Nochebuena en prisión
«La vida aquí es como tú te la quieras montar»Nochebuena en prisión
«La vida aquí es como tú te la quieras montar»Encarna Ximénez
Miércoles, 25 de diciembre 2024
Impresiona la llegada al recinto. Se llama Centro Penitenciario de Albolote, porque es el término donde se ubica, pero el camino transcurre por tierras de Colomera. Cosas curiosas de los límites geográficos.
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En medio del campo, el entorno es bonito, incluso diría placentero, aunque, no ... lo olvidemos, allí se encuentran personas privadas de libertad. En total son 1.250 internos entre hombres y mujeres. Números que se refieren a personas, cada una con su historia y su realidad, a veces dura. Historias de decisiones y prácticas inadecuadas, y también de mala suerte, que existe. En algún caso se puede empatizar; en otros, en absoluto.
Es la tarde del 24 de diciembre y hay una quietud especial. Las oficinas están vacías –no es día laborable para el funcionariado–, y la rutina se mantiene, incluida las visitas de familiares y amigos. La 'seño' –así se refieren al personal femenino los internos– Cruz se ocupa de abrir y cerrar las puertas y desde su puesto vemos a los afortunados que se van de permiso. Podrán pasar las fiestas en casa. Tienen hasta 36 días al año y, sin duda, en estas fechas es cuando más lo solicitan.
Rafa es de Motril y le va a tocar salir en Nochevieja. Su hija, de 17 años, le espera junto al resto de su familia que siempre le apoya:«No ha habido semana que no vengan a verme desde que estoy aquí». De eso hace ya tres años. No se pregunta el motivo de su situación –«es la ley del talego»– pero sí reconoce que vivió una «patata caliente», una batalla judicial tan trabada que llegar a la cárcel fue «casi una liberación», suspira. Sabe que tiene que cumplir, pero espera con ganas que le concedan el tercer grado. Eso sí, «hay una falsa creencia de que eso significa que ya eres libre», pero, recuerda «aquí se paga hasta el último día». Y, mientras llega ese momento, Rafael no para. Participa en talleres como el de pintura –hizo Bellas Artes– y ha montado un año más el Belén que preside su módulo; da clases de alfabetización –también es maestro– y hace dos años optó a la plaza de bibliotecario y allí trabaja.
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Son más de trescientos los internos que tienen un empleo dentro del recinto, cotizando y cobrando, como el resto del personal; en total unos 540, que «no solo están ahí para vigilar sino también para cuidar». Así me lo cuenta el director del centro, Miguel Ángel de la Cruz, que ha regresado al lugar donde durante 15 años fue subdirector.
No ha sido difícil, por tanto, adaptarse a su nuevo cargo, sobre todo, afirma, porque cuenta con un equipo directivo con el que trabaja «muy a gusto». Son mujeres en su mayoría: Charo, María, Alba –que acaba de ser madre– Ana, Inmaculada y Estefanía, con una media de edad que no llega a los 40. Junto a ellas, no solo atiende el día a día, sino también piensa en nuevos proyectos: «Yo sé que se puede hacer mucho por las personas que están aquí».
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Mujeres como Mati, Amelia, Jessica y Tamara que trabajan en la tarde del 24 y que cuentan cómo es su trabajo, atendiendo cualquier necesidad –«escucharles es muy importante»– que le transmitan los internos. El mismo trabajo que lleva a cabo Miriam, cuyo turno se alarga durante la noche y no le importa. Es una funcionaria de vocación. De hecho, ante los reparos de su madre a la que le daba miedo su idea –«que me vas a enterrar»– hizo Periodismo y lo llegó a ejercer. Pero su deseo estaba latente y se preparó las oposiciones a Instituciones Penitenciarias –muy duras– y ya lleva dos años. Y encantada. Un trabajo del que no siempre nos acordamos, pero al que hoy sí rendimos homenaje.
Turnos
El mismo homenaje que a la Guardia Civil, que mantiene sus turnos en el recinto para ayudar en lo que haga falta. Como ocurrió justo antes de nuestra visita, con el traslado de un interno al hospital. Allí lo derivaron los servicios médicos del centro que funcionan de forma permanente, incluidas las Navidades.
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Son días especiales. Hay concesiones a la rutina diaria. Algunas tan simples como poder quedarse más tiempo en el dormitorio –término más cariñoso para las celdas–, algo que agradece porque «hay pocos ratos de soledad», Verónica, que llegó hace dos años, después de otra estancia en Alhaurín de la Torre. La vida en la cárcel no es fácil, reconoce, pero depende «de cómo te lo montes», consciente de que «es un sitio triste, donde cada cual llevamos nuestra mochila». Pero le pone una sonrisa a la vida y hasta se ha puesto purpurina para el encuentro: «Lo llevo bien, porque he conseguido un círculo de amistades que es como mi pequeña familia».
Ha encontrado su camino, y ayuda en la maquetación de la revista que hacen en el centro y valora al equipo «que es muy bueno», y con muchas opciones de cara a prepararse para la salida, con talleres, terapias, o estudio. «Tienes que ser tú quien lo busque y tener los ojos abiertos».
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Aunque hubo algún cántico y buenos deseos de felicidad –el director y yo los pudimos escuchar de ventana a ventana–, no se notaba mucho ambiente navideño. Se mantiene la hora de la cena –temprano– y la cola –en silencio– para recoger las bandejas en las que había guiños a la fiesta –sin lujos–, compartiendo el mismo comedor de siempre, cada cual en su módulo. Pequeños guiños pero bien recibidos. Como la visita del arzobispo, José María Gil, que ofició una Eucaristía para quienes desearon asistir. Poco más para una jornada «tristona» a la que muchos –también ocurre fuera del recinto– quieren dar carpetazo lo antes posible. Ya llegarán días mejores.
«La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más». Así reza el villancico y es, seguro, el deseo –la libertad– de quienes están cumpliendo con la sociedad en el Centro Penitenciario. Un espacio donde, también, se vive la Navidad. De otra manera.
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