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Curro Albaicin junto a un grupo de artistas de la Venta el Gallo, cantan un villancico gitano. RAMÓN L. PÉREZ
Historias de Navidad

Nochebuena gitana en Granada: bacalao y villancicos 'picantes'

Curro Albaicín ·

El artista excava en su memoria para traer al presente cómo se celebraban las fiestas navideñas en el Sacromonte, su barrio

Carlos Morán

Granada

Viernes, 24 de diciembre 2021, 00:08

El maestro Curro Albaicín camina arrastrando la pierna izquierda. El artista explica la causa de la cojera. «Es que tengo un 'eclipse' de esos». Y se parte de risa. «Quería decir esguince». El lapsus es insuperable. Curro es así. Un genio del lenguaje.

Mitad gitano y mitad payo, tiene la mirada azul y el cabello rubio. Parece sueco. «Cuando era chico, los extranjeros que venían al Sacromonte no querían que saliera en las fotografías porque no tenía la piel morena ni los ojos negros. ¿Eso era un poco racista no?» Buena pregunta.

Brilla el sol sobre el barrio de las cuevas y las zambras. La temperatura es alta para la época. Hace ya tiempo que el tiempo, valga la redundancia, perdió la cordura. Es Navidad, pero el frío se refugia en las madrugadas. 'El Curro' y sus vecinos se preparan para la Nochebuena. Desde antiguo, es para ellos una fecha señaladísima, la cima de las fiestas navideñas. La Nochevieja también la celebran, pero menos. «Me acuerdo una vez que se rompió la radio, que era donde escuchábamos las campanadas, y un tío mío las toco con un almirez». Curro tenía entonces cuatro o cinco años. Pero esa s navidades de la infancia son las que recuerda con mayor nitidez.

Enfermo de curiosidad desde que nació, todo lo preguntaba y todo le interesaba. Su memoria es un tesoro que abre las puertas al legendario pasado del Sacromonte, cuando en las cuevas vivían cuatro mil personas y las 'vereas' eran un hervidero de cantes y bailes.

La Nochebuena gitana empezaba a principios de diciembre. Los niños amasaban mantecados en los hornos de las pastelerías del vecino Albaicín y los mayores compraban los ingredientes para el menú de la cena de Nochebuena. La carta era poderosa: potaje de garbanzos con bacalao y bacalao con tomate. «Se sigue haciendo, pero ya se acompaña de langostinos, salmón... de las cosas más modernas», precisa el artista.

Aguardiente dulce

En las entradas de las cuevas ardían hogueras para espantar las heladas. Yse bebía aguardiente y vino blanco. «Los 'chaveas' cogíamos los vasos medio vacíos y bebíamos también. Menudas borracheras... Lo hacíamos a escondidas. Si te veían los mayores, te caía una buena. No nos dejaban tomar alcohol, claro, pero nosotros lo hacíamos. El aguardiente estaba dulce, ¡qué rico!», rememora el artista.

Los calés y los payos iban de fogata en fogata, mientras en las zambras estallaban las zambombas y las carracas. «Cantábamos los villancicos normales y los 'picantes'. A los niños nos gustaban más los 'picantes'. '¡Eh, que te la pegué, que me fui con otro y te dejé!'», recita Curro, entrecerrando los ojos.

Pero cuando más disfrutaban era cuando iban a pedir el aguinaldo, la propina navideña. «Cantábamos: 'A tu puerta hemos llegado 400 en pandilla, si quieres que nos sentemos, pon 400 sillas'», entona Curro.

Los del Cerro

La alegría y la emoción de estar toda la noche despiertos siendo niños recorría las cuevas a la velocidad de las estrellas fugaces. «También jugábamos a juntar parejas. Poníamos los nombres de los vecinos en papelitos y los juntábamos. 'Mira, el 'Pataperro' con la...' Ynos reíamos porque, por ejemplo, él era muy mayor y ella muy joven, y no pegaban nada», detalla.

En la Nochebuena gitana faltaban 'los del Cerro', que la vivían con una intensidad aún más volcánica que Curro y su gente. «Ellos eran más salvajes que nosotros. Bajaban hasta el Albaicín con unas angarillas cargadas de comida. Eran los que habían llegado a San Miguel después de la Guerra Civil. Ellos mismos excavaron sus cuevas. Los veíamos más salvajes. Nosotros éramos más modernos, por así decirlo», relata.

Entre unas cosas y otras, les daban las cinco o las seis de la madrugada y los padres los mandaban a la cama. No les importaba. Ya habían trasnochado los suficiente y, además, debían madrugar. «El día de Navidad, nos levantábamos a las nueve de la mañana y nos íbamos a tomar chocolate por las cuevas. Preparaban unos pucheros grandes y echaban en el chocolate 'nochebuenos' –bollos de aceite– en trozos. Estaban buenísimos», se relame Curro.

Bocadillo de morcilla

La mente del historiador del Sacromonte –merece ese título porque se lo ganó en la 'universidad de la noche'– sigue viajando por el lejano país de la infancia y continúa fluyendo el petróleo de los recuerdos.

En la cabeza de Curro ya se han apagado las luces de las viejas nochebuenas, pero se encienden otras. «El yerno de Franco, el marqués de Villaverde, se llevó a unas bailaoras de una zambra a una finca que tenían en Jaén. Cuando volvieron, y como yo era muy curioso, les pregunté que qué les habían dado de comer. 'La Coneja' me dijo que habían unos pollos con plumas de colores , eran faisanes, pero ella dijo que eso no le gustaba. Quería un bocadillo de morcilla. Yel marqués se fue a buscarlo, ja, ja, ja».

Feliz Navidad.

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