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Yuliya y Nazar, en el centro, con Ludmila (detrás)y los compañeros de Casa Castañeda. RAMÓN L. PÉREZ
De las minas de Ucrania a la cocina del Castañeda
Navidad en Granada

De las minas de Ucrania a la cocina del Castañeda

Yuliya y Nazar, madre e hijo, huyeron para salvar la vida. Hace un año, cenaban en casa de los abuelos con toda la familia. «El único deseo para este año es que acabe la guerra»

Sábado, 24 de diciembre 2022, 00:53

Los faros del coche iluminaban el oscuro camino a su paso, como una estrella fugaz. En el interior, el silencio tantas veces ansiado –callaos ya, no os peleéis parecía una broma de mal gusto. Una broma infinita. Era un silencio absoluto. Invasivo. Asfixiante. Nazar, de 15 años, miraba por la ventana hacia la nada más negra, intentando entender Ucrania. Yuliya, de 40, aguantaba la respiración por si acaso eso les salvara la vida. Después de todo ¿qué madre le diría a su hijo que está cruzando un campo de minas para huir de la guerra?

Tres meses antes, el 24 de diciembre de 2021, Yuliya, Nazar, Valera –marido y padre– y el resto de la familia Pleskach se reunieron en la casa de los abuelos, en Mospovano. Fue una fiesta magnífica. Prepararon doce platos, uno por apóstol, tal y como manda la tradición. Antes de sentarse a la mesa, larga y deliciosa, pidieron sus deseos anuales: móviles, ropa, videojuegos, relojes inteligentes… Y luego cantaron y rieron y bebieron y comieron hasta saciarse de pura felicidad. Ninguno podía imaginar, en la alegre despedida, que, por desgracia, volverían a verse muy pronto.

«Salimos de las casas en pijama y vimos el cielo iluminado por los misiles y los disparos»

«Todo estaba bien. Estábamos dormidos en nuestro piso, en Járkov. Nadie sospechaba nada. De repente empezaron las explosiones». Yuliya está sentada en una de las mesas de Casa Castañeda, sujetando con fuerza la mano de su hijo, Nazar. Como los dos están aprendiendo el idioma, les acompaña Ludmila Mishckenko, miembro de la asociación Slava Ukraini y cortadora de jamón ucraniana que lleva una década viviendo aquí, en Granada. «Salimos de las casas en pijama y vimos el cielo iluminado por los misiles y los disparos. Nos fuimos a los refugios...».

Ludmila, traduciendo las palabras de Yuliya y Nazar, en el Castañeda. RAMÓN L. PÉREZ

Tres días después, ateridos por el frío, el hambre y el miedo, escondidos en un zulo sin ventanas, angustiados por el estruendo de unos tanques que no sabían si atacaban o defendían, Valera se escabulló hasta casa, arrancó el coche y recogió a su familia para esconderse lejos, a 100 kilómetros de allí, en la casa de los abuelos. «En la carretera, antes de llegar a Mospovano, giramos una esquina y de pronto explotó el coche que llevábamos detrás. Un misil».

«Si veían niños, les pegaban. Si veían coches, los destruían»

En el pueblo fue tranquilo. Al principio, al menos. A los pocos días, el ejército ruso entró al pueblo y los padres escondieron a los niños y a los coches. «Si veían niños, les pegaban. Si veían coches, los destruían». Nadie salía, nadie entraba. «Por las noches, los soldados rusos se emborrachaban sobre sus tanques y destruían lo que se cruzara en su camino. Cogían prisioneros. Estuvimos una semana y media con el miedo de que nos tocara». Entonces llegó el ejército ucraniano, la tensión se transformó en batalla y las calles se llenaron de cadáveres de ambos bandos.

«Había muchos bombardeos. Era un infierno. Hay que salir o nuestra vida acaba aquí», relata Yuliya con la mirada vibrante. De fondo, el camarero, confabulando con el universo, arranca el hilo musical del bar y suena 'Entre dos aguas', de Paco de Lucía. «Sacamos el coche del escondite y nos despedimos de la familia como si no nos fuéramos a ver». En el coche iban Yuliya, su hermana, Nazar y su primo. Valera se quedó allí. «No le dijimos a los niños que íbamos a cruzar un campo minado. Gracias a Dios, salimos sanos y salvos».

Refugiados

Nazar y Yuliya.
Imagen - Nazar y Yuliya.

Regresaron a Járkov en el momento en que dos misiles destruían por completo un edificio de 16 plantas. «No paramos, fuimos directos a la estación de tren. Queríamos huir». Consiguieron llegar a Leópolis, al oeste de Ucrania, y desde allí viajaron hasta los campos de refugiados de Polonia. «Unos bomberos organizaron un viaje a España. El 3 de abril aterrizamos en Madrid».

En el Casa Castañeda, el «aire, aire» flamenco pone banda sonora al relato. «Empezaron a acoger a muchas familias, pero no a nosotros. Mi hijo –Yuliya estruja los dedos y el corazón de Nazar, que se retuerce al recordar el viaje– me abrazó y me dijo 'mamá, aquí no nos quiere nadie'. Se derrumbó y empezamos a llorar los dos. Los bomberos, al vernos, nos dijeron tranquilos, no os vais a quedar sin ayuda». Al día siguiente se encontraron con un cartel que ponía 'Granada'. «Si Dios ha decidido que Granada sea nuestro destino, vamos».

«Nos cubrieron de amor, de todo lo bueno. Nos ayudaron con los papeleos, con los médicos, con el colegio… Y también con el trabajo»

Aquí les esperaban el abogado Mariano Luis Zamora y su madre. «Seguimos siendo amigos. Estuvimos siete meses con ellos. Nos cubrieron de amor, de todo lo bueno. Nos ayudaron con los papeleos, con los médicos, con el colegio… Y también con el trabajo». Yuliya, que era subdirectora de una editorial, lleva varios meses trabajando en Casa Castañeda, como ayudante de cocina. «Son los mejores, una gran familia inesperada. Me ayudan con todo y con el español: ¡arriba! ¡abajo! ¡cortar, pelar, lavar!», exclama en un perfecto granaíno. «Nadia, Oleh, Rosario, Najat… son maravillosos», dice, señalando a sus compañeros.

La lección

R. L. P.

Nazar llegó a Granada con un tic nervioso, el cuello se le movía solo y de vez en cuando le sangraba la nariz. «Por la pesadilla». «Vine vacío –describe el joven–. Decepcionado, asustado, estresado, pensando que en cualquier momento podían matar a un familiar». Entonces llegó al IES Padre Manjón y sus nuevos compañeros le recibieron con un enorme dibujo que decía «¡Bienvenido a Granada!». «Fue un gesto tan cálido que empecé a llenar el vacío. Y en la graduación, al final del acto, me dedicaron unas palabras y aplaudieron y mi madre lloraba emocionada… Granada me dio felicidad, positividad y esperanza».

Yuliya observa a su hijo con atención y, cuando termina de hablar, añade emocionada: «Cuando vi a Nazar salir del colegio, cuando vi su sonrisa, entendí que esta es la ciudad donde quiero estar». Ambos viven ahora en el Hotel Leonardo, en una de las habitaciones que gestiona Cruz Roja. Pero ya han iniciado el siguiente paso y, para febrero, esperan estar instalados en su propio piso.

«Pasaremos la Navidad en el hotel, esperando el milagro»

«Pasaremos la Navidad en el hotel, esperando el milagro», dice Yuliya. «La guerra –sigue– ha cambiado cómo mirábamos la vida. Hemos entendido que se puede vivir sin muchísimas cosas, que antes no valorábamos el tiempo que pasábamos juntos. Echamos la vista atrás y vemos cosas que ni tenían sentido ni hacían falta. Solo estar juntos. Solo la familia. Solo estar vivos».

Esta Nochebuena será muy distinta a la última: no habrá doce platos ni una familia numerosa rodeando una mesa larga. Y Valera está en Járkov, sobreviviendo. Pero habrá un deseo. «El único deseo para este año es que termine la guerra y que gane Ucrania. Que se reúna la familia. Volver a vernos».

Ludmila, emocionada como si fuera su piel, sonríe al terminar. La familia de Casa Castañeda les espera en la barra, para abrazarles. «Gracias», dicen. «Dyakuyu», repiten.

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