionadas con la covid-19 y sus consecuencias futuras, señala en un informe que las personas mayores han padecido, a nivel mundial, el mayor impacto de la pandemia en múltiples aspectos. Además del incremento de la mortalidad y las secuelas de la enfermedad en quienes la hayan superado, «también se debe tener en cuenta que el aislamiento y el distanciamiento social, subsecuentes al estado de alarma, han tenido y están teniendo un gran impacto en esta població́n por los cambios en su vida, que son antagó́nicos respeto a un envejecimiento saludable: sedentarismo, con consecuente reducció́n de movilidad, empeoramiento en la dieta o reducció́n de las relaciones sociales y soledad no deseada. Esto se suma a los efectos psicosociales relacionados directamente con la pandemia (ansiedad, depresió́n, trastornos del sueñ̃o, etc.)», recoge el informe.
Soledad no deseada en la que por supuesto no hay abrazos, besos ni contacto físico. Las visitas de hijos y nietos se han reducido para evitar ponerlos en riesgo y al final es como si vivieran aislados porque pasan la mayor parte del tiempo solos. La única esperanza es la vacuna. Según la segunda actualización de la Instrucción del Programa de Vacunación Covid-19 en Andalucía, del 25 de enero, en la etapa 1 en la que aún está Jaén se incluyen también «las personas grandes dependientes que viven en sus domicilios, además de sus cuidadores profesionales en su caso». A continuación de la Etapa 1, y lo antes posible en caso de disponibilidad de dosis, se vacunará a los incluidos en el grupo 5, «las 412.869 personas de 80 años o más de Andalucía (salvo aquellas ya vacunadas por estar en residencias o ser grandes dependientes)». ¿Cuándo ocurrirá eso? A partir del mes de marzo, según la estimación que hace el Gobierno de España en la Estrategia de vacunación Covid-19.
«¿Habrá vacunas para todos?», se pregunta Catalina Fernández, con el deseo de que llegue pronto su turno. Tiene 78 años, es viuda y vive en Mancha Real. Sus tres hijos trabajan y la pandemia ha acrecentado la sensación de soledad. «Me hacen 'la visita del médico' para no ponerme en riesgo. A mí siempre me ha gustado reír pero esto de estar metida en casa sola de noche y de día me va a llevar a la tristeza», reconoce.
Durante su juventud sirvió en varias casas de Barcelona y San Sebastián, aunque al quedarse embarazada volvió con su marido al pueblo, donde siguió trabajando en lo que salía: la aceituna, la uva, etc. «Nada más que trabajar para poder comer. No he ido ni a la escuela». La televisión es su ventana al mundo exterior y en estos meses de pandemia hace más uso del teléfono para comunicarse con su familia y amigas.
También en Mancha Real vive Antonia García, de 83 años, viuda desde hace 17 años. «Yo no salgo para nada a la calle porque estoy delicada de salud y tengo oxígeno», explica, así que sus hijos le llevan la compra y todo aquello que necesita. Son muchos meses ya y la pandemia deja huella, de ahí que el ánimo varíe según el día.
De joven aprendió corte y confección y «cosía para la calle», una afición que mantiene. No hay tarde que no haga punto o croché porque estar parada no es lo suyo. Antonia, que se ha recuperado de un trombo en el pulmón, no tiene miedo al coronavirus. «Hay que aceptar lo que venga». Tras casi un año de pandemia, su deseo es compartido: «Esperemos que pronto recuperemos la alegría. Por lo menos que nos abracemos porque estamos muy acostumbrados a los besos y abrazos y ahora ya no te puedes ni acercar a nadie».
Ascensión Cobo, a sus 84 años, no teme al coronavirus. Al principio le costó aceptar que no podía abrazar a sus hijos y nietos, de hecho le sorprendía que no se quitaran la mascarilla cuando iban a verla. La ausencia de contacto físico es lo que peor lleva esta cambileña. Desde que enviudó vive sola, aunque sus hijos están pendientes de ella y, además, tiene la ayuda de la dependencia.
En estos meses echa de menos pasar más tiempo con la familia. «Vienen con miedo de pegarme algo», una situación que se repite en todas las casas españolas por culpa del coronavirus. Ascensión trabajó de joven en el campo y cuando se casó pasó a regentar una tienda junto a su marido.
Juan Vílchez es paisano de Ascensión y, al contrario que esta, reconoce que el coronavirus le da miedo. Tiene 86 años y desde marzo solo sale a la calle para lo imprescindible: a comprar, o como él lo llama, «a negociar». Por las mañanas visita a su amigo Miguel que, al igual que él, es viudo y vive solo. Al calor de la lumbre se cuentan sus cosas y cuando llega la hora de preparar la comida, Juan regresa a su casa. Él se apaña solo: cocina, plancha y limpia el polvo porque lleva más de 23 años haciéndolo, desde que murió su esposa.
Este abuelo orgulloso de sus ocho nietos lamenta no poder abrazarlos todo lo que le gustaría por culpa del coronavirus, por eso confía en que la vacuna traiga pronto un rayo de esperanza. ¿Lo primero que hará cuando la situación mejore? Coger su coche e ir a comprar al 'Pryca' como hacía antes.
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