Pedro Sánchez lanzó la idea solo tres semanas después del brutal ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 que provocó la represalia indiscriminada de Israel sobre Gaza: una conferencia internacional de paz para encontrar una solución al conflicto basada en la solución de ... los dos Estados. Algo tan destacable como aquel evento celebrado en Madrid en 1991, que tuvo como colofón los acuerdos de Oslo de 1993. El tiempo ha demostrado hasta qué punto se trataba de una apuesta ambiciosa incluso para un dirigente político tan reñido con la idea de lo imposible como el presidente del Gobierno español. Su planteamiento inicial fue fijar un horizonte temporal de seis meses para hacer posible la hazaña. Un año después, la crisis se ha agravado y la región está, en palabras del ministro de Exteriores, José Manuel Albares, al borde de una «guerra total».
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El jefe del Ejecutivo se mantiene firme, a pesar de todo, en su propósito. El PP lo acusa de haber creado la ficción de que podía liderar la posición de la UE en un asunto en el que, alega, nadie le reconoce autoridad, mientras se ha puesto «de perfil» en una cuestión –Venezuela– en la que la voz de España sí es especialmente atendida. Pero el Gobierno sostiene, frente a la caricatura, que está desempeñando un papel «reconocible» en el avispero de Oriente Próximo y, sobre todo, «reconocido» por el resto de actores internacionales. Aunque su posición crítica con la actuación de Israel no siempre ha sido entendida por todos los socios europeos. «A los países amigos –ha defendido él alguna vez– hay que decirles la verdad».
Sánchez ha invertido ciertamente mucho tiempo y mucho esfuerzo en su propósito. Lo ha hecho convencido, además, de que la opinión pública española, muy polarizada en el análisis de su gestión, respalda mayoritariamente en este terreno sus planteamientos. Según un barómetro publicado en mayo por el Real Instituto Elcano, el 60% de la ciudadanía cree que la solución al problema de Oriente Próximo pasa por la coexistencia de dos Estados y el 78% es favorable al reconocimiento del Estado de Palestina, que España realizó de manera unilateral ese mismo mes, tras un intento fallido de arrastrar a ello a toda la UE.
Irlanda, Noruega (que no pertenece a la UE) y luego Eslovenia fueron los únicos que secundaron un gesto que tiene más de simbólico que de práctico y que, como muchas de sus declaraciones, han sido interpretadas por Israel como una ofensa. En cambio, el impulso a una conferencia de paz sí recabó el respaldo del Consejo Europeo cuando la puso sobre la mesa hace un año. Otra cosa es que él mismo se diera pronto cuenta de que su materialización iba a ser mucho más costosa de lo que inicialmente había previsto.
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El presidente regresó ya algo más pesimista –«realista», dijo entonces– de la breve e intensa gira de dos días que efectuó a finales de noviembre del pasado año a Jerusalén, Ramala y El Cairo, pese a que su visita coincidió con la entrado en vigor de un alto el fuego de cuatro días para permitir la entrada de camiones de ayuda humanitaria y suministros a Gaza tras muchos días de bloqueo y con un canje de rehenes israelíes en manos de Hamás por presos palestinos. La conferencia contaba ya con el respaldo de la UE, la Liga de Estados Árabes y la Organización para la Cooperación Islámica, que ya entonces empezaron una labor de zapa entre los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero el Gobierno reconocía que las heridas estaban aún «muy abiertas y supurando».
Giras y reuniones
En este tiempo, Sánchez no ha dejado de viajar y mantener contactos de alto nivel. En abril se embarcó en otra gira por Jordania, Catar y Arabia Saudí, claves en la región, y este septiembre celebró un encuentro en la Moncloa con representantes de varios países islámicos del denominado 'Grupo de contacto árabe-islámico para Gaza' –entre ellos Turquía y Egipto–, al que asistió el alto representante de la UE para la política Exterior, Josep Borrell. Unos días después y recibido también por Sánchez, el presidente de la Autoridad Nacional palestina, Mahmud Abás, defendió ante él que la ansiada conferencia sea en Madrid.
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Pero lejos de sanarse las heridas, la inflamación ha ido en aumento. Los muertos en Gaza superan los 40.000, el conflicto se ha extendido a Líbano e Irán ya ha anunciado más ataques. Ni Israel –que tiene abierto en la Corte Penal Internacional un procedimiento secundado por España para determinar si ha cometido genocidio– ni EE UU que, pese a llamar a la contención, sigue siendo su principal apoyo político y económico, han llegado a abrazar nunca la idea patrocinada por el presidente español. Su sueño de reeditar una cita histórica como la de hace 33 años bajo mandato de Felipe González tendrá que esperar.
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