![El juez que quería ser actor](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/pre2017/multimedia/noticias/201505/31/media/cortadas/JUEZ--575x323.jpg)
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JULIA FERNÁNDEZ
Lunes, 1 de junio 2015, 02:01
Si a Juan Pedro Yllanes se le pregunta cómo son los jueces, lo tiene claro. Ni están hechos de otra pasta, ni caminan un palmo por encima del suelo. «Somos normales y corrientes». Pero es inevitable que cuando en una fiesta de amigos surge el inevitable ¿y tú a qué te dedicas?, brote un silencio incómodo y hasta «cierta distancia» nada más confesar su profesión. «Es como si todo se paralizara», bromea. Hasta que luego el mundo vuelve a rodar y él echa mano de su gracejo andaluz para continuar con la conversación.
Yllanes, de 55 años, acaba de ser designado presidente del tribunal que juzgará el año que viene en Mallorca el caso Nóos. Él será quien escuche y replique a la Infanta Cristina y a su marido, Iñaki Urdangarin, para el que el fiscal pide 19,5 años de prisión, en las vistas que aún no tienen fecha. Junto a ellos, en el banquillo de los acusados se sentarán otros dieciséis imputados por malversación de seis millones de euros. Entre ellos, estará el expresidente autonómico Jaume Matas, que el mes pasado salía de la cárcel de Segovia tras cumplir una pena de nueve meses por un delito de tráfico de influencias, incluido en el caso Palma Arena.
«Lo hará muy bien». Nadie en Palma duda de la capacidad de este magistrado «cordial, nada estirado y sin enemigos» para llevar el caso. Debutó en la judicatura hace 26 años y desde entonces no ha hecho más que subir peldaños de forma exitosa. Su nombre «no suena tanto» entre los mallorquines de a pie como el del juez José Castro, pero tiene tanto o más talante que él. Ambos comparten, junto a Pedro Horrach, el fiscal de la causa contra Urdangarin, su gusto por las motos. A Yllanes es fácil verle salir de su despacho en la Audiencia de Palma con el periódico y el casco en la mano, camino de su casa para comer. En la mesa, por cierto, se cuida y los excesos los quema nadando o corriendo. Buen sitio la isla para ambas cosas.
«Es simpatiquísimo». Lo dicen sus colegas, pero también el gremio de los abogados, acostumbrado a enfrentarse a magistrados bastante más grises. A él, sin embargo, este color solo le pega a la hora de vestir, un aspecto que cuida con esmero. Coqueto, bromea con lo mal que sienta la toga que los jueces se ponen para las vistas. Prefiere los trajes de chaqueta con botonadura simple y pantalón clásico. Una apuesta segura. Tampoco falla con la corbata. Y si la cita es algo más informal, quizá cambie la americana por un jersey fino y de punto liso. Sin estridencias.
Este sevillano llegó a Mallorca por trabajo en 1989 y se ha quedado por amor a su novia. Está «plenamente integrado» en la vida insular y además de inglés e italiano, habla catalán a la perfección. En las distancias cortas se revela como un buen conversador. Siempre correcto, no esconde su vehemencia y tampoco se corta si tiene que dar su opinión. Defiende que los jueces tengan convicciones políticas y sociales. Él mismo las ha mostrado en alguna ocasión. Hace una década, su nombre estuvo vinculado a la plataforma Salvem Mallorca, que trataba de rescatar la isla de las garras de la edificación salvaje.
Caso Andratx
Pero si hay algo que defina a este hombre «pragmático» y algo inquieto es su debilidad por el cine, un arte que defiende a capa y espada. Le indigna que los poderes políticos «no lo conciban como una parte importante y contemporánea de la cultura». Ha participado en numerosos ponencias y charlas, y es un gran conocedor de cómo se trata la figura del juez en la gran pantalla. Su filme favorito es Rashomon (1950), «una joya» en blanco y negro de Akira Kurosawa que cuenta un crimen desde cuatro puntos de vista: la víctima, su mujer, el asesino y un testigo.
No es el único clásico que le pierde. Podría ver una y otra vez Cómo matar a un ruiseñor (1962), Testigo de cargo (1957), Anatomía de un asesinato (1959)... ¿Y los filmes españoles? También. Le encanta el cine del bilbaíno Enrique Urbizu admite que le conquistó la jueza Chacón de No habrá paz para los malvados (2011) y recomienda La vida por delante (1958), de Fernando Fernán Gómez, y Plácido (1961), de Luis García Berlanga. En cambio, no puede con Alejandro Amenábar. Hay cierta «animadversión genérica» hacia el trabajo del director madrileño.
Ahora bien, Yllanes no solo se queda en la gran pantalla. En sus ratos libres es actor. Amateur. Lleva «cuatro años» en el grupo que tiene el Colegio de Abogados de Baleares (ICAIB). «Es muy bueno». El pasado febrero se metió en la piel de cuatro personajes en la representación de Tú y yo somos tres, de Jardiel Poncela. Fue en el Auditorio de Palma. Las entradas costaban 25 euros (por el IVA del 21%, otro asunto que le enciende) y recaudaban fondos para Unicef. «Me sorprendió gratamente», admite el letrado Rafael Perera, uno de los más veteranos de la isla y que conoce bien a Yllanes. Se han cruzado en numerosos casos, uno de ellos fue el de Andratx, la primera gran causa por corrupción urbanística en la comunidad. Perera defendía al alcalde del municipio, Eugenio Hidalgo, condenado a cuatro años de cárcel por la construcción de su casa «donde nadie podía hacerlo» (luego fue demolida). Fue una sentencia «pionera» que firmó junto a Juan Catany y Diego Gómez-Reino, hoy presidente de la Audiencia balear.
Al parecer, Yllanes tiene un talento innato para la interpretación y muy buena memoria. «Es una esponja y el primero en aprenderse su papel», apunta su compañero en el grupo José Miguel del Campo, quien destaca que en poco tiempo ha sabido hacerse un hueco, que no se le caen los anillos por echar una mano con lo que sea y que cada vez recibe papeles de más empaque.
¿Va a poder seguir en el grupo con el caso Nóos encima?
Seguro. Es serio y eficaz. Tiene capacidad.
De hecho, el teatro es su vía de escape para desconectar de un trabajo muy exigente. En 2011, cuando estaba ya en la Sección Segunda de la Audiencia de Palma, pidió volver al Juzgado de Instrucción número 8, un destino «menor» porque no quería «estar absorbido 24 horas al día seis días a la semana». Dos años después, regresó, esta vez a la Sección Primera.
Violencia de género
La de actor es su «profesión frustrada», aunque cada vez menos. Además de sus pinitos sobre las tablas, este verano puede que se estrene en la gran pantalla. En abril recibió una oferta del director mallorquín Marcos Cabotá, durante una tertulia radiofónica, para hacer un cameo en su próxima película. Se llama Nocturna, es de miedo y su protagonista es Álex González. El rodaje está a punto de comenzar. Seguro que si lo hace, dejará un buen recuerdo en el equipo. Como siempre. En Barcelona, por ejemplo, todavía le evocan con cierto cariño, diez años después. Allí ejerció como docente en la Escuela Judicial entre 1999 a 2003.
Luego pasó al Juzgado de lo Penal número 3 y se hizo cargo de dos casos muy mediáticos. El primero, el del imán de Fuengirola, que escribió un libro donde daba instrucciones de cómo pegar a una mujer para que no le quedaran marcas. La acusación particular la ejerció María José Varela: «Te lo hace muy fácil todo». El «progresista» Yllanes que se acaba de dar de baja en la asociación de jueces Francisco de Vitoria tras dos décadas de militancia sentenció a Mohamed Kamal Mustafa a un año y tres meses de cárcel. Se considera que fue la primera condena por apología de la violencia de género en España.
El otro caso de relevancia fue el primer juicio por la vía penal de mobbing laboral, en este caso en Telefónica. En él, coincidió con el letrado Julián Suárez-Inclán. «Es un juez independiente y actúa siguiendo lo que le dicta su conciencia», puntualiza. Perera, su colega mallorquín, va más allá: «Llega siempre al fondo de los asuntos. Es una garantía de que todo se va a desarrollar bien». Además, es un magistrado «de los que pregunta en los interrogatorios, no como otros». Es probable, por tanto, que durante las vistas con Urdangarin y compañía eche mano de sus «ocurrencias» y, si ve la posibilidad, haga uso de ese recurso irónic que tanto le gusta de los jueces anglosajones.«Tiene la autoridad moral necesaria».
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