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Gabriel Porcel dice que es jardinero, pero es una forma de hablar. Gabri es uno de esos jardineros que visten uniforme verde, saludan a los superiores haciendo la visera y acuden siempre que hace falta para ayudar a los más desfavorecidos. «Vengo de 17 días de misión en Valencia. Allí pasamos la Nochebuena... Aquello va para largo», resopla mientras pasea por el parque de La Encina, en La Zubia. A pocos metros de allí, en la explanada del ferial, Porcel congregó el pasado 8 de noviembre a 200 voluntarios granadinos que viajaron a Algemesí, uno de los pueblos más afectados por la Dana. Ese fue el nacimiento de un batallón solidario que ha realizado once estancias en Valencia y movilizado a 470 personas, 53 máquinas, camiones y furgonetas cargados con comida, muebles, electrodomésticos, productos de higiene... «Y la última vez llevamos dos camiones de juguetes, para los niños».
La respuesta de Granada todavía le emociona. «Fue muy bonito. Nunca imaginé que se podía movilizar a tanta gente... Ver esa voluntad de las personas, esa humanidad... Porque al final se trata de eso: lo que vamos a repartir es humanidad». Porcel no solo consiguió reunir voluntarios, también el respaldo de instituciones y empresas que pusieron todas las facilidades para que el batallón fuera un éxito. «Esas semanas miré el tiempo de uso de móvil y sobrepasé las 15 horas diarias. ¡Estuve pegado al teléfono!».
Sin embargo, apenas un mes y medio después, la situación allí sigue siendo «muy triste». «Hace falta mucha ayuda y desgraciadamente la gente se está olvidando de Valencia. Hubo una ola solidaria y mediática enorme, pero se necesitan voluntarios. Muchísimos». Porcel hace un llamamiento, sobre todo, a profesionales: electricistas, fontaneros, obreros... «Hay que reconstruir aquello. Si alguien puede ir un fin de semana a hacer un muro, bienvenido».
Con el barro fuera de las calles, se corre el riesgo de creer en una nueva normalidad. Pero no. «Para ver un brote verde tendría que haber 100.000 personas trabajando durante un mes. Algemesí, por ejemplo, está mucho mejor desde aquel primer viaje con los voluntarios granadinos. Pero es como ver la portada de un libro que por dentro está roto».
Antes de volver a Granada, Porcel se despidió de un hombre que había perdido tanto que ya no podía llorar. «No me quedan lágrimas, me dijo. No me salen». «¿Sabes? –reflexiona–. Yo, como una persona de a pie, he visto muy claro lo que necesitan. Si una persona con poder va allí y no lo ve, tiene un problema. No hay más ciego que el que no quiere ver».
Porcel ha ido como un voluntario más, con el batallón; y como jardinero, en misión oficial. «Cambia el asunto. La forma en que te mira la gente cuando te ven con el uniforme de jardinero... Nos dicen que llevamos esperanza, que estamos allí cuando no hay nadie más. En Nochebuena, por ejemplo, nos dieron mucho cariño. Y yo no tenía a mi familia a mi lado, pero me sentí el hombre más afortunado de la Tierra por poder estar ayudando a esas personas. Ir con ese uniforme y ayudar... el corazón sale henchido de orgullo».
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