Ninguna adolescente, ninguna mujer tendría que preguntarse jamás cómo actuar si te acosan, agreden o violan. Pero desde niñas nos enseñan que esa posibilidad existe, y entiendes el porqué con casos como los de Laura Luelmo
«Si cuando entremos al portal hay un hombre, me coge e intenta violarme, ¿tú qué haces?». Esta pregunta me la hizo mi prima una noche que regresábamos de fiesta cuando éramos unas pipiolas. Y no fue la única vez que me planteó esa ... situación, lo hizo en varias ocasiones, ya fuera una noche de invierno tras la discoteca o una noche de verano tras la feria. Mi reacción siempre fue la misma: en blanco unos segundos, sin palabras. Me daba coraje que hiciera esa pregunta. Lo único que podía responder, y con mala leche, era: «¡Te lo quitaría de encima, gritaría, yo qué sé!». Con mis 17 años de entonces, si acaso 18, le contestaba con esa mala hostia de la impotencia que me provocaba la pregunta. Contestaba con mala hostia porque no comprendía por qué mi prima, que solo me saca dos años más, me planteaba tal cosa. Le contestaba con rabia e inocencia porque no me entraba en la cabeza que en su portal pudiera haber cualquier desalmado esperando a hacer daño. En mi cabeza de 17 años no comprendía que una noche de diversión, en la que había bailado y reído con mis amigas, pudiera terminar en infierno.
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Ante esa respuesta, mi prima decía: «No, lo que tienes que hacer es salir corriendo a la calle, llamar a los porterillos, gritar, buscar ayuda como una loca para que nos saquen de ahí». Y yo me quedaba helada. ¡¿Cómo la iba a dejar allí mientras pasaba... sabe Dios el qué?! Todavía recuerdo esas palabras y se me hace un nudo en la garganta. Todavía, con 31 años ya en las patas, no entiendo como mi prima pensaba entonces en eso, porque yo nunca lo pensé a esa edad. Para mí, quedarme en casa de mis tíos con mi prima simplemente era terminar una divertida noche durmiendo con ella, sin que faltara ese Cola-Cao antes de acostarnos.
Sin embargo, con el tiempo y las vivencias propias tristemente entiendes por qué una chiquilla, con 19 o 20 años, se imagina esa escena y la dice en alto para saber cómo actuar. Lo entiendes por casos como los de Laura Luelmo. La joven de 26 años de edad se mudó de Zamora a Huelva para ejercer de maestra de plástica y, sin saberlo, tenía enfrente de su casa, de vecino, a su agresor y asesino. Porque como ya se temía, Bernardo Montoya no solo la mató, la violó antes de asesinarla, según ha confirmado la autopsia. Laura salió a correr a las cuatro de la tarde, se cruzó con él y le preguntó por dónde podía encontrar un supermercado. Y él le tendió una trampa. Le golpeó la cabeza, le ató las manos y la desnudó de cintura para abajo para violarla. Y Laura solo iba a comprar al supermercado.
Han sido demasiados los hombres pecadores y estamos hartas de vivir calladas. Esta lucha tiene que dejar de ser solo de nosotras. Os queremos a nuestro lado
Entiendes por qué tu prima te preguntaba eso porque eres una mujer que lleva más de 13 años viviendo independiente, sola, que entra y sale cómo y cuándo le da la gana. Eso sí, con la alerta en el cogote. Porque yo, como la mayoría de las mujeres de mi edad, he recibido una educación machista que conlleva una cultura del miedo y de la culpa. Me han enseñado que cuando vuelva a casa sola, lo haga con las llaves de casa en una mano y en la otra el teléfono móvil con el número de algún amigo marcado, por si pasa algo, para llamar de inmediato. Porque si vuelvo a casa en mi coche, mis amigos me acompañan y no se van hasta que no he puesto el coche en marcha. Y hacen lo mismo cuando me voy en taxi. Porque esos amigos todavía, con 31 años, me dicen «cuando estés en casa, avisa». Porque mis amigos no se duermen hasta que llego a casa y mando ese mensaje de WhatsApp.
A mi madre no le puedo decir la cantidad de cosas que hago sola al cabo del día y menos si dejo de moverme sola o no por la noche, aunque ella no es tonta y lo sabe. Tras sucesos como los de Laura Luelmo somos muchas las que recibimos mensajes de nuestras madres de «no vayas sola a...», «ten mucho cuidado, por favor», «evita salir de noche». ¿Qué se supone que tenemos que hacer las mujeres? ¿Ir acompañadas a todas partes cuando caiga el sol? ¿Quedarnos en casa hasta el amanecer?
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Esa cultura machista, del miedo y de la culpa nos ha dicho que las mujeres siempre vamos provocando, que si llevas la falda muy corta, que si vas muy maquillada, que con ese escote vas buscando guerra, que si ibas borracha, o ese «a dónde iría sola a esas horas de la noche»… Esa educación del miedo, encima, te hace sentir culpable. Miren, a Laura Luelmo la violaron y la asesinaron a plena luz del día. ¿Ahora qué? ¿De qué frase tiramos para justificar esta barbaridad? Una rezaba para que Laura apareciera viva. Pero y ¿si llega a estar viva y solo la hubieran violado? Sabe Dios el juicio que le hubiera esperado. Una sociedad que piensa así tiene un problema, y gordo. NO, no tenemos la culpa de que nos violen, nos agredan o nos acosen. NADA justifica una violación. Absolutamente nada.
Existe una educación machista que conlleva una cultura del miedo y de la culpa
Estos días también he leído eso de «basta de criminalizar a los hombres». ¿En serio? ¿Estáis ofendidos? Os aguantáis. Los hombres no sabéis qué es ese miedo, esa vergüenza, esa culpa. Sí, no se puede generalizar. ¿Están pagando justos por pecadores? Puede, pero han sido demasiados los hombres pecadores y estamos hartas de vivir calladas. Esta lucha tiene que dejar de ser solo de nosotras. La lucha tiene que ser común. Os queremos a nuestro lado, tenéis que apoyarnos. A lo que sí hay que gritar «¡basta!» es a la violencia de género, a este machismo al que nos enfrentamos las mujeres a diario. E importante: basta de juzgar a la víctima. El único culpable es el hombre que viola, acosa o agrede. El único culpable es ese tipo que se cree que las mujeres solo somos un trozo de carne a su disposición.
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Mi principal miedo cuando voy sola por la calle, especialmente de noche, no es que me roben o me den un navajazo. Que me agredan sexualmente o que violen es mi miedo, el de mis amigas, el de mis primas... Ese miedo solo lo conocemos las mujeres, los hombres no. Y ese miedo nunca se va. Según cumples años aprendes a reaccionar ante ciertas situaciones. Aprendes a cambiar tu rumbo si te cruzas con un grupo de tíos, porque todavía te faltan dos metros para llegar a su altura y ya te están diciendo guarradas. En un pub o discoteca optas por darte un beso con tu amiga para que el tipo de turno te deje tranquila, porque no le basta que te inventes que tienes novio o no acepta que sencillamente le rechazas. Pierdes el miedo a darle un manotazo o un guantazo al desconocido que te soba media espalda porque la llevas al aire. Aprendes a asimilar ciertas situaciones, a reaccionar y a defenderte. Y ese miedo no lo conocen los hombres, solo las mujeres.
El único culpable es el hombre que viola, acosa o agrede. El único culpable es ese tipo que se cree que las mujeres solo somos un trozo de carne a su disposición
De adultas, las veces que he acercado a mi prima a su casa en mi coche espero a que encienda la luz del portal, que se asome, llame al ascensor y me haga una señal de «todo bien». Ninguna adolescente, ninguna mujer tendría que preguntarse jamás cómo actuar si te acosan, agreden o violan. No quiero tener que mandarle a mis amigos el mensaje de «¡en casa!» No quiero caminar por la calle con el cuello medio torcido por si acaso. No quiero fingir que estoy hablando por teléfono cuando siento que me siguen. No quiero pensar en la ropa que me pongo por evitar miradas o que me toquen. No quiero usar un código con mi mejor amigo cuando tengo una cita para que sepa si todo va bien o me tiene que sacar de allí. Soy fuerte, soy valiente, soy libre y sencillamente quiero ir tranquila por la calle y no con la alerta en el cogote. Y este miedo solo lo conocen las mujeres, no los hombres. Como dice una amiga: sí, voy a seguir saliendo sola, porque nadie tiene derecho a recortar tus derechos y libertades.
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