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«Hoy me dedico a engañar más que a enseñar». Tras estas palabras hay una denuncia demoledora. La hace Daniel Arias Aranda, catedrático del departamento ... de Organización de Empresas de la Universidad de Granada (UGR), en una carta que lleva por título: 'Querido alumno universitario de grado: Te estamos engañando'. Se ha hecho viral tras poner punto por punto una realidad con la que lleva fajándose en los últimos tiempos en las clases universitarias en las que «no hay apenas interés por parte de los estudiantes, pocos van a clase y los que van raramente participan».
«¿Te crees que no me entero? Mientras doy clase veo tu cara de soslayo tras la pantalla con risitas y yo sé que explicar la cadena de valor de la empresa es de todo menos gracioso. No estás en clase, estás en instagram. Pero yo me hago el tonto y miro para otro lado», interpela en el citado escrito.
«Si esto sigue así, la debacle del alumno, no sé qué voy a seguir contando en Dirección Estratégica (es la asignatura)», lamenta este profesor, que empezó su carrera docente en la Complutense y desde el curso 1999-2000 hace lo propio en la Universidad granadina. No sabe ya qué hacer para motivar al estudiantado. Imparte docencia en Relaciones Laborales, Económicas y en Ingeniería Química. Ocurre en otras carreras. «La gente lo comenta, pero no lo manifiesta», sostiene.
Era Dirección Estratégica de la Empresa (sigue aún impartiéndola) la primera asignatura en la Complutense de Madrid. Ahora, en los grados citados en la UGR. En la década de los noventa tenía matriculados 524 alumnos. En la actualidad, en Relaciones Laborales, por ejemplo, poco más de cien. Entonces las aulas estaban llenas, ahora no. Hace más de dos décadas no les veía las caras porque estaban lejos en las grandes aulas, en el presente porque las tapan las pantallas de los ordenadores o teléfonos móviles.
Y, en todo este camino lo más preocupante lo resume en esta frase ya citada: «Hoy me dedico a engañar más que a enseñar». La desazón está encerrada en estas palabras que evidencian que «el nivel (el estudiantado) ha ido bajando en la última década y en los últimos años, aún más». «Cada vez me siento más como un profesor de instituto de una serie mediocre de los ochenta que como un catedrático. A menudo tengo que callarme porque el rumor generalizado se extiende por el aula y me da vergüenza mandar callar a universitarios constantemente. He separado a gente para que no hablen entre ellos, he expulsado alumnos del aula y me he llegado a marchar de clase ante el más absoluto desinterés», describe.
Ha intentado todo tipo de estrategias para motivar a sus estudiantes. Desde lo más digital a lo puramente analógico. En el curso 2018-2019 sus clases fueron con tiza y pizarra. Su valoración como profesor bajó, pero el rendimiento académico de los alumnos subió un 30%. No obstante, tuvo que volver a lo digital ya que las encuestas de valoración de estudiantes consideran el uso de estas tecnologías sí o sí.
Ante esta situación, Arias Aranda relata como los profesores han tenido que tomar cartas en el asunto, pero de una manera que no les satisface. Lo resume en que el nivel de la asignatura ha bajado; y hacen parciales tal y como establece la evaluación continua para «tratar de aprobar a un mayor número de alumnos». Deja otra observación preocupante: «El nivel de los trabajos y presentaciones no pasaría, en su mayoría, los estándares del teatrillo de Navidad de primaria. Pero eso, para nosotros es más que suficiente para poner un cinco».
Asevera que «de este modo, cumplimos el contrato-programa, el departamento es feliz, la universidad es feliz, nuestros alumnos aprueban, creen que saben algo y son felices y nosotros languidecemos ante la triste realidad. Por eso, te digo que me dedico a engañarte, querido alumno. Vives en una mentira que nosotros edulcoramos».
Denuncia que al estudiante le faltan habilidades básicas y lamenta que «no tiene capacidad de expresión y su vocabulario es básico».
A los estudiantes de ahora les dice que «jamás hubieras superado esta asignatura hace 10 o 20 años». Y lanza otra advertencia: «Vives anestesiado por las redes sociales».
Lamenta seriamente que «las habilidades blandas brillan por su ausencia. ¿Liderazgo, resiliencia, trabajo en grupo? Son básicas para cualquier empleo. Cuando me escribes un email para decirme que te has peleado con tus compañeros de grupo o envías a tu madre a una revisión de exámenes, mi perplejidad no cabe en mi persona. Hace años que no recomiendo a ningún alumno para ninguna empresa».
Asegura que estos puntos son sólo la cima del iceberg. «Los profesores estamos hartos de formarnos en técnicas docentes multidiversas y de pelajes exóticos para motivar al alumnado. Lo que está claro es que si tú, estudiante, no tienes interés, yo no puedo plantarlo en ti», esgrime.
Para estos problemas expone soluciones, aunque sean «incómodas». Defiende que «no somos todos iguales. Hay estudiantes con vocación e interés eclipsados por la mediocridad imperante. Centrémonos en ellos. La universidad es para formar a las élites intelectuales».
Pide que se devuelva al profesorado universitario las competencias perdidas como autoridad intelectual a la hora de diseñar planes de estudio, modelos de enseñanza y currículum; reforzar las capacidades básicas en enseñanzas no universitarias (enseñar a pensar, a expresarse…); eliminar cualquier rastro de gadgets (artilugios) tecnológicos en la enseñanza; entre otras medidas.
«En fin, querido estudiante, esto es lo que hay. La solución está en ti. Si tú cambias, el mundo cambia», lanza como mensaje final.
Mientras, Arias Aranda se refugia en el máster que imparte íntegramente en inglés «donde apenas hay españoles y el nivel de los estudiantes extranjeros es infinitamente superior. De hecho, el máster es lo único que alimenta mi motivación a enseñar».
Habrá segunda parte de esta carta que se ha hecho viral. El catedrático lo advierte. Estudiantes y gestores deben pensar y actuar.
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