Era 23 de agosto. Por la tarde. El lorenzo arreaba fino en Trevélez. Los propios y los extraños se zambullían en las pozas cuando, a eso de las tres, el cielo empezó a centellear sobre Bacares. «Una tormenta típica de estas fechas», pensó Alfonso Jiménez, ... pastor de profesión y de vocación. Lo que no podía pensar es que aquellas nubes negras como el tizón bajarían ladera abajo hasta la Joya de Chordín, Calvache yPiedra Cabrera y, dos horas después, cayera el diluvio universal.
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«No había visto nada igual; los granizos tenían el tamaño de las nueces», recuerda. «El río Trevélez iba crecido, pero cuando vi que había roto el barranco del Chordín, pensé que algo malo podía pasar en el pueblo y llamé al restaurante Piedra Ventana para decirles que la gente dejara de bañarse, que la torrentera arrastraba ramas y piedras», explica.
En ese momento Alfonso, de 51 años, estaba convirtiéndose en un héroe con gorra. Tanto que cinco meses después sigue saliendo en los periódicos y tanto que la Diputación le ha distinguido con una Granada Coronada por un gesto que salvó la vida de decenas de personas. «No podía imaginar que me iba a ocurrir todo esto», confiesa.
Alfonso Jiménez Fernández vive en Chordín, un paraje lleno de sauces y espinos de escaramujo situado a seis kilómetros de Trevélez, a unos dos mil metros de altitud. «Aquí solo se puede llegar caminando o cabalgando», dice. Y Alfonso lo hace a lomos de Golondrina, una preciosa yegua negra de nueve años –tiene otros dos rocines–. «Voy a Trevélez un par de veces a la semana».
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En Chordín habita en un cortijo familiar de unos doscientos metros cuadrados con la luz que generan unas placas solares y con el agua de una fuente. La tele se ve bien y el móvil tiene buena cobertura. Y gracias a eso, a que el teléfono funcionó cuando tenía que hacerlo, pudo dar la voz de alarma justo cuando había que darla. Un caluroso día de verano a las cinco y media de la tarde. Cuando arreció la tempestad.
Alfonso cuida desde hace ocho años de una pequeña cabaña de cabras. Junto a Golondrina y la perrita Chispa, son sus únicas compañeras de viaje. Bueno... a veces se deja ver Juanjo, un vecino del otro lado del río.
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«Yo entraba al trabajo cuando amanecía y salía cuando anochecía», rememora. «No quería esa vida». Por eso decidió subirse a la montaña. «Aquí soy feliz, cuidando de los animalicos», reconoce.Unos animalicos que no solo le dan de comer, sino que lo han convertido en un experto meteorólogo. «Cuando las reses se sacuden, dos días después viene la lluvia», asevera. Hubo un tiempo en que se regía por las cabañuelas, «que unas veces acertaban y otras fallaban». Lo aprendió de su padre y de observar el ganado. Dicen que la experiencia es la madre de la ciencia.
Palabra de Alfonso. Palabra de un tipo sencillo. Palabra de un héroe con gorra.
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