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El mítico kiosko de los cuatro metros cuadrados en la MarianaNavidad en Granada
El mítico kiosko de los cuatro metros cuadrados en la MarianaHay una esquina en la Plaza de Mariana Pineda que huele siempre a pan. Son cuatro metros cuadrados de Alfacar que regenta Eugenia Rojas desde hace cuatro décadas y desde los que no falta a su cita diaria con la clientela. «Quedamos pocos, porque nosotros ... hacemos el pan de madrugada y lo vendemos por la mañana». Su marido, Miguel, dedica su tiempo a preparar cada jornada alrededor de doscientas barras –bollos que le dicen en Alfacar–, de pan y unas cuarenta hogazas y roscas crujientes y sabrosas gracias a unas materias primas de primera categoría. Hay más. Despacha pan integral, de centeno, de piedra (integral) o de aceite. Además, del pan tienen mucho éxito las tortas de aceite, con chocolate, con cabello de ángel, de manteca, de manteca con chicharrones; las salaíllas, grandes y pequeñas; el pan de nueces, el de cuatro granos, el de soja y las jayuyas. «Es lo contrario a las salaíllas, explica Eugenia, van con azúcar, y la verdad es que nos quitan todas las piezas de las manos».
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Todo es producto de la fórmula que Eugenia y su familia atesoran. Aunque a veces, la fórmula mágica es tan solo una sonrisa. No hace falta que sea secreta como la de la Coca Cola ni el algoritmo de Google, una simple, llana y fresca sonrisa como con la que Eugenia recibe a la clientela todas las mañanas hasta las tres de la tarde.
Es también una sonrisa de lo más entrenada. Eugenia comenzó con catorce años a repartir el pan que hacía su abuelo. «El pan valía nueve pesetas hace cuatro décadas, y ahora sale a noventa céntimos». Es el paso del tiempo. La cifra del precio incorpora un cero y ya no existen las pesetas que mutaron en euros.
Pocos cambios
No ha habido muchos más cambios en este kiosco de pan. La tecnología brilla por su ausencia. Apenas un lucero con luz fría y un aparato de aire acondicionado que levita sobre la cabeza de Eugenia para paliar los rigores del calor del verano. Por lo demás, todo como antaño. Todo como el pan que sale del horno moruno que han heredado tres generaciones del abuelo Adolfo.
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Eso sí, Eugenia, vecina de Alfacar y madre de tres hijas que no han seguido sus pasos, ve que con ella terminará la tradición familiar, algo que tampoco le preocupa demasiado. Mientras, barra a barra, bollo a bollo, apunta en un cuaderno cuadriculado con su boli BIC los encargos de la clientela. No hay ordenador ni se le espera. Ala hora de pagar, dinero contante y sonante, nada de tarjetas ni de bizum.
Es parte del rito de esperar la larga cola que llega hasta la estatua de Mariana Pineda, en el centro de la plaza de su nombre. Pedir el pan, adornar el recado con unas tortas de aceite, o de chicharrones.Pegar la hebra con Eugenia, que se sabe la vida y milagros del respetable.
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